martes, 10 de marzo de 2020
Viaje al presente
Estos días he viajado al pasado, y no he necesitado ninguna máquina ni tampoco ningún milagro. He tenido suficiente con remover los enseres familiares, hundir las manos en el polvo sedimentado durante 80 años, hacer saltar la costra de una película heterogénea hecha de hilos y de instantes. Las cajas del legado que entregamos esta semana al archivo de Granollers me ha acompañado esta última década. Más de tres y cuatro veces he sacado a la luz sus vísceras para depositar, en la sala de la casa de Teià, los restos de aquel naufragio que se produjo un 12 de marzo de 1940. En el velatorio de aquella ausencia, la del maestro Celestí, seguro que alguien sopesó los pertrechos inútiles, acarició los papeles tan ásperos, palpó impotente las caras dormidas e inalcanzables en su emulsión salina. Y cerró a cal y canto, bajó la persiana de una vez por todas. El duelo fue profundo, agrio y nunca se consumó del todo. En un lado quedó el callejón sin salida de una vida agotada, en la otra un muro de cartón preñado, en el fondo de la sentina los despojos de un tiempo que pasó, hecho de códigos ocultos, dibujos inanimados, de palabras vacías.
Qué paciencia y qué ruina querer coser a trozos la vida de los que ya no están. Ya pueden ser buenas las pistas, verosímiles los mapas y las indicaciones. Leyendo, colocando, resumiendo, indexando uno llega a crear la ilusión de que conectando esos pedazos aparecerá un vestido con el que envolver una vida tierna, nunca definida del todo, sutil como un fuego fatuo. Pero la realidad desmenuzada que transporta el tiempo en forma de polvo, tal vez encuentre refugio o puerto, pero nunca recuperará el aroma dulce de los cuerpos ni la cadencia de los pasos perdidos. La luz del día se convierte en sombra noctámbula cuando se acaban las vidas, y los fantasmas danzan sin tregua sobre la nariz de todos aquellos que quieren revertir el paso del tiempo. En el caso de quien fue maestro de Palou durante 18 años, las piezas dan para un puzle gigante, para una sábana inmensa. La cápsula temporal que la esposa de Celestí, Rita, cerró cuando se vio abocada a la sequedad de la viudedad, y a aquella otra que la condenaba, en el año 40, a la mezquindad de una postguerra hecha de hiel, es algo que insinúa una máquina perfecta, un ingenio o artefacto punzante y sobrecogedor.
El rumor de este motor inmóvil que proyecta sobre las paredes del presente una película deshilachada, es el de una música antigua. Viene de lejos y remonta por las ondas de un dial nunca sintonizado, a ráfagas de emociones contenidas, de sentimientos que bordan la melancolía con parches de colores desvanecidos y tintas extinguidas. Quien toma el viático, quien comulga con esta melodía amortiguada disfruta de un mundo inspirador y generoso. Se lanza de cabeza en un océano primitivo pleno de criaturas pelágicas y de monstruos inocentes. Goza de un sueño que electrifica la capilaridad de papeles amarillentos y enciende las niñas de los ojos de los retornados, que sonríen tímidamente desde el fondo de sus fotografías. Cómo es de mágica la sugestión, que incluso permite entender lo que ya no se puede salvar. Cómo es de fantasioso el afecto y la devoción por los que nos precedieron que sabe construir en un solo momento edificios en los que vivir una vida entera en un solo instante, dichoso e indolente. Cómo es de fuerte la pérdida y cómo de profunda la deuda con aquellos que se avanzaron para hacernos sitio con tal de poder registrar nuestra propia historia.
El monstruo pesa 75 quilos, tiene ojos de vidrio, 72 bien contados, piel de cartón y polvo en los zapatos. No camina, pero se le escucha cuando se desplaza. No habla, pero tiene dentro una docena de voces que susurran traviesas. Es polimórfico, de naturaleza metafórica y espíritu joven, a pesar de tener 80 años contados. No es el fruto de un viaje al pasado, sino que es el presente que viaja y es pura futilidad, a un mismo tiempo persona y equipaje. Mañana emprenderá el camino de vuelta a su querido Palou. Le deseamos mucho éxito y una larga vida en las manos de quien quiera estudiar y construir sobre el polvo un nuevo relato. Nosotros le decimos que si llega suficientemente lejos y se encuentra a nuestro Celestí, le mire a los ojos, y le diga que aún no lo conocemos, pero que le seguimos esperando.
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