jueves, 7 de mayo de 2020
Días de perro
Los perros están tristes. Por momentos parece que hayan pasado a mejor vida sus días de gloria, cuando los llevaban a pasear tres y cuatro veces al día, cuando, en algunos casos, esperaban a pie de escalera, atados a la barandilla, a que los sacara de nuevo otro dueño clandestino, que esperaba anhelante su turno. Los perros han sido los dueños de las calles desiertas, han degustado los exóticos olores y rastros que dejaba en las aceras y en el pavimento la fauna que por momentos ha recuperado el espacio urbano. Han saboreado en sus casas los restos de comidas especialmente elaboradas y han disfrutado de tener juntas a las familias, de disponer de la dedicación plena de sus dueños. Han corrido junto a estos, cuando los aprovechaban como excusa para hacer ejercicio. Han trotado así orgullosos por las avenidas, y se han podido oler y gruñir con ganas, los unos a los otros, cuando coincidían en alguna esquina, y facilitaban a sus amos la excusa perfecta para compartir un momento de charla gratuita.
Puede parecer inapropiado abrir la mirada a los canes cuando hoy son tantas las urgencias y es tanta la precariedad que se dibuja con precisión en el futuro inmediato. No responde sin embargo más que a la melancolía que comporta el cambio de ciclo, y para melancolía, los perros. Están tristes porque atisban en el horizonte su retorno al confinamiento solitario en pisos y terrazas, el momento en el que les administren de nuevo, con cuentagotas, las salidas, y los arrastren con prisa de las correa, esclavos también ellos de la gestión de un tiempo siempre demasiado escaso. El confinamiento ha sido una prueba para muchas familias, especialmente las que vivían en pisos pequeños, expuestos a la incertidumbre de una situación financiera que hacía aguas por momentos. En la parte positiva hemos redescubierto la importancia que tienen las relaciones humanas y lo corrosivos que son los conflictos, el valor de los gestos, de la atención que nos prestamos los unos a los otros, el valor de los detalles y de los silencios.
No todo habrá sido negativo pese a la parálisis del tejido productivo. Queda la solidaridad mostrada por los trabajadores públicos, la fraternidad de los aplausos que sesgan a cada atardecer esta primavera sigilosa. Algunos se habrán hecho cocineros, otros fontaneros y pintores por necesidad. El PIB bruto se estará derrumbando, pero pocos de nosotros no habremos puesto en orden la biblioteca, no habremos encontrado tiempo para hurgar en los cajones de fotografías viejas, o para recuperar el contacto con alguna amistad que pensábamos perdida. El aislamiento social nos ha invitado a disfrutar, en los sitios más extraños, de un rayo de sol a media tarde, o de la lluvia cayendo a raudales al otro lado de la ventana. Muchos ancianos se habrán sentido aún más solos, y otros habrán pensado que tal vez ahora entendamos mejor lo que es la soledad y el peso del confinamiento con el que condenamos sin darnos cuenta a aquellos y aquellas que consideramos ‘pasivos’ en una sociedad hiperactiva y en competencia permanente.
Los perros viven de los pequeños detalles y, en ese aspecto, también algunos de nosotros habremos descubierto estos días una cierta inclinación perruna. Los perros sueñan con olores y con huesos, y los que somos un poco perros, tal vez no soñemos en olores, que ya quisiéramos, pero si soñamos, en los momentos aciagos, con algún hueso especialmente apetitoso. Mi hueso tiene los colores de la república. Si tuviera que desenterrar algo sepultado bajo las flores es una república. Pero no de personas libres, porque la liberta es un concepto desfigurado por el consumo, sino de ciudadanos comprometidos y fuertes, honestos y justos. En una república el centro está en lo público, en lo que compartimos. Es por tanto un concepto colectivo, que supera los límites del individualismo, de esa burbuja en la que nos encierra la precaución y el miedo. En el centro de la república está el trabajo, porque es la vía por la que socializamos nuestra creatividad, nuestro esfuerzo, nuestro compromiso y nuestros valores. Si los gatos sueñan con ratas y ratones, una encuesta reciente nos dice que somos más canes que felinos. Momento de soñar con la república y de recordar que demasiados gatos son pardos.
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