domingo, 24 de abril de 2016

La voz interior

España está para el diván. El relato de la actualidad es una locura que inspiran manos sucias y que repite, desde lo más profundo de la caverna nacional, un rancio y gutural entramado económico, político y mediático. Cuando hace un año y medio, unos pocos diputados llamaron la atención del ministro del Interior sobre una información publicada por eldiario.es, que denunciaba la actividad conspirativa que desarrollaba un grupo policial ubicado en la Dirección Adjunta Operativa (DAO), el dadivoso Fernández Díaz los envió directamente, y sin pestañear, al psiquiatra. A nadie debería extrañar que Pablo Iglesias, investigado por esta misma unidad, que filtró un calumnioso informe bautizado como PISA (Pablo Iglesias Sociedad Anónima) el día antes de constituirse las Cortes, y que, a pesar de la insistencia del oxímoron ‘Manos Limpias’ no pudo prosperar, recurra al legado de Freud para describir la realidad mediática nacional.

Parece a todas luces evidente que el objetivo de la filtración del informe PISA fue, en ese momento, el de dotar de argumentos al PSOE para evitar cualquier negociación con Podemos, y facilitar así, desde el principio, un acercamiento político a Ciudadanos, que, como estaba previsto, se realizaría poco después. Que esta intriga e intervención cuasi parapolicial desde el aparato de estado no haya desatado un escándalo de primera magnitud, cuestiona la vocación democrática de los partidos que conforman las Cortes, y especialmente la de unos medios de comunicación o bien escandalosamente adocenados, o directamente abducidos por el poder. Este es el trasfondo que habría que considerar no tan sólo para entender la intervención del líder de Podemos, el pasado jueves, en la Facultad de Filosofía de la Complutense de Madrid, sino también para analizar la polvareda que se ha querido levantar a su alrededor.

El objeto de la conferencia de Pablo Iglesias no deja de ser un clásico. La tensión que comporta la proximidad emocional entre el/la periodista y el sujeto al que se ha de interpretar, forman parte del meollo del debate de la comunicación desde que este existe. Que esta tensión tiene un lado sexual no debería sorprender a nadie, menos en un país en el que el periodismo incluso ha dado continuidad a la línea de sucesión. El que en la presentación del libro de Fernández Liria, Iglesias pusiera nombre y apellido a su propio objeto de análisis, no puede considerarse sino desafortunado, y, mal que nos pese, falto de ‘cariño’ y de respeto. Confrontar a una persona con la complicidad de la platea en una chanza innecesaria, es un gesto inmaduro impropio no de quien quiere ser presidente, sino de quien pretende tener un papel vertebrador en la construcción de una alternativa parlamentaria con voluntad de transformación social.

Pero como en otros casos, también en este resulta más desproporcionado el efecto, el revuelo posterior, que no la causa, la intervención del secretario general de Podemos. Por poner un ejemplo, la reacción de Victoria Prego resulta especialmente virulenta al tildar de ‘totalitario’ a Iglesias por defender que ‘la información es un derecho’, y que este tiene que estar garantizado por el estado. En un ataque desorbitado y sanguíneo, Prego escribe: “Lo que queda definitivamente claro, aunque ya había enseñado la patita anteriormente, es el sentido que tiene Pablo Iglesias de lo que es una democracia y de los principios sagrados que hay que respetar para que el sistema conserve su salud y no muera gangrenado…”. Comparar a un líder político con un animal, hacer de la democracia religión, e identificar a la crítica ideológica con una ‘enfermedad’ que ataca o ‘pudre’ el estado, parece propio de otras épocas.

Pero este es el ‘talante’ del poder mediático, o al menos así se expresa la Presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid. No preocupa la libertad de prensa acosada por el PP, ni la arbitrariedad en el reparto de la publicidad institucional, ni el control financiero de las líneas editoriales, ni tampoco la precarización de la profesión. Lo único relevante es que no se toque a las vacas sagradas de la democracia, unas cabeceras tiempo ha decapitadas y con tan poca deontología como sentido común. Rafael Moyano número dos de ‘El Mundo’ dedicaba al compañero Álvaro Carvajal un breve artículo. En él recordaba que el joven ante el revuelo que se había levantado alrededor suyo, se había planteado la siguiente pregunta. “¿Pero quién soy yo?”.

Esa es exactamente la pregunta que se debe hacer en todo momento un auténtico periodista. Para encontrar la distancia con quien le paga su salario, para mantener su autonomía y cultivar su deontología profesional. Esa es la integridad que hoy reclama la ciudadanía, y es también la vocación y el compromiso que se niega y se frustra desde unos consejos editoriales que se confunden ya por completo con los consejos de administración. Es también un recurso 'psicoanalítico' de gran valor en el ámbito de la política, una garantía de autenticidad en un mundo vulnerable a la vanidad y minado por intereses espurios. Frente al dictado del poder, la arrogancia y la visceralidad, nada tan saludable y democrático como escuchar la voz interior.

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