
La respuesta de Angela Merkel a la emergencia migratoria ha permitido aflorar en Alemania un remanente de reacción social y política que parecía erradicado. El resurgimiento de un discurso inspirado en la intolerancia y el patriotismo se ha hecho patente en manifestaciones como las convocadas por Pegida, en los recientes resultados electorales de Alternativa para Alemania (AfD), pero también por boca y letra de algunos destacados intelectuales. Christian Schröder hablaba en
un artículo reciente de una ‘falange’ de populares eminencias, en la que habría que encuadrar a filósofos y literatos como Sloterdijk, Safranski o Botho Strauss.
El que tal vez exprese de manera más clara los ejes de esta nueva narrativa sea Marc Jongen,
Asistente de Peter Sloterdijk cuando este era rector en Karlsruhe y Vicepresidente de AfD en el Land de Baden-Württemberg. Hace dos semanas en una
entrevista al diario suizo NZZ este destacado ideólogo de Alternativa para Alemania desgranaba los ingredientes de un ideario que nos transporta a otra época. El primero de ellos es el clásico del enemigo interior (una ‘casta’ de banqueros y burócratas corruptos), y del enemigo exterior; una marea incontrolada de inmigrantes económicos entre los que se esconden radicales y terroristas.
A este primer enunciado le sigue un segundo clásico, el de la teoría de la conspiración. En otra
entrevista reciente Peter Sloterdijk, que ya había recurrido anteriormente al concepto de ‘arma poblacional’ (Bevölkerungswaffe) para etiquetar la evolución demográfica en los países árabes, vaticinaba: “algún día se podrá leer quién ha dirigido los flujos de refugiados”. Esta visión paranoica inspirada en la lógica del socialdarwinismo, incorpora, en el caso de Jongen, una crítica al estatus quo institucional que, en la tradición parasitaria de la extrema derecha, manipula y adultera conceptos como el de ‘postdemocracia’ de Colin Crouch.
Amenazada por la migración y por la burocracia de unas instituciones vendidas a intereses exógenos, Alemania se enfrenta además a la manipulación por parte de una prensa a la que Pegida difama como mentirosa (Lügenpresse), y Sloterdijk define como‘éter de la mentira’. El filósofo de las esferas añade que, en relación al terrorismo, los medios anteponen el alarido sensacionalista a la responsabilidad y se despacha a gusto definiendo el terror “como un género de la industria mediática del entretenimiento”. Jongen, menos imaginativo, prefiere recurrir al tópico algo más manido de la histeria y de la tergiversación endémica.
Pero donde tal vez mejor se distinguen los paralelismos históricos de esta caterva pseudo intelectual es al aparecer el concepto de ‘indefensión’. Sloterdijk recurre ya al principio de su entrevista en ‘Cicero’ a los abusos y denuncias de Colonia e imprime así a la ‘vulnerabilidad’ nacional una connotación ‘sexual’. Jongen refuerza esta deriva denunciando la falta de valor y de ‘virilidad’ de un pueblo, el alemán, condenado al infantilismo tras la 2ª Guerra Mundial y que no ha podido alcanzar su ‘madurez’ hasta la reunificación. Esta concepción ‘orgánica’ de la nación como sujeto histórico parece confirmar los peores presagios.
Otros ingredientes ‘clásicos’ como el victimismo, la crítica al autoengaño y a la falsa moral quedan perfectamente recogidas al llegar al final de la entrevista con Jongen: “Siempre se ha de cuestionar hasta qué punto la moral, el objetivo y las convicciones de la superestructura de una sociedad garantizan su supervivencia, hasta qué punto son culturalmente sostenibles. Con la hipermoral que domina actualmente la opinión pública no tan sólo no se puede construir un estado, sino que se envenena el clima social al no poder ser vivida.” La referencia al veneno y a la ‘supervivencia’ cultural parece algo más que una reminiscencia.
El concepto de hipermoral ya fue utilizado para cuestionar la coherencia y necesidad del debate sobre la culpa histórica alemana por el nazismo (‘Vergangenheitsbewältigung’). En aquel momento se podía haber utilizado este concepto para mostrar cómo la socialización de la culpa por los brutales excesos del nacionalsocialismo no había servido sino para esconder tras el manto de la ‘culpa colectiva’ la responsabilidad individual de potentados, militares y políticos. No fue así, sino que se utilizó para silenciar cualquier debate ‘infantil’ sobre el propio pasado en aras de la reunificación y de la ‘madurez’ del proyecto nacional.
Hasta qué punto el cierre en falso del debate sobre la culpa fue un error lo demuestran hoy con sus discursos la AfD y los Jongen y compañía. Aportan al proceso de renacionalización de Europa un componente alemán que resulta profundamente estremecedor y siembra el proyecto europeo de malos augurios. Jorg Seesslen lo definía hace bien poco
con acierto en ‘Der Spiegel’: “El fin del mundo no tiene que ver con los refugiados, sino con el lado contrario: con una Europa que se cierra herméticamente, que se renacionaliza y se adentra de nuevo en un lodazal semifascista.”
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