jueves, 16 de enero de 2020
Incierta gloria
De las muchas imágenes que nos regala la excelente novela de Joan Sales ‘Incierta gloria’, hay una que tal vez resulta especialmente evocadora. En ella, el flujo de los instantes que suman nuestras vidas es comparado con aquel de los pétalos de azafrán que tiñen de violeta el río Parral, y que los campesinos de Olivel de la Virgen arrojan a la corriente tras separarlos, con gran cuidado, de los rojos pistilos que, una vez tostados y pulverizados, valdrán su peso en oro. El instante vale bien poco. Es poco más que el mecanismo por el que el presente se vierte en el pasado, y su precioso contenido, perfumado como el pistilo, único como nuestra existencia, es el remanente arcano, que nos hace sentir vivos. La búsqueda de la autenticidad, la pretensión de ser algo más que el flujo violáceo que lame sinuoso las orillas de un arroyo de montaña, es así el objetivo supremo, la gloria excelsa, aunque incierta, por la que todas y todos vivimos.
“La gloria cansa, tan sólo se aguanta un instante. ¡Pero qué instante!” razona un personaje de Sales, y la gloria es la juventud, de la que nos despertamos un día, conscientes de la pérdida, y es la batalla que se gana, aunque se pierda la guerra. Incierta gloria es la metamorfosis del amor, que en su extremo metafórico es la del beato de mantis que, tras fecundar, es devorado en un prolongado éxtasis, y es también ese día de abril que muestra toda la belleza del sol, que una nube hace desaparecer, así el shakesperiano verso de ‘Dos caballeros de Verona’, que inspira el título de la novela. Ésta nos habla así de la fragilidad del instante, pero también de lo singular y perecedero del momento histórico, en el caso del texto de Sales, un 14 de abril en el que el país “olía a tomillo en flor, a tierra que salía de un largo invierno”, y en el que, sobre la escarcha de la restauración, germinaba pletórica, la promesa de la segunda república.
Comparado con la victoria inesperada de la república urbana y obrera que emergió de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, para reclamar las libertades públicas y sindicales que una y otra vez le habían sido negadas, el éxito en la investidura de la coalición de progreso se queda algo corta. Por seguir con la metáfora, la flor de azafrán de este 4 de enero, a pesar de tener el corazón rojo y los pétalos morados, tiene un aroma algo más disipado que ese martes de hace casi 90 años. No comporta una refundación institucional, ni supone tampoco la superación de un régimen autoritario, aunque sí introduce en nuestra democracia, por primera vez, la figura de un gobierno de coalición. No pasa página de una dictadura hecha de terratenientes, militares y clérigos, pero sí reproduce muchos de los odios, miedos y amenazas que tan poco tardaron en cernerse sobre la república española.
Las recientes encuestas muestran que no nos encontramos tan sólo ante un país dividido, sino que en el lado de quienes perdieron las elecciones, existe un rechazo virulento, visceral, cavernario a aceptar el resultado. Las medidas que se anunciaron en el programa de la coalición de progreso cuentan con un amplio respaldo, pero pisan los callos e incomodan a quienes no están acostumbrados a que les tosan, y mucho menos a que amenacen su posición de privilegio. Más de la mitad de las personas encuestadas cree que éste será un gobierno dividido y de vida breve que será incapaz de hacer frente a los grandes retos que enfrenta, que entre fuerza centrífuga y presión atmosférica, acabará por ser víctima de muerte súbita. Algo parecido se decía del gobierno de Antonio Costa, y eso que ni tan siquiera ganó las elecciones, pero hoy, cinco años después, sigue gobernando desde el Palacio de San Bento.
Como en el caso del gobierno portugués, la coalición de progreso habrá de mostrarse ágil, decidida, dialogante, y hacer frente, sin arrugarse, a la amenaza permanente de la inercia y la regresión que conjurarán, implacables, las tres derechas. Habrá de gobernar instante a instante, ganarse, colectivo a colectivo, la confianza y la ilusión de quienes, más adelante, tal vez acaben por articular una mayoría de progreso más amplia y estable. Por en medio habrá inquina y hiel a espuertas, desconfianza en las propias filas, pero también pequeñas y grandes victorias. Ante la naturaleza efímera de la vida, ante el carácter perecedero y corruptible que le es consustancial a la naturaleza humana, un personaje de la novela de Sales exclama: “¡Vivir, vivir de una vez por todas! ¡De un trago, antes de ir a parar a la inmovilidad total!” Incierta gloria.
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