miércoles, 12 de febrero de 2020

Capitalismo de las 'partes'

La historia del cine no es ajena a psicópatas cuyo hábitat es el mundo impersonal de las finanzas. El ejemplo más conocido es tal vez el de Patrick Bateman, el yuppie asesino que admira a Donald Trump y protagoniza American Psycho, pero no es el único. En su documental ‘La Corporación’, Joel Bakan dio un paso más, al interpretar a las propias empresas como instituciones que, si fueran consideradas personas, mostrarían en su conducta social rasgos que podrían tener, en algunos casos, carácter psicopático. Naomi Klein dio el paso definitivo, al relacionar la extensión del neoliberalismo (Chile, Rusia, Sudáfrica…), con el estudio y aplicación de la lógica del electroshock a brutales métodos de tortura, pero también a técnicas de intervención social que permitirían anular la resistencia de la población y favorecer la imposición violenta de modelos neoliberales en beneficio de grandes capitales y empresas.

Hoy, cuando con la responsabilidad social corporativa se ha institucionalizado un largo y complejo lavado de imagen, cuando las empresas más contaminantes se ofrecen en COP25 como adalides del ecologismo, los bancos como arietes de la equidad y las consultoras como campeonas de la transparencia, asociar empresa y psicopatía puede ser interpretado como un síntoma de paranoia enfermiza o como apología del rencor social, y, sin embargo, cuánta razón tiene Joel Bakan en una reciente entrevista cuando nos recuerda que “las corporaciones ‘buenas’ son malas para la democracia”. Lo son porque tras su intento de constituirse en referentes morales, no se esconde sino la voluntad de suplantar al estado. Como se decía hace bien poco en Davos “las empresas son administradoras de la sociedad, y representan la respuesta más acertada a los desafíos sociales y ambientales de nuestros días”.

Así al menos la consideración de ese stakeholder capitalism (capitalismo de las partes interesadas), que estos días viste de largo y pretende substituir y mejorar el primitivo shareholder capitalism (capitalismo del accionista). El banderazo de salida a la ofensiva mediática la dio la asociación de las grandes multinacionales de los EEUU (Business roundtable) en una declaración de principios en la que se nos presentaban esas ‘partes interesadas’, cuyos intereses había que preservar, como el conjunto de clientes, empleados, proveedores, comunidades y accionistas. En este sentido parecería relevante y no denotaría necesariamente aversión social obsesiva si se pretendiera reclamar a estas corporaciones que, sin pasar de la B incluyen Amazon, Boeing, Apple, o Blackrock, media, mediana y moda de los impuestos que pagan a sus ‘comunidades’, y requerirles que aclararan la proporción existente entre la remuneración de sus directivos y la de sus ‘empleados’

Cuando escuchamos cómo responsables políticos a los que se les presupone un cierto sentido de lo público, se derriten al hablar de cámaras, patronales, clústers y fundaciones caritativas como promotoras del bien común, a uno le entra la duda de si aún quedará algo por hacer. Es como si se hubiera aceptado que los lobos se han vuelto vegetarianos, y que una vez fundada la asociación de caníbales anónimos, estos fueran los más indicados para marcar las líneas maestras del desarrollo humano. En su inagotable ejercicio de autoaprendizaje en Davos, este capitalismo de las partes interesadas, en términos coloquiales ‘capitalismo de las partes’, hacía acto de contrición proponiendo que las corporaciones debían comprender que habían “alcanzado un tamaño tal que se (habían) convertido en una parte interesada de nuestro futuro común”, y que de lo que se trata, al fin y al cabo, es de que las empresas atiendan “las aspiraciones humanas y sociales en el marco del sistema social en su conjunto”.

Que en su camino a la auto beatificación las grandes corporaciones se encuentran con algún problema lo resumía recientemente, con sana ironía, el semanario ‘Social Europe’ en el titular ‘La ideología se topa con la evidencia’. Gerhard Bosch mostraba cómo por un lado el Foro Económico Mundial hacía autocrítica por la desigualdad y polarización social crecientes, pero al mismo tiempo relegaba a los países escandinavos, puestos como ejemplo de cohesión, al último tercio de la lista global en términos de flexibilidad salarial, contratación o despido.

Lo de querer tenerlo todo sin dar nada a cambio (fiscalmente, en términos de responsabilidad, etc.), sin duda es algo muy habitual que nadie podría tachar como locura o patología, sino que caracteriza la edad más inocente del ser humano, pero también del lobo, eso es, su tierna infancia. Por eso cuando queramos desatar nuestra empatía hacia el mundo de la empresa, recordemos que el mejor ejemplo de un mundo en el que mandan los niños lo describió hace muchos años William Golding en la maravillosa novela ‘El señor de las moscas’.

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