domingo, 11 de agosto de 2019

El estado en la nube

Si quisiéramos resumir en tres frases la transformación ideológica de los partidos progresistas respecto al papel que ejercen mercado y estado, en primer lugar se ofrecería la que John F. Kennedy pronunció, en 1963, en Frankfurt: “Una marea alta levanta todos los barcos”. Utilizada habitualmente para justificar lo que José Luís Zapatero resumiría 40 años después con aquel “bajar los impuestos es de izquierdas”, la sentencia del presidente estadounidense fue rebatida por otros líderes de la izquierda, también del Partido Demócrata, como Jesse Jackson, que puntualizó, dos décadas después, que la marea alta no levanta aquellos barcos que están atrapados en el fondo. Que el crecimiento no necesariamente es inclusivo, ni llega a todos, es algo que hemos aprendido con creces en esta recuperación asimétrica, que ha beneficiado a los que más tenían y ha obviado a los que menos. Una segunda frase, que manifiesta singularmente la metamorfosis en la izquierda, es la que pronunció el ministro alemán de economía Karl Schiller, a finales de los años sesenta, y que proclamaba el objetivo “tanto mercado como sea posible, tanto estado como sea necesario”. Esta declaración de intenciones expresa de manera diáfana la supeditación de la socialdemocracia europea a la lógica del mercado, que se convertiría en axioma con la tercera vía. Es también aquí donde se articula la tercera frase, que en alemán se expresa en un sencillo juego de palabras ‘fordern statt fördern’ y que se puede traducir por ‘exigir en vez de promover’. Lema de fondo de la reforma social del canciller Gerhard Schröder, a principios de siglo, esta composición sitúa en un lugar preeminente la responsabilidad individual, y la antepone al ciudadano como sujeto de derecho.

La marea alta no necesariamente levanta los barcos más vulnerables, y de hecho arrastra al fondo los que están en el dique seco o tienen un amarre demasiado corto. La responsabilidad del individuo no siempre le permite superar su condición, y puestos a elegir, es preferible tanto estado como sea posible, y tanto mercado como sea necesario. Hoy parece evidente que es indispensable una reactivación en toda regla del papel del estado si se trata de realizar el proyecto de transformación que inspira toda ideología de progreso. En las últimas décadas hemos asistido a una auténtica resaca que, mediante la contención presupuestaria, la rebaja fiscal y la privatización de servicios, ha supuesto la retirada del estado, haciendo sitio a un mercado sin fronteras, que reescribe permanentemente las reglas. La política sin un proyecto claro que establezca las prioridades socioeconómicas, es poco más que gestión, y funciona, pero tan sólo en el corto o en el medio plazo. Lo hemos visto en el caso de Bélgica, que estuvo 541 días sin gobierno, pero que en ese tiempo superó la media europea en la creación de empleo y de producto interior bruto, y lo presenciamos, en vivo y en directo, con un mapa de gobiernos en funciones y de prórrogas presupuestarias, que, en nuestro caso, mantienen la inercia del crecimiento, pero son incapaces de promover reformas que redistribuyan la riqueza, cohesionen la sociedad y den estabilidad a un tejido productivo, sostenible a largo plazo.

La naturaleza menguante del estado estuvo en el origen de la crisis, convirtió a éste en banquero bombero cuando hubo que salvar el desaguisado, y ahora lo conduce por la senda de la contención del gasto, mientras el dinero lo regala, a un interés en mínimos históricos, el Banco Central Europeo. Por efecto de la regla de estabilidad, introducida hace 8 años en la Constitución, la inversión productiva que habría de aprovechar el ciclo, se confía exclusivamente a la iniciativa privada, que sin embargo responde con tibieza, a pesar de la facilidad de acceso al crédito, la reducida carga fiscal y la devaluación salarial que ha afectado especialmente a las rentas más bajas. Mientras el estado español, embutido en su autoimpuesto corsé fiscal, invierte, en relación a su Producto Interior Bruto, lo que hace 40 años, la empresa ausculta rumores transoceánicos, se desapalanca, y reparte dividendos, a la espera de que se definan con mayor claridad riesgos y oportunidades. La incertidumbre pone en evidencia que faltan políticas, presupuestos, alianzas. El estado menguante levita, rompe amarras y está en las nubes, mientras la sociedad, a sus pies, reclama políticas de cohesión que garanticen la igualdad de oportunidades y el derecho a la emancipación de las personas, especialmente de las jóvenes. La sombra que proyectan el cambio climático y la revolución tecnológica sobre nuestro futuro inmediato, a través de la automatización y de la digitalización, apela a una reforma que intervenga en el modelo de producción, en la fiscalidad y en el derecho de propiedad, mientras el estado se redimensiona permanentemente, en un entramado cada vez más confuso de intereses geopolíticos, acuerdos comerciales y uniones económicas, que no escapan a la lucha hegemónica por controlar los mercados, y que responden a la estrategia que fija el capital financiero y los grandes conglomerados industriales.

La productividad, en mínimos, y la renta disponible, que pone en jaque la demanda interna que apuntala actualmente el crecimiento, apelan a una intervención que paraliza y bloquean las reglas de estabilidad y un poso ideológico que se da por supuesto y que discurre, como ortodoxia indiscutible, al margen del debate político. Es hora ya de exigir al gobierno y a los partidos de progreso, un carpe diem: ¡Aprovechad el día! Antes que una nueva crisis merme el acceso a la financiación e imponga reformas estructurales que vayan en el sentido contrario de los intereses de una sociedad, en la que trabajo y calidad de vida definan la redistribución de la riqueza. Evgenzy Morozof, vislumbra en el horizonte un gobierno algorítmico en el que el procesamiento masivo de información por parte de agencias y corporaciones establezca las reglas, desplazando definitivamente al estado a una realidad inaprehensible y ubicua, desconectada del debate y de la definición democrática de las políticas socioeconómicas. Sería el paso definitivo que completaría la trayectoria de un estado menguante, que pasaría así de estar en las nubes, a instalarse definitivamente en una nube electrónica, inalcanzable y supeditada a intereses que nos son ajenos.

¡La bombeta vuelve el 10 de septiembre!

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