domingo, 22 de marzo de 2020
Orgullo CCOO
El confinamiento es tal vez el camino más corto para encontrarnos a nosotros mismos. A mí, esta mañana, mientras corría por la terraza comunitaria, me venía a la cabeza el tema de la identidad. Como catalán nacido en Berlín, tengo que confesar que descubrí que era alemán en Catalunya, que era español cuando migré, con 18 años, a Berlín, y catalán cuando el trabajo me llevó a Salamanca primero, y después a Madrid. Por tanto la identidad nacional ha sido en mi caso, al menos de entrada, siempre una reacción, y en mi mapa mental, continuo identificando este carácter reactivo como uno de sus principales elementos constitutivos. En relación a la identidad de clase, tuve la suerte de que mi profesor de filosofía en el instituto, desencadenase un giro copernicano en mis convicciones, viaje iniciático que acabó cuando, 25 años después, una muy querida internacionalista de CCOO de Catalunya, acogió mi espíritu desnortado en una organización obrera en la que encontré mi lugar y pude activar mi compromiso sociopolítico.
De mi experiencia berlinesa guardo algunos recuerdos importantes, algunos de ellos muy ligados al concepto de identidad. Así, cuando cayó el muro, la consigna que se escuchaba, pronunciada por millones de voces, era; ‘Nosotros somos el pueblo’. No pasó mucho tiempo y se introdujo un cambio imperceptible en esta frase, pero que no era inocuo. Sin casi darnos cuenta, se cambió el artículo indeterminado por otro determinado. Pasamos del ‘Nosotros somos EL pueblo’ al ‘Nosotros somos UN pueblo’, eso es, una nación. Que esta euforia diese paso a una OPA hostil que privatizó la riqueza y buena parte de los derechos en la antigua República Democrática alemana, forma parte de la historia, y fue el precedente más evidente de lo que después hemos experimentado en carne propia en el marco de la gobernanza europea. Un tercer paso en esta metamorfosis alemana, fue el que se dio poco después cuando comenzó a extenderse una frase de autoafirmación algo zafia: ‘Estoy orgulloso de ser alemán”.
Parece evidente que el orgullo no es algo innato que se pueda recibir con el pasaporte, sino que uno se lo ha de ganar. Estar orgulloso de la nacionalidad es, a mi parecer, como estarlo del hecho de ser alto o de tener la nariz corta o larga, y tiene más que ver con la vanidad y la arrogancia, que con el orgullo personal. A lo largo de la crisis, cuando se hizo evidente la falta de solidaridad entre norte y sur, y, de hecho, se inició la renacionalización de Europa al dictado de evidentes aspiraciones hegemónicas, cada vez que se denigraba y discriminaba a los países del sur, por el sólo hecho de ser diferentes, me resonaba en el oído esta apelación al orgullo. Por eso, vaya por delante que mi relación con el sentimiento de orgullo está viciada de origen y por tanto marcó inevitablemente mi percepción personal, cuando esta autoafirmación tocó a las puertas de mi organización, aún entendiendo con claridad que el orgullo, en uno y otro caso, eran dos cosas muy diferentes, y que, ciertamente, no tenían nada que ver.
Uno no escoge si nace o no siendo alemán, pero sí puede decidir hacerse o no de una organización sindical o política. Y lo que es más importante. Uno puede darse por satisfecho con estar afiliado, o puede ir más allá y entender que la participación activa en un proyecto colectivo como el de las CCOO, comporta un compromiso vivo que se realiza desde la ética social y des de la lucha diaria. Esta ha sido la experiencia a lo largo de la historia de mi organización, y la he podido vivir en primera línea los últimos veinte años: En el marco de la crisis, de los recortes, de una supuesta recuperación fragmentada e injusta, y, finalmente, en el marco de esta nueva situación de emergencia social y sanitaria. Veo que también ahora se intenta deslucir este compromiso diario, a menudo desde los medios, o por parte de personas que enarbolan falsas vocaciones revolucionarias haciéndole el juego al sistema, y desprestigiando la tarea de aquellos y aquellas que defendemos la centralidad del trabajo como único marco posible para la socialización de los esfuerzos y de los beneficios, siempre desde una perspectiva fraternal y solidaria.
No nos ha hecho daño la ofensiva de intensidad baja, pero permanente, contra nuestro trabajo. En realidad nos ha hecho más fuertes. La imagen más gráfica de esta estrategia es, seguramente, la de nuestra sede nacional, pero a pesar de su aspecto inhóspito y precario, tenemos muy claro que, lo que importa, es el trabajo que se desarrolla en su interior, y que se enriquece con la capilaridad que la organización tiene en territorios y empresas. Es allí donde también ahora seguimos presentes. Reforzando los servicios públicos. Asistiendo a las plantillas en la negociación de los ERTEs. Informando y orientando a las personas trabajadoras que se ven confrontadas con dudas trascendentes y relevantes para su existencia diaria. Y permaneceremos muy presentes. Porque a pesar de quienes piden un parón absoluto, y parecen olvidar que alguien tendrá que seguir produciendo productos de higiene, alimentación, electricidad o fármacos, el trabajo y su organización continuará siendo la prioridad en este nuevo escenario de retos.
Lo es ahora cuando se ha de potenciar el diálogo y la negociación en las empresas con tal de suspender, mantener o redirigir la actividad, y lo será cuando empecemos a recuperar la producción en los sectores y nos pongamos todas y todos juntos a recuperar el pulso económico. Lo es ahora, cuando hemos de evitar que nuestros derechos y conquistas sociales acaben siendo el chivo expiatorio del estado de emergencia, y lo será después, cuando luchemos para que esta lección, que nos imparte la realidad, no se acabe desvaneciendo en la rutina del día a día, y permita constituir un nuevo marco socioeconómico desde el que limitar el efecto perverso de la codicia y la externalización, tan característicos de este capitalismo enfermo.
Hoy cuando veo el trabajo que desarrollan las personas de mi organización, pero también el compromiso de los trabadores y trabajadoras de la función pública o del tejido productivo, me siento orgulloso de formar parte de esta clase trabajadora y, muy especialmente, de compartir mi lucha, día a día, con los compañeros y compañeras de las comisiones obreras. Porque sé que de esta crisis, como de todas las otras, no nos sacarán aquellos que nos han metido, sino que saldremos gracias al esfuerzo de los trabajadores y trabajadoras, gracias a su compromiso y a su generosidad.
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