domingo, 29 de mayo de 2016

Deconstruyendo Europa

El referéndum del próximo 23 de junio en el Reino Unido comporta una interesante paradoja. Por un lado la consulta pone de relieve la tradición democrática británica, que supone un valioso activo para el proyecto Europeo. Ya el plebiscito escocés mostró el arraigo y vitalidad de una cultura política que se basa en el parlamentarismo y que en los momentos más negros de la historia europea, siempre se mantuvo como un referente. Pero al mismo tiempo la consulta supone la escenificación definitiva del distanciamiento histórico con el proyecto europeo, al que nunca se ha favorecido por su dimensión social o política, sino por la puramente comercial.

Junto a su incuestionable tradición democrática, hay otro elemento central en la perspectiva política y económica del Reino Unido. Es lo que Friedrich von Hayek bautizó ‘individualismo verdadero’ y que recoge las esencias del ‘auténtico liberalismo’, aquel que afirma sus esencias frente al equívoco y burocrático ‘racionalismo continental’. Este tradición que arraiga en Adam Smith, Adam Ferguson o Edmund Burke está en el origen de la sobredimensión financiera de la economía inglesa (el país más corrupto del mundo según Saviano). Al mismo tiempo ha inducido a algunos actores a identificar de manera casi permanente el proyecto europeo con un burocracia ineficiente y costosa, que impone además un inmoderado gasto social.

En la percepción que tienen los británicos de la Unión Europea pesa sin duda, no tan sólo la visión promovida por el establishment británico, sino su propia experiencia, desde la adhesión, el 1 de enero de 1973. El momento histórico en el que el Reino Unido se sumó a la Comunidad Europea era ya el del declive económico con el trasfondo de una fuerte crisis global. En este marco las obligaciones en el ámbito agrario o de pesca, no pudieron ser percibidas sino como un doloroso sacrificio de la propia soberanía. Con la victoria de Margaret Thatcher en 1979, habría que sumar la pérdida de derechos sociales, laborales y sindicales, con un fuerte aumento del desempleo.

Hay que reconocerle a la dama de hierro una capacidad innata para introducir en Europa una lógica que luego sería replicada por muchos otros jefes de estado. A partir de los años 80 las mejoras sociales o políticas serían presentadas en toda Europa como logros de las políticas nacionales, mientras que las pérdidas eran señaladas como consecuencias de las políticas europeas. La dirección ‘eurófoba’ de Thatcher en el marco del desmantelamiento social del Reino Unido, no hizo sino enajenar a la ciudadanía británica frente al modelo social europeo, y centrar su atención en el coste ‘económico’ que les suponía ser contribuyentes netos de un proyecto invasivo en términos ‘políticos’.

No hay que olvidar que Londres fue durante siglos la capital de un imperio, y que por tanto tiene poca vocación por integrarse en un proyecto ‘federal’ que descentralice sus competencias. La cultura del consenso europeo es además ajena a una cultura parlamentaria de desbordante vitalidad que no puede entender los pesados procesos de acuerdo, ya sea en el marco de la gobernanza, a nivel migratorio o financiero, sino como una imposición ejecutada de manera demasiado opaca. En este sentido el descrédito que ha supuesto la política de la gobernanza económica europea para la mayor parte de los trabajadores/as europeos, no es ajena tampoco a la ciudadanía del Reino Unido.

La consulta del ‘brexit’ se escenifica en el marco de un auge de políticas nacionales en Europa (Austria, Polonia…) que puede tener importantes consecuencias. El escenario de una salida del Reino Unido tendría sin duda un impacto directo en las próximas elecciones en Francia y en Alemania y podría introducir un escenario imprevisto para la UE, con una crisis política sin precedentes. La victoria de la permanencia, no podría considerarse tampoco como un paso adelante, al consolidar la lógica de la ‘excepcionalidad’ introducida por Cameron en las negociaciones de febrero, con más poder de veto y una discriminación sin precedentes de los trabajadores móviles europeos.

Sin duda el establishment británico estaría encantado con una salida ordenada de la Unión Europea que coincidiera con la firma de un tratado comercial como el TTIP que les garantizara la continuidad en el acceso al mercado europeo. Pondría fin a lo que el ex alcalde de Londres, Boris Johnson llamó recientemente el ‘proceso lento e invisible de colonización legal de la UE’ en la lógica discursiva del reaccionario UKIP y de otros actores políticos. El conseguir que este proceso ‘legal’ en la UE sea percibido como un proceso ‘democrático’, sin duda es la gran deuda pendiente que tiene la Comisión y el Consejo Europeo no sólo con los ciudadanos británicos, sino con toda la ciudadanía europea.

Modelo social y gobierno democrático son dos claros déficits actuales de la Unión Europea, que condenan el proyecto común a un ocaso anticipado. Más nos valdría que la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeo aprovecharan este momento de especial trascendencia para hacer balance de los últimos cinco años, y fijar con algo más de ambición social, cuáles han de ser las señas de identidad de un proyecto común que no tan sólo atraiga y convenza a los británicos, sino a todos los trabajadores y ciudadanos/as europeos.

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