
El harakiri de David Cameron tiene visos de pasar a la historia como uno de los más sonados y estrepitosos fracasos en la estrategia política. Tal vez le haya pasado factura al premier británico la vocación especulativa heredada de su padre, corredor de bolsa, o sea su naturaleza presuntuosa la que le ha traicionado, pero en términos de previsión y de estrategia este aventajado alumno de Oxford ha demostrado una torpeza que no puede ser tildada sino como monumental. Pero no vale la pena rasgarse las vestiduras, ni es menester lamentarse tampoco ante lo que no es sino un acto democrático de intachable legitimidad.
Entre las múltiples reacciones que ha habido ante la inesperada victoria del ‘leave’, destaca especialmente la de Pedro Sánchez que, queriendo llevar el agua a su molino, nos ha servido una máxima ‘los referéndums son el fracaso de los políticos’, que da para pensar. Se entiende que el trasfondo no es otro que sacarse de encima el espinoso tema del referéndum catalán, en el que el PSOE se ha estrellado una y otra vez a lo largo de los últimos meses. Aún así su análisis sobre la confluencia entre ‘populismo y derecha irresponsable’ como el posible origen del brexit británico, no se puede considerar sino como interesado y superficial.
Junto a Sánchez ha redundado en esta idea Felipe González, reivindicando la socialdemocracia como única alternativa real a las políticas neoconservadoras y a los populismos nacionalistas. Parece que los dos perseveran así en la idea pueril de que son los ciudadanos/as los que se equivocan con su voto y no lo políticos con sus actos. Da que pensar que no quieran entender que ha sido precisamente el abandono, mediante la ‘tercera vía’ negociada entre Schröder y Blair, del proyecto social de Europa y de los auténticos valores de la socialdemocracia, lo que ha abierto aquellos espacios que ha sabido aprovechar la extrema derecha.
El coqueteo con el neoliberalismo, la rendición ideológica ante el culto a la competitividad y la cultura corporativa, la precarización del trabajo, la deconstrucción del diálogo social y la pauperización de las garantías y servicios del estado del bienestar, están en el origen de una vulnerabilidad y una incertidumbre de las personas a las que ha sabido apelar el oportunismo de los le Pen, los Wilder y los Farage. El no querer entender hasta dónde llega la propia responsabilidad e intentar convertir a los y las votantes en responsables de la debacle a la que los Schröder, González y Valls han condenado a Europa, no denota sino miseria política y moral.
El Brexit no puede ser considerado sino como uno más de los efectos de la traición a la naturaleza social del proyecto europeo que se ha escenificado, paso a paso, a lo largo de los últimos treinta años y que han alimentado personajes tan mediocres como Barroso o como Jean Claude Juncker. A este al menos se le ha de reconocer una cierta ironía e imaginación cuando ha hablado de ‘gobernar por abstención’ en referencia a la falta de liderazgo en Europa. Así estamos hoy, sin modelo, sin proyecto y sin liderazgo, y quien quiera superar el ‘Brexit’ no yendo al origen del problema sino prohibiendo las consultas, anda muy equivocado.
Al margen de la caída en las bolsas y de la devaluación del Euro en los próximos meses se nos presentarán todo un rosario de ‘exits’ con Frexits (Francia), Nexits (Holanda), Pexits (Polonia) y tal vez Suexits (Suecia), todos ellos celebraciones de la derrota moral de una Europa a la que se le ha inducido un coma político por crisis de identidad. La epidemia del UExit es, con toda certeza, la mayor crisis a la que nos hemos enfrentado en Europa en los últimos 60 años, y no tiene otra solución que tomar decisiones firmes sobre el modelo europeo, sobre su vocación democrática y social y sobre la agenda para avanzar en el proyecto común.
Lo peor que podría pasar ahora es que, después de las elecciones austriacas, del giro político en Hungría o Polonia, del auge del Frente Nacional y de los partidos ‘auténticos’, se intentara, una vez más, enterrar la cabeza bajo la arena, que no hubiera voluntad ni audacia suficiente para hacer frente al problema. La solución consiste en la recuperación de un proyecto que defienda la centralidad del trabajo, articule la redistribución de la riqueza y promueva la justicia y la cohesión social. Eso no será posible con aquellos que han traicionado durante treinta años lo que ya no les sirve sino como cartel electoral. Requiere si acaso de una nueva socialdemocracia, pero que habrá que reconstruir desde la izquierda.
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