
Es este un tiempo de fuertes contrastes. Hace nada en Bruselas se extendía por las calles desiertas, por entre las sombras fugaces que huían de una actualidad rota en mil astillas, un aire triste, pesado, amargo como el polvo de un castillo de naipes caído. Unas semanas después, en Francia, la primavera asalta las plazas y todo desprende un perfume, que, como escribía Verlaine, es ‘dulce como un pueblo en revolución’. Recuperaba la cita l’Humanité hace bien poco y recordaba que quienes ocupan las plazas con sus debates y propuestas, no reclaman la luna, sino la verdad de la palabra pública, una sinceridad que le ha sido robada a la ciudadanía, y no tan solo en Francia.
Le hacía falta a Europa un nuevo arrebato callejero, un ensayo político de incierto final que iluminara las ciénagas de un proyecto político que lleva demasiado tiempo engañándose a sí mismo. No falta quien vaticina que las cesiones por parte de los Macron y de los Valls acabarán por romper la unidad de acción y minar el proceso de confluencia entre sindicatos estudiantiles, sindicatos obreros y movimientos sociales. Sin embargo parece que hay mucha rabia acumulada. Por la humillación a la que se expone a los más vulnerables, ya sean migrantes o precarios. Por la arrogancia del acoso a los derechos y condiciones que pertenecen única y exclusivamente a trabajadores y ciudadanos.
Es un momento dulce también para rebuscar en las fuentes y leer al padre del movimiento obrero francés. La edición que ha dedicado Yulca editorial a Jean Jaurés (Movimiento obrero y sindicalismo) ofrece una selección de artículos publicados en l’Humanité, entre 1905 y 1914. En ellos el profesor de filosofía que se lanzó a la arena política por la huelga de Carmaux y por el escándalo de Panamá, un caso de corrupción que salpicó a industriales y políticos de la tercera república, reflexiona sobre la clase obrera, sobre sus dos organizaciones; la Confederación Sindical y el Partido Socialista, y sobre sus principales instrumentos: la huelga, la negociación colectiva y la consulta obrera.
Parece evidente que hoy, a pesar de Panamá, la situación es algo diferente. Lo es por el Partido Socialista francés, que ya no es una herramienta al servicio de los y las trabajadoras, sino al contrario, el yugo por el cual se les quiere someter a estos a una pérdida de derechos y de condiciones de vida y de trabajo. Decía Jaurés: “La clase obrera no puede llegar a su objetivo, sino elevándose al estado de fuerza económica y de fuerza política, en Confederación Sindical del Trabajo y en partido político socialista.” En la parte política la clase trabajadora se ha quedado sin referentes, y en la parte sindical falta hoy en Europa ese sindicalismo “amplio, poderoso, libre y fuertemente disciplinado”.
Apelaba el líder francés a que, ante la decepción, se realizara un inmenso esfuerzo metódico de afiliación, de educación, de libre disciplina, se hiciera frente al conflicto entre trabajadores mediante el referéndum, la huelga y el convenio colectivo. Hoy, 100 años después, el derecho de huelga vuelve a estar en el candelero, y debilitar la negociación colectiva es el principal objetivo de las reformas que impone el régimen de la gobernanza. Lo que ha cambiado es en buena parte la percepción del trabajo. Este se presenta, no ya como medio de vida y de organización social, sino como un derecho esporádico o un privilegio que se gana mediante la precariedad y que no da para emanciparse.
Este descrédito del trabajo; precario, mal pagado, incierto, ha supuesto la mayor victoria de la ofensiva neoliberal. Desacreditando el trabajo es como se han desacreditado las instituciones del trabajo organizado, ya sea la negociación colectiva o el diálogo social. Decía Jaurés que “los trabajadores tomarán conciencia de su fuerza profunda, de la fuerza vital del trabajo”, y hoy el trabajo es poco más que el sucedáneo de una actividad remunerada, expuesta a la arbitrariedad del capital. Si la revolución social era para el padre del socialismo francés la confianza del proletariado en sí mismo, hoy el bien más preciado que hay que recuperar es precisamente esta confianza.
Para ello hace falta recuperar la espina dorsal que, en lo ideológico, es el proyecto político, de partido, y en lo relativo a la organización del trabajo, el sindicalismo de clase como perspectiva de progreso social y de igualdad. “Los partidos son necesarios: no los clanes ni los grupos de ambiciones, de apetencias y de vanidades reunidos en torno a personas, sino los grupos de fuerzas reunidas en torno a ideas, a programas, a doctrinas.” Eso es lo que en días dulces como estos se anuncia en las plazas y en las calles francesas. Que sigue viva la lucha por las ideas, y que tal vez la más importante de todas ellas, es la del trabajo emancipado, como fundamento de cualquier sociedad justa.
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