domingo, 19 de abril de 2020
Corazón roto
La presidenta de la Comisión Europea tiene el corazón roto. Así lo dijo al menos en la sesión plenaria del Parlamento Europea del pasado 16 de abril. Y hay que respetar sus palabras, o al menos su esfuerzo por mostrar empatía en un momento como éste, aunque parezca obedecer antes a la corrección política, que a un sentimiento sincero. A nadie le serviría tampoco que Ursula von der Leyen anduviera con la válvula a medio gas. Es ahora cuando Europa se ve confrontada con su mayor reto, y la sospecha de los que venimos y andamos a vueltas con nuestro europeísmo, es que, a la hora de la verdad, el banco de pruebas muestre que, a pesar de la expectación y de la necesidad, el motor sigue gripado. Decía la política alemana que es hora de ir con la verdad por delante. Que no vale pedir perdón, si no se produce un cambio de actitud. Y parece evidente que, en lo relativo a las actitudes, han sobrado exabruptos. Que si, en palabras de la presidenta, ahora se trata de tener el valor de ponerse en pie por Europa, siguen sobrando quienes prefieren permanecer sentados.
Los instrumentos enumerados en la presentación de las medidas de acción coordinada para combatir la pandemia de coronavirus, parecen insuficientes para sanar un corazón roto. La flexibilidad del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la intención de emplear cada euro disponible de los Fondos Estructurales de Inversión, dibujan, junto a los 500.000 millones de euros del BCE o los 100.000 del instrumento SURE, un horizonte de posibilidad. Sin embargo la negativa de la derecha europea, incluida la española (prietas las filas aunque sea para pegarse un tiro en el pie) a ampliarlo a la mutualización de la deuda, constriñe este al presupuesto europeo. En palabras de von der Leyen, las cuentas europeas son una nave nodriza, pero en relación al reto actual, se trata de un artefacto al que le pesa, como siempre, la falta de ambición y un déficit inexcusable de solidaridad. Si el mercado único y la política de cohesión son, así la presidenta, dos lados de una misma moneda, parece que, por enésima vez en la corta historia de la Unión, a unos les tocará llevar la cruz, mientras que otros no darán la cara.
A medida que se hacen accesibles los datos vemos que los sectores esenciales, eso es, los de inexcusable presencialidad, aquellos que prestan atención y servicio a las personas, son, al mismo tiempo, los peor remunerados y, en la mayor parte de los casos, sectores fuertemente feminizados. Más allá, los que mejor pueden hacer frente a la crisis, manteniendo su actividad mediante el teletrabajo, son profesionales cualificados que pueden así sostener sus rentas. Las personas que trabajan en actividades de bajo valor añadido y ven suspendidas sus relaciones laborales, enfrentan ahora una importante mengua de ingresos. Coincide esta con situaciones de poca liquidez, que rayarán en la insolvencia si, como parece, colapsan los mecanismos de protección social. Recogemos ahora el fruto de la devaluación competitiva impuesta por la gobernanza europea, que tuvo en los salarios y el sistema del bienestar, sus principales mecanismos de ajuste. Esa es la foto fija del sistema cardiovascular europeo que, ante el riesgo de colapso financiero, optó por reducir el flujo y la irrigación de su periferia social y geográfica.
Las crisis recientes han demostrado ser sistemas complejos de redistribución de la riqueza. En el mundo y en Europa. En clave sectorial, pero especialmente en la lógica de las clases sociales. De esta pandemia saldrá fortalecida China, gigantes tecnológicos como Amazon o Google, y el sector bancario. El esfuerzo público, ingente en recursos financieros, ha despertado el apetito de las entidades que gestionarán la liquidez, pero también el de las consultoras, que no han tardado en prestarse a diseñar los planes de recuperación. La peor parte se la llevarán los trabajadores, especialmente aquellos condenados a la estacionalidad, la parcialidad y la intermitencia laboral. Y aquí tiene razón la presidenta de la Comisión Europea. Poca diferencia habrá entre la enfermera polaca, el camarero italiano, o el soldador francés. Ahora llevan la cruz de la emergencia sanitaria y del confinamiento, y después acarrearán la del paro masivo y de la presión que se desatará, de nuevo, sobre los salarios y sobre el sistema del bienestar.
Todos nos acordamos de Nicolás Sarkozy y de su propuesta de refundar el capitalismo, hace ahora doce años. Aquel esperpento duró bien poco. Lo que resisten las buenas intenciones cuando se ven sometidas a la inercia del ‘capitalismo’ y especialmente de su nave nodriza, la economía financiera. Ésta tiene los pulmones henchidos y el apetito insaciable de un estómago ensanchado. Si no se produce un reinicio del sistema, de sus reglas, presupuestos y valores, habrá poco que hacer. La prioridad debería ser por eso, un plan fiscal extraordinario, de carácter europeo, para repartir desde la equidad y la justicia, el impacto de la crisis. Es necesaria la redistribución y hacerlo de arriba abajo. Difícilmente el directorio europeo se abrirá a ello, pero en eso coincidimos aquí, en Polonia, en Grecia o Portugal. Para avanzar es indispensable que caminemos en una misma dirección. Hoy, parece improbable. Pero cuando aplaudimos con fuerza, y mostramos sin ambages nuestra solidaridad, se abre un resquicio de esperanza.
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