lunes, 6 de enero de 2020
De águilas y guacamayos
‘Más Pérez Galdós y menos Pérez Reverte’, dijo Pablo Iglesias desde la tribuna, y no le faltaba razón. Al primer día de investidura le iba como anillo al dedo esa distinción elegante de las dos Españas, la de la épica imperial, y la de la perspectiva desmitificada de los Episodios Nacionales. El primer día de 2020 que nos tuvo en vilo (habrá más), era el del centenario de la muerte del escritor y dramaturgo canario, pero se cumplían también 60 años de la del autor y filósofo Albert Camus. Viendo el barullo, la pendencia y quimera, puestas en escena por la extrema derecha y la derecha extrema, clamaba por ser oída la reflexión que desgranaba el nobel francés en ‘El hombre rebelde’ (1951), donde en su tercer capítulo, escribía que “Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo”. Y es que la bullanga y la jarana son el medio natural de las manadas y también de la pandilla, cuya moral es, escribe Camus, “el triunfo y la venganza, la derrota y el resentimiento”. A nadie se le escapa la actualidad y el acierto extemporáneo de quien denunciaba “las potencias oscuras de la sangre y el instinto”, para recordarnos que “para el fascismo ser es hacer”.
Y es que nuestra derecha realmente no sabe estarse quieta, más que cuando está en el poder, que es cuando salda deudas y reparte. Los ‘petimetres frenéticos’ del congreso, así los describiría el autor de ‘El mito de Sísifo’, son irreconciliables con un concepto de democracia moderna, y cuando no levan anclas para conquistar mundos, se vuelcan en la “conquista dirigida hacia el interior del país” eso es “propaganda o represión”. Cuánto nos sigue faltando Albert Camus, 60 años después de su absurda muerte, y cuánto bien nos haría entender con él que más que la revolución, lo que necesitamos es la rebeldía constante de la conciencia crítica, humanista y emancipadora, única alerta posible frente a la tiranía y el autoritarismo que tan presentes se muestran hoy. Definía Pedro Sánchez el conflicto como la tensión entre la ‘España que avanza’ y la ‘España que bloquea’, y apelaba a superar la lógica de los antagonismos, entre grandes partidos, o entre grandes bloques cerrados. Y sonaron muy bien las notas y la música que interpretó el presidente durante las dos horas de su discurso de investidura, durante las cuales a la derecha no le quedó sino morderse la lengua.
Defendía Sánchez devolver la fe en la política, combatir la desafección, superar el sectarismo, no mediante una revolución, sino a través de un “flujo de cambios en la buena dirección, que reduzcan el miedo, las diferencias de renta y que devuelvan un sentido de comunidad”. Situar el bien común como divisa de la identidad compartida, y no la epifanía de símbolos con la que nos pretenden redimir algunos, esa es la propuesta de la coalición progresista, y del ‘Nuevo acuerdo para España’, una apuesta por una misma política con corazón, aunque unos lo calcen a la derecha y los otros a la izquierda. Leyendo el documento, lo sorprendente habría sido que no hubiera resistencia por parte de la nobleza financiera, del clero y de la milicia eterna, cuando lo que se pretende es poner coto a los desmanes y excesos con los que se ha esquilmado el país. Baste con recordar que, aparte de revertir la reforma laboral o los índices de devaluación de las pensiones, el acuerdo pasa por revisar los mecanismos de privatización de la sanidad, por la gratuidad de la educación, el autoconsumo energético, la lucha contra la competencia desleal de las multinacionales o la laicidad del Estado. Por menos ¡A más de uno le rompieron las piernas!
Se verá si la política la mueve el amor o la remueve el dinero, si la democracia viva a la que se han abocado Sánchez e Iglesias, tiene premio, o se acaba arrugando víctima de tamayos y tucanes, guacamayos y truhanes, aves todas de los paraísos perdidos. Volviendo a Camus, este decía en una irreverente y magistral obra teatral (Calígula) que “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas”. En esta última categoría suman dos colectivos, el de los demócratas faltones (eso es, que se venden, traicionando a sus electores y a sus organizaciones políticas), pero también el de los demócratas que faltan, eso es, aquellos que coinciden en negativo, allende el color de las banderas, con la proclama inagotable del fascismo que vuelve y que clama ‘cuanto peor, mejor’, con tal de extender la divisa de la desesperación y del miedo.
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