domingo, 19 de junio de 2016

ZapaCHEro

Al final Pedro Sánchez se dio prisa. En el pasado mitin de Valladolid, el candidato del PSOE se sacó a José Luís Rodríguez Zapatero de la chistera para reivindicarlo al fin, no fueran a quitarle la patente por desuso. Habría que decir sin embargo que lo hizo a medias y que se sacó dĺos conejos al precio de uno. Al que Iglesias bautizara unos días antes como ‘el mejor presidente de la democracia’ Sánchez lo convirtió en ‘uno de los dos mejores’. De hecho parece evidente que si para el líder de Podemos el mejor fue Zapatero y para Rivera, al que no le va el frío ni el calor, muy probablemente Adolfo Suárez, para Pedro el referente es el inefable Felipe González.

Celebró Zapatero que hoy todos quieran apuntarse a la socialdemocracia, y tardó bien poco en reivindicar que socialdemocracia es PSOE. No andaba desencaminado si por socialdemocracia se entiende el mejunje de la tercera vía, aquello de rendir las conquistas sociales bajo las presiones del capital financiero. Si se refería a aquella admirable arquitectura ideológica que defiende la redistribución de la riqueza, la centralidad del trabajo y el desarrollo social y democrático, parece evidente que hace ya treinta años que ni el PSOE, ni tampoco el Partido Socialista Europeo, debieran tener derecho a reivindicar la exclusiva.

Tal vez a Pablo Iglesias le gusta de Zapatero no tanto su pragmatismo ideológico, como su talante político. La exquisitez en las formas, el mensaje de la sonrisa, del optimismo. Y a nadie le debiera extrañar. El alcalde de Valladolid, en un arrebato de imaginación sutil y desbordada, bautizaba al líder de Podemos como ‘telepredicador prepotente’, y reivindicaba así la otra tradición del PSOE, la de la mala baba, la de la ironía barriobajera, la de esa mezquina soberbia que nadie ha encarnado mejor que Alfonso Guerra, y que se corresponde con el hábito de una mayoría absoluta que el PSOE no volverá ni tan siquiera a rozar en los próximos años.

Más le valdría irse acostumbrando a la idea y aceptar que el brindis al sol de Iglesias, no era un intento de usurpación de la figura de Zapatero, sino la sombra de una mano tendida. La confesión que le hizo Pablo a Pepa Bueno no sorprende tanto porque pusiera en valor al ex presidente: A pesar de que este rebajara el tramo superior del IRPF al poco de llegar al gobierno, a pesar de reducir la deuda cuando se trataba de invertir en la ciudadanía, a pesar de las ayudas lineales, que no progresivas, a pesar de desaprovechar la presidencia del Consejo Europeo en 2010 para hacer política y resistir frente al rodillo de la austeridad europea

Sorprende si acaso por aquello de ‘El mejor presidente de la democracia’, porque con ello el líder de Podemos sitúa como única perspectiva democrática en el estado, la que hasta hace bien poco tildaba como régimen de la transición. Obviar que la historia de la democracia en España no empieza al morir el tirano, y que los presidentes que lucharon por ella, como Azaña o Largo Caballero (por cierto en gobierno con ERC, PNV y PCE), bien se merecen la mención, es entrarle al juego al pragmatismo postdemocrático e invocar la gatopardización de la indignación y de la voluntad popular para “que todo cambie con tal de que todo siga igual.

Al parecer, ya en 2008, Iglesias citaba a Zapatero en términos elogiosos, poniéndolo como “referente progresista mundial y el representante de una forma de hacer política en Europa”. Tal vez esta fascinación no vaya más allá de lo puramente formal, de la complicidad entre dos políticos de formas cultivadas, y que a pesar de tender tanto la mano, en términos ideológicos, no hay peligro de que acabe por estirar el brazo más que la manga. El resultado de las elecciones precisa de un acuerdo de la izquierda, pero para ello no hace falta entrarle al trapo en ningún momento a la parte más inmovilista y reaccionaria del PSOE.

Sí vale la pena ganarse la confianza y la complicidad de la gente de progreso dentro del socialismo, porque ésta además dispone de convicción, de talento y de capacidad organizativa, que pueden ser imprescindibles para un gobierno con calidad política y social. Pero para sumar hay que mantener una postura clara y distanciarse del pragmatismo, que no es sino debilidad frente al gobierno de la austeridad y la involución postdemocrática. Es hora de hablar de programa, de proyecto y de política, de dejar de lado todo personalismo para definir con claridad los compromisos ante los que tiene que situarse la ciudadanía.

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