
Dice la leyenda que Juan José Hidalgo, propietario de Air Europa, empezó su carrera de éxito transportando emigrantes a Suiza en un Mercedes de segunda mano. Que hoy haya ganado un concurso público por valor de 11,8 millones para deportar, a lo largo de los próximos 18 meses, a inmigrantes ‘ilegales’ a sus supuestos países de origen, tiene pues cierta lógica. Destacaba recientemente el embajador español en EEUU, Ramón Gil Casares, en la entrega del galardón de la Cámara de Comercio España-EEUU al empresario salmantino, que este era capaz “de adaptarse a cualquier circunstancia”. A su vez aprovechaba Gil el marco festivo para agradecerle a Hidalgo que hubiera “traído a los españoles al Caribe”, y si no hacía extensiva su gratitud a la deportación de africanos/as a África, sin duda no fue sino por mor a la diplomacia.
Europa cuenta muchos empresarios de mirada rapaz, siempre a la caza de una oportunidad, y se distingue también por una inusitada capacidad de adaptación al cambio. De hecho, en la actual circunstancia, Hidalgo hubiera merecido un reconocimiento europeo, no tan sólo por encarnar como pocos el ‘emprendimiento’ que tanto se ensalza, sino también por significarse en algo tan nuestro como la más absoluta falta de escrúpulos. Hoy resulta difícil ponerle cifras al ‘negocio’ de la seguridad o cara al inmenso drama de la ‘deportación’. Iniciativas como ‘
Migrant files’ apuntan a que en los últimos 15 años, en Europa se deportaron a millones de personas, gastando no menos de 11.000 millones de Euros. Tan sólo en 2014 se contabilizaron 161.000 retornos, de los cuales el 40% se establecieron como de carácter ‘voluntario'.
La relación entre ‘voluntad’ y ‘migración’ ha dado juego a algunas de las más abominables tergiversaciones lingüísticas de las que tenemos noticia en Europa. La migración ‘económica’, como coartada moral para repudiar a refugiados/as y migrantes no sólo se utiliza para cerrar las puertas de la Europa-Fortaleza a quien busca asilo, sino para echar de ella a personas que ya están arraigadas y que tienen empleo y familia. La vocación por parte de la Comisión Europea por establecer una migración ‘selectiva y circular’, hace que tan sólo se le perdone el móvil migratorio (ya sea económico o de supervivencia) a quien aporte formación y capacidad, y por tanto un cierto rendimiento al balance ‘contable’. Al resto no se le considera digno de salvar el déficit demográfico europeo y se le envía de vuelta a la miseria que lo vio partir.
Tendrá esto algo que ver con una seña de identidad tan europea como la voluntad constante de prosperidad y mejora. Esta semana pasada se le concedía el premio Carlomagno no a Pepe Halcón, sino al Papa Francisco, y se le confiaba en un pergamino el siguiente deseo: “Que el santo Padre nos dé el coraje y la confianza para hacer nuevamente de Europa aquel sueño que hemos osado soñar durante 60 años”. La impotencia que demuestra tal petición no puede ser proporcional, sino al ultraje que se le hace a un santo varón, al concederle un premio que ha de compartir con personalidades tan oscuras como Schäuble, Trichet, Juncker o Kissinger y con símbolos tan tangibles y materiales como el Euro (2002), lo que vendría a ser, en otras palabras, un premio concedido anteriormente tanto a Judas como a las 30 monedas.
Este lunes se celebra de nuevo el Día de Europa sin que sepamos exactamente qué es lo que hemos de celebrar. Un reciente estudio publicado en ‘Nature’ demuestra que los primeros individuos de tez clara que vinieron a Europa hace unos 13.000 años y que trajeron consigo la agricultura y el neolítico, partieron de Oriente Medio. También de allí cerca, en Fenicia, era la bella Europa, hija de Agenor, que secuestró Zeus para llevársela a Creta, y unirse a ella junto a una fuente bajo unos plataneros. Hoy aquellos agricultores sirios o jordanos, que vinieron para enriquecer con su cultura la población que habitaba estas tierras en los albores del neolítico, habrían sido metidos en un avión de vuelta junto a Europa y su toro blanco.
Si algo distingue y une a Europa es la persecución de un sueño y de una mejora que es también lo que buscan todos/as aquellos/as que vienen a buscar refugio en estas tierras. No fue el cristianismo, ni la ciudadanía romana, ni Carlomagno, ni el humanismo, ni la ilustración el origen o principal seña de identidad de Europa. Fue si acaso la vocación utópica, un deseo de mejora social y moral, de crisis permanente y de superación, que hoy entra en profunda contradicción con el carácter económico y de discriminación racial y religiosa que se le quiere imprimir al proyecto común. No hay así nada más europeo que la lucha de todos aquellos y aquellas que pugnan por que se reconozca su derecho a venir y permanecer en Europa.
Como escribe Suleymane Bagayogo, cuya historia me llega gracias a la recomendación de la compañera Lebris de la CGT francesa: “A todos aquellos que creen que el aislacionismo es la mejor manera de protegerse y de desarrollarse, hay que decirles que la tierra pertenece a todos, que nada ni nadie podrá evitar el desplazamiento de los hombres y de las mujeres que huyen de la guerra, de las agresiones de todo tipo, de la dictadura y del hambre, y que esperan una vida mejor en otro sitio”.
Feliz Día de Europa…
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