
Hace ahora 5 años, el 4 de febrero de 2011, Felipe González se refería en un artículo con notoria amargura al foro de Davos. Lamentaba en él que la política, como representación de los intereses generales, dejara ir de nuevo las riendas del mercado, permitiendo que “la esperanza se convirtiera en melancolía”, y alentando la incubación de una nueva burbuja financiera. Para aquellos/as que se sintieron identificados/as con la lucidez del análisis, la constitución, dos meses más tarde, de la sociedad de capital riesgo Tagua Capital, impulsada y presidida por el que fuera Secretario General del PSOE, resultó ciertamente chocante.
Felipe González no tan sólo intentaba amortizar así las relaciones políticas acuñadas durante su mandato como Presidente del gobierno a lo largo de 14 años, sino que se acompañaba en el empeño de relevantes representantes de la elite financiera, provenientes, entre otros, de la banca March, de Merryl Lynch o de Goldman Sachs. Esta puesta de largo y la voluntad de rentabilizar su trayectoria pública habían tenido ya dos capítulos previos: Como asesor del multimillonario mexicano Carlos Slim, y, desde unos pocos meses antes, con su incorporación como consejero independiente al Consejo de Administración de Gas Natural.
No puede sorprender con este trasfondo algo farisaico, que González se despachara sin sonrojarse en una reciente entrevista sobre los trileros de la política, el ‘Gobierno del Ibex’ o la urgencia que exige atajar la ‘corrupción rampante’. Delataba con ello que, lejos de un ornamental jarrón chino, lo suyo es más propio del Egipto de los faraones. Esperemos que de los 94 ex mandatarios que el millonario australiano Fred Clive Palmer escogiera para el Club de Madrid, no todos sean como Felipe, o el proyecto puede acabar por hacer sombra a otras dos iniciativas del magnate; reflotar el Titánic y reproducir dinosaurios en un entorno controlado.
En la desafortunada entrevista, nuestra momia socialista, recién escapada de su pirámide en algún húmedo bosque tropical, dedicaba duras palabras a una alternativa social y política muy cercana a la que el mismo encarnó y lideró hace ahora 35 años. Tildaba así a los diputados/as de Podemos de farsantes y adeptos a un autoritarismo postmoderno que bautizaba como ‘leninismo 3.0’. A pesar de sus matices previos (aún más ofensivos al cuestionar la solvencia intelectual de los votantes del partido de Iglesias), la actitud de Felipe deviene profundamente corrosiva para el marco democrático de convivencia que dice defender con tanto ahínco.
Reproduce González con su análisis la posición de trinchera promovida por el bipartidismo y elevada a dogma hegemónico por los mass media con el apoyo del capital financiero y de las grandes empresas. Sus axiomas son tres. El primero de ellos dice que la transición fue ‘la mejor de las transiciones posibles’, la segunda, que no había alternativas a la devaluación política y social impuesta al amparo de la crisis, y la tercera, que no hay alternativa democrática a la alternancia PP-PSOE. El optimismo del ‘mejor de los mundos posibles’ que tan bien le funcionó a Leibniz, chirría sin embargo estrepitosamente cuando se aplica a nuestra historia reciente.
La transición no acabó con la corrupción endémica, ni con la crónica tensión territorial, ni con el subdesarrollo social. Los 30 años de bipartidismo no han solucionado en lo económico los problemas estructurales derivados del franquismo, ni tampoco pusieron remedio al déficit crónico en derechos y servicios que sigue padeciendo hoy la ciudadanía. Los calamitosos errores en las políticas macroeconómicas al entrar en la Unión Monetaria y la aplicación a rajatabla de las recetas envenenadas de la austeridad, han condenado al país, si cabe, a una regresión social y democrática que ni el maquillaje estadístico ni la propaganda institucional pueden esconder.
Hoy se esquilman las arcas de la seguridad social, se incrementa la deuda pública hasta niveles insostenibles, y se extiende la dependencia, la pobreza y la precariedad laboral. Mientras, la lacra del fraude y la elusión fiscal se extiende, crece la economía informal y se invoca la ‘recuperación’ poniendo toda esperanza en la reedición de la cultura del pelotazo y el derroche que tanto marcara los tiempos de González y de Aznar. La España que defiende Felipe es, en definitiva, la que margina la integridad, el mérito y la responsabilidad y sitúa la democracia, no como un derecho y una libertad de la ciudadanía, sino como un patrimonio generacional.
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