viernes, 10 de abril de 2020
El sombrero de tres picos
Hace ahora un mes, Boris Johnson, presentaba su estrategia frente a la amenaza del Coronavirus con una imagen que se hizo inmediatamente popular. La prioridad era, así el primer ministro británico, aplanar el ‘sombrero’, eso es, el pico del impacto de la pandemia en el Reino Unido, con tal de no saturar la capacidad de respuesta de los servicios sanitarios. Hasta aquí bien, pero, como en el caso de buena parte de los políticos que han expoliado a lo largo de los últimos años la sanidad pública, este objetivo se situaba en base a la ‘inmunidad colectiva’, un concepto confuso de reminiscencias socialdarwinistas, que se vendría a resumir en un ‘sálvese quien pueda’, pero sobre todo, sálvese la economía al precio que sea. Ahora que vedettes del neoliberalismo como Boris Johnson, pero también la inefable Esperanza Aguirre, se han beneficiado de la tan denostada sanidad pública para superar sus déficits inmunológicos, es sin embargo poco probable que cambien sus singulares planteamientos.
Cuestionar las medidas para hacer frente a la emergencia sanitaria por su impacto en los indicadores macroeconómicos, y recurrir para ello a conceptos trasnochados como la ‘inmunidad de rebaño’ trasladan no tan sólo ignorancia, sino sobre todo arrogancia e irresponsabilidad. En esto parece que existe un amplio consenso. De manera simultánea a la sanidad se ha de priorizar, en primer lugar, el marco de emergencia social que comporta la reducción de rentas que ha provocado el impacto de la crisis del COVID-19 en el tejido productivo y, con él, en el ámbito laboral, y se han de activar urgentemente las prestaciones que precisa la población, ya sean de carácter contributivo o asistencial. Finalmente, se han de analizar los datos que definen la evolución económica y que reclamarán en el corto plazo una batería de medidas que habrá de articularse en el marco de la liquidez y de la financiación e inversión extraordinaria que se habilite desde los presupuestos estatal y autonómico, pero también desde el recién recuperado marco de respuesta europeo.
No se trata por tanto de si la gráfica se ha de corresponder con un bombín de gánster o con un sombrero charro mexicano, porque a lo que nos enfrentamos es a un sombrero de tres picos, escasamente lírico y muy poco dado al pathos, porque de lo que requiere es de una dosis triple de pragmatismo a la hora de dimensionar y planificar las medidas con tal de que sean complementarias y contengan el impacto social, anticipando, de paso, los retos a los que habremos de enfrentarnos en el momento en que se inicie la recuperación. Garantizar la salud pública y evitar la ruina de los hogares supone ahora la prioridad, incluso por delante de la que comporta la necesidad de salvar a las empresas, a pesar de los bramidos esquizofrénicos de algunas vacas sagradas del neoliberalismo, que, como en el caso de Boris, de Esperanza o de nuestra patronal, tan sólo se acuerdan del estado, cuando el agua les llega al cuello. Nada se interpone sin embargo a una solución integradora que se defina desde la corresponsabilidad.
Para ello es indispensable definir la reincorporación a la actividad de los sectores productivos, en función de que atiendan realmente la demanda existente, y dimensionar la gradualidad de esta activación en base a las medidas de prevención que se tomen en las empresas, incorporando siempre el criterio de las personas trabajadoras y de su representación. Al mismo tiempo, para todos aquellos y aquellas que no pueden volver aún a la actividad, pero también para quienes no tienen empleo, o están en situación de especial vulnerabilidad, se han de hacer efectivas las prestaciones contributivas y asistenciales previstas. En este ámbito enfrentamos un colapso evidente que precisa de medidas extraordinarias que superen el encorsetamiento burocrático y que se desarrollen desde la complicidad entre administraciones. Las personas, necesitan ver aseguradas sus rentas, o, al menos, saber en qué momento podrán contar con la prestación, con tal de poder ajustar su economía familiar.
Al mismo tiempo las empresas precisan de facilidades en el acceso al crédito, evitando que los avales habilitados supongan una nueva transferencia de fondos a las entidades bancarias mediante intereses injustificables. En relación a estos datos, como en los relativos a las prestaciones, existe aún una opacidad que es contraproducente. No alimenta sino el potencial de conflicto social, y el apetito de quienes no están pendientes del bienestar general, sino del rédito que puedan sacarle a la situación en términos electorales. Haríamos bien en hacer frente a la situación que se avecina desde el compromiso y la complicidad entre administraciones y agentes sociales, evitando una polarización que esperan como agua de mayo los acólitos al principio del ‘cuanto peor mejor’, y que, ante la situación de emergencia, no hacen sino ‘darle al pico’.
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