lunes, 23 de septiembre de 2019
La sombra de Narciso
Mucho se han estrujado los sesos los analistas para explicar la crónica del fracaso anunciado en esta treceava legislatura. Más allá de quienes apelan al fatalismo, y aducen que, al margen de la calidad del número, pesa el proverbial cainismo en la izquierda, los politólogos y periodistas han planteado algunas alternativas interesantes. En primer lugar la que esgrime el propio Presidente, y que tendría su fundamento en una prevención higiénica con respecto a la calidad del gobierno, que habría hecho imposible una coalición con un partido con tan poca experiencia como Podemos. Si se tiene en cuenta que Pedro Sánchez entró dos veces por rebote en el congreso (2009 y2013), y que su liderazgo viene marcado por la crispación y la reiteración en el fracaso de los proyectos que encabezó (en el partido, en la oposición y en el propio gobierno), esta tesis difícilmente se mantiene en pie, máxime cuando la alternativa de izquierdas ha demostrado su capacidad en la gestión de destacados gobiernos municipales.
En segundo lugar está quien argumenta que la estrategia del PSOE de Sánchez pasa por ampliar la base en el centro, y que, en todo momento, tuvo claro que su opción era la de construir su apoyo sobre Ciudadanos, a pesar del rechazo casi visceral mostrado por Albert Rivera. Pero cuesta dar por buena esta opción, especialmente si tenemos en cuenta el talante constructivo en la segunda etapa de la doceava legislatura, en la que la colaboración era, como mínimo, prometedora. En tercer lugar, y solapándose casi con la anterior, estaría la alternativa de aquellos y aquellas que ponen el peso en la influencia de los poderes fácticos (Ibex, patronal…), que, a su pesar, habrían torcido la voluntad del presidente, una opción que, aún siendo verosímil, parece poco probable, al menos como razón exclusiva. Finalmente hay quien pone en valor el cambio evidente en la coyuntura económica, con un Pedro Sánchez que, como economista, estaría a vérselas venir, buscando una base política más estable.
Como en cualquier análisis, todos los argumentos son válidos, y se convendrá en que cada uno pesa en su justa medida en el resultado final. Sin embargo, hay un elemento que se deja de lado, y que, con la actual devaluación de la capacidad orgánica de los partidos, debería incorporarse al análisis, el de las capacidades y condiciones del propio liderazgo. Aquí, al margen del influjo del círculo de asesores y del tacticismo demoscópico, es oportuno elucubrar sobre la propia personalidad del presidente, a la búsqueda de un foco que aporte contraste y nitidez a la situación a la que nos enfrentamos. En este sentido se podría aducir, como hipótesis, que Pedro Sánchez traslada en algunos rasgos, un carácter marcadamente narcisista. Su naturaleza fuertemente competitiva, la incapacidad de asumir los propios errores, y la vocación por trasladar la responsabilidad, siempre de nuevo, a los demás, irían en este sentido. También la incapacidad de poner en valor a otras personas, y de denunciar, de manera casi irrisoria, que no están a su altura.
Las personalidades narcisistas escuchan poco a los demás, por darles poca relevancia, y por poner por delante siempre su propio triunfo y notoriedad. Cuando compiten lo hacen desde el miedo y la envidia, que es el sentimiento que creen despertar en otros. Así no se muestran capaces de construir sobre la confianza, e intentan mantener el control a toda costa, desde una evidente falta de empatía. Es habitual que pretendan apropiarse de los aciertos de otros/as y que prefieran rodearse de personas que refuercen su autoestima, porque a pesar de una arrogancia endémica, son conscientes de hasta qué punto son vulnerables. Evidentemente estas pinceladas son cuestionables, y también lo es que la psicología ocupe algún lugar en el análisis político, pero la trascendencia que tiene la capacidad de liderazgo en el contexto democrático actual, hace que, sin vehemencia alguna, convenga reflexionar sobre las cualidades personales que ha puesto en escena la reciente dramaturgia parlamentaria.
Cuando de manera cada vez más generalizada se plantean críticamente los límites del capitalismo, parece manifiesto que la opción del PSOE tendría que pasar, en lo ideológico y programático, por apoyarse en una base socialdemócrata, desde la que corregir los abusos cometidos por el poder financiero, con tal de ampliar la base social y situar, desde el compromiso y la voluntad de cambio, una mayor ambición transformadora en las políticas fiscales y laborales. Este fue el mensaje de las y los militantes socialistas al presidente que salió con 123 diputados de las últimas elecciones. Ante el panorama actual, no puede haber peor escenario que el de una campaña sanguínea y visceral en la que la división en la izquierda ponga en un brete las conquistas realizadas en esta reciente etapa democrática. Frente a ello, sobran los orgullos y amores propios heridos, y falta madurez a la hora de situar la propia responsabilidad. Es hora de recordar que la democracia representativa ha de prescindir de los liderazgos excluyentes, y precisa de proyectos colectivos que sepan saltar sobre su propia sombra, aunque sea al precio de remover las aguas y de robarle a algunos el reflejo que buscan, a toda costa, en el caudal de la vida pública.
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