
El populismo europeo tiene sus propios templos. El principal templo alemán sin duda es el rotativo amarillista ‘Bild’ mientras que el británico es con toda certeza el infausto ‘The Sun’. El día después del Consejo Europeo que había de facilitar la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, ambos comentaban la épica cumbre protagonizada por el británico Cameron. Mientras el tabloide más leído en lengua inglesa le dedicaba en sexto lugar una noticia sobre una pareja de ‘burócratas alemanes’ sorprendidos en una situación comprometida en un inhóspito cuarto del complejo europeo, ‘Bild’ ofrecía un titular digno de figurar en los anales del periodismo: ‘Los Europeos no somos idiotas’.
El populista pasquín alemán celebraba con esta generosa constatación que la Unión Europea había demostrado al fin algo de sentido común, no tanto por darle cuerda al premier británico, sino por dar un primer paso en la dirección correcta, la de cerrarle el paso al “turismo social” en Europa. Este tópico, como el de la ineficiencia y lo superfluo de la Comisión, o la pereza congénita de la ciudadanía mediterránea, es una de las máximas que regurgita de manera crónica la prensa populista en el norte de Europa. La tibieza de ‘The Sun’ sin duda tampoco se debe a otra cuestión, que la de estar aun negociando los términos de su apoyo a Cameron en aras del referéndum del próximo 23 de junio.
Sin embargo, junto al amarillismo, el mundo anglosajón ha aportado a Europa otros elementos que son de agradecer, como su arraigada vocación por la democracia y las libertades civiles. También hay que reconocerle al Reino Unido que nunca ha pretendido engañar a nadie sobre su relación con Europa, presentada siempre como un matrimonio de convivencia, eso es, un compromiso en el que el sentimiento es substituido por la satisfacción mutua de intereses estrictamente comerciales. Así Londres siempre ha dicho que la Europa del mercado, la única que le interesa, no debía supeditarse a la construcción política de una Unión percibida siempre como agresión contra su identidad histórica.
Pero si bien el punto de vista del Reino Unido y su falta de compromiso europeo son respetables en tanto que nación soberana, lo que resulta del todo censurable es la inconsistencia de la estrategia europea en la negociación que se escenificó la semana pasada en Bruselas. En primer lugar por permitir que con urgencias tan impostergables como la crisis humanitaria en el Mediterráneo, la necesidad de recomponer la cohesión social y económica en Europa o de avanzar en la unión bancaria, la cumbre fuera secuestrada por el galleo y jactancia del tory británico. En segundo lugar por negociar a la baja sobre los derechos sociales europeos sin disponer de un mandato democrático.
Las prioridades de la agenda de Cameron para el Consejo Europeo eran cinco. Evitar la pérdida de influencia por no pertenecer al euro, distanciarse de la aspiración estratégica de la unión política europea, impulsar medidas económicas de corte liberal, aumentar la posibilidad de veto a las leyes aprobadas por el Parlamento Europeo y limitar los beneficios sociales para los/las trabajadores/as migrantes. El que los mandatarios europeos aceptaran una rebaja en este punto es especialmente vergonzante y motivo añadido de oprobio para la dirección política del proyecto europeo que no se distingue en su ‘egoísmo de estado’ de aquel que caracteriza al Reino Unido y su actual inspiración neoliberal.
Al relativizar el derecho de los trabajadores/as a no ser discriminados en el acceso a las prestaciones sociales por razón de origen, el Consejo ha puesto en cuestión la vigencia del artículo 45 del Tratado, de Reglamentos fundamentales como el 492/2011, y ha abierto la puerta a una progresiva disolución de derechos fundamentales de la ciudadanía europea. Ya el así llamado ‘paquete de movilidad’ marcaba esta tendencia, siendo el ultimátum británico no más que una excusa para avanzar sobre este objetivo. Pero la derrota ideológica que celebraba ‘Bild’ es profundamente preocupante por otras tres razones: Porque lanza un mensaje equivocado en relación a la solidez y coherencia del proyecto Europeo, por ceder la iniciativa a la extrema derecha representada por partidos como UKIP, y por ahondar el déficit democrático de aquellas decisiones estratégicas que nos afectan a todos/as.
Si bien el Reino Unido tiene pleno derecho al refrendo democrático sobre su permanencia en Europa, esta decisión no debería comportar automáticamente una rebaja del modelo social europeo. Aun siendo contribuyente neto, Gran Bretaña tiene razones suficientes para permanecer en Europa, y no sólo por los intereses de la City londinense. Que Cameron haya programado el referéndum para el solsticio de verano tiene cierta carga simbólica. Es el día más largo del año y es también el día en el que se quema aquello que ya no sirve y se celebra el triunfo del sol sobre las tinieblas. No queda más que desearle a los británicos que ese día voten con total libertad de conciencia, y que lo hagan pensando en que no tan sólo votan sobre su salida de la Unión, sino también sobre un compromiso definitivo y serio para formar parte de este proyecto social y político. Si no es así al final realmente se nos quedará cara de idiotas.
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