martes, 15 de noviembre de 2016

Mannequin Cat

A menudo los fenómenos virales reproducen con pasmosa precisión el sentir del momento. Así el mannequin challenge, el hito mediático que congela a políticos, deportistas y estudiantes en una instantánea de su vida cotidiana, plasma fielmente la parálisis social y política como actual seña de identidad. La incapacidad de avanzar en una u otra dirección, ya sea por miedo, apatía o incertidumbre, colapsa y bloquea la democracia. Es este el momento de los empates técnicos, de los aplazamientos, del liderazgo de personajes pueriles y engreídos como Donald Trump, que pretenden cortar de un solo golpe el nudo gordiano que atenaza la realidad.

Pero la perplejidad como sentimiento social dominante no tan sólo se ha instalado en los EEUU, sino que hace tiempo que congestiona también la vida pública en esta orilla del Océano. En el caso de Europa se hace patente en el auge del populismo xenófobo que se ceba en la debilidad de un proyecto común que no ofrece otro argumento que el del mal menor. En el estado, el desconcierto lo siembra la inercia imparable de un régimen político corrupto y prepotente, mientras que en Catalunya la paradoja permanente la introduce el discurso de las esencias, que distorsiona los debates y polariza profundamente a la sociedad.

Es esta una época de profundas brechas, de desconfianzas y enfrentamientos sanguíneos, de maniqueísmos y de desgarros en el tejido social. Sin embargo la división que se promueve y que prevalece, no es una condición natural, sino que es una condición inducida, la aplicación de una fórmula magistral que desarma la democracia e impide que se articulen mayorías que puedan evitar el control económico y social. En la lección inaugural de la Fundación Josep Irla hace bien poco el epidemiólogo social Richard Wilkinson hablaba de “Desigualdades, bienestar y democracia” y de cómo una mayor igualdad social nos haría más (tal vez demasiado) fuertes.

Sin embargo la presentación del autor de ‘The Spirit Level’ y las conclusiones omitían una parte central de su discurso. Se presentaba la ‘epidemia social’ que corroe la autoestima y contagia la ansiedad y la depresión, como si se tratara de un cataclismo natural, omitiendo el análisis de Wilkinson sobre sus orígenes. En lo que es ya el argumento recurrente de quienes gobiernan Catalunya, las causas de la crisis social se presentan como una circunstancia de naturaleza exógena; crisis global y gobierno central, quedando la Generalitat libre de toda responsabilidad. O no se tienen las competencias necesarias, o las que se tienen no sirven de nada.

Aún así valdría la pena escuchar o leer al epidemiólogo británico sin filtros ideológicos. El origen de la enfermedad está en la presión institucional y corporativa sobre el mundo laboral, en el declive inducido del trabajo organizado, del sindicalismo, que promueve lo que es un elemento central para garantizar la igualdad: una democracia económica real. Por eso es una prioridad la democracia institucional y el derecho al referéndum, pero lo es también y en la misma medida, la democracia en la empresa, la promoción de la negociación colectiva sectorial, el derecho de huelga o la protección y las garantías frente a la persecución sindical.

La ‘epidemia’ catalana tiene cifras. Las 600.000 personas que no tienen trabajo, de las que 7 de cada 10 no reciben ninguna prestación social, o ese 30% de los jóvenes que viven por debajo del umbral de la pobreza, marcan el nivel de la ‘temperatura social’. El no a una mayor recaudación a través del impuesto de sucesiones (500 millones por debajo de la recaudación en 2008) o a una intervención en el tramo autonómico del IRPF para disponer de más ingresos para inversión social (educación, formación, salud, dependencia…), muestran hasta qué punto la prioridad del govern no es otra que la de mantener el statu quo de unos pocos, al precio de una mayor desigualdad.

Las votaciones en las que han coincidido últimamente Junts x Si y el PP muestran que, en lo que conviene, el establishment se alinean al margen de banderas y de supuestas diferencias irreconciliables. Eso demuestra hasta qué punto la división es postiza y no pretende sino desarmar a la sociedad a través de un conflicto simbólico. El resultado es el Mannequin Cat, el bloqueo social de Catalunya a través del chantaje moral y político. Este sábado tenemos la oportunidad de sacudir un poco a este maniquí para reclamar unos presupuestos más justos y sociales.

Suspiraba Leonard Cohen en una de sus últimas canciones que hay quien quiere más oscuridad, pero que somos nosotros los que matamos la llama. Es hora de poner luz, más luz.

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