domingo, 3 de enero de 2016

El salto

Suerte de las personas pequeñas. Son ellas las que libres del trasiego de la vanidad y del amor propio son capaces de entregarse a las grandes causas. Una de estas personas pequeñas, pero inspiradas por una generosidad y un carisma inmensos, fue sin duda nuestro amigo Carlos Seijo. Fallecido a mediados de diciembre, su aliento sigue animando la lucha de todos/as aquellos/as que hoy seguimos plantados ante la injusticia y el expolio, ya sea en forma de tratados comerciales abusivos como el TTIP, de fraudes masivos como el Castor, o de tecnologías tan irresponsables y contaminantes como la fracturación hidráulica.

No es mi intención honrar la memoria del compañero con un panegírico para el que me falta el necesario conocimiento, pero sí brindarle esta reflexión. Es fruto de una lectura de año nuevo que aborda cuestiones que nos eran comunes y que debatimos en más de una ocasión. Se trata de ‘Los límites del mercado’ del economista Paul de Grauwe que, de manera muy simple pero eficaz, describe algunos mecanismos que alimentan la oscilación histórica entre estado y mercado, y plantea la posibilidad de que, en uno u otro momento, alcancemos un equilibrio que nos permita superar la cultura del riesgo y de la codicia.

Escribe el autor neerlandés que el capitalismo tiene límites externos e internos. Los primeros son el resultado de un mercado incapaz de regular la externalización de riesgos y de perjuicios medio ambientales o sociales por parte del capital. Las emisiones de CO2 y el calentamiento global son una dimensión de este problema, pero la misma lógica alimenta también el mundo de las finanzas y sus burbujas especulativas, la explotación laboral o el actual acoso y derribo del bien público. En todos estos casos la iniciativa del ‘capital’, al querer maximizar el rédito, aboca al colectivo humano a un riesgo insoportable que obliga a intervenir a la ‘autoridad’ pública.

Por otra parte existen también límites internos que son aquellos que se desprenden de la dimensión ‘racional’ a la que apela el mercado en nosotros, y que ignora nuestros sentimientos, incluido nuestro sentido de la justicia, nuestra motivación para trabajar o el instinto de cooperación, acosado de manera permanente por la obsesión por la competitividad. El capitalismo no tiene la capacidad para evitar entrar en colisión con estos límites internos y externos. La paradoja reside así en la naturaleza autodestructiva del sistema de mercado, y el problema radica en que nos arrastra a todos en su caída.

La cuestión es así cómo inducir y anticipar la transición y, más allá, cómo poner fin a la oscilación crónica entre estado y mercado para alcanzar un modelo equilibrado. La tecnología puede permitir una adaptación al cambio climático, pero es posible, e incluso probable, que haya un incremento ‘no lineal’ a través de un calentamiento súbito, fruto de la dispersión del metano almacenado bajo el permafrost, o que haya una reacción imprevista ante la injusticia global que comporte gobiernos autoritarios. En el escenario más positivo las fuerzas sociales serían capaces de frenar la carrera del capitalismo hacia sus propios límites.

Para ello son necesarias instituciones democráticas que funcionen y den voz a las víctimas de la degradación social y medio ambiental, pero también es imprescindible más colaboración a nivel global. El entorno no sabe de fronteras, y una política que grave a las grandes fortunas, sancione la contaminación y erradique la explotación laboral precisa de un carácter global si pretende ser realmente efectiva y prevenir la evasión, las deslocalizaciones y la competencia desleal. De Grauwe compara el esfuerzo que hace falta para alcanzar este punto con la tenacidad de un Sísifo y cita a Albert Camus. A mí me viene otra imagen a la mente.

Se trata de la manifestación del 18 de abril de 2015 contra el TTIP. En un momento dado, al emprender la leve cuesta que lleva desde Via Laietana hacia la Plaza Sant Jaume, Carles Seijo tomando impulso, saltó directamente desde el asfalto a la caja del camión de la megafonía desde el que había acompañado la manifestación. Fue un salto grande, insospechado, un salto que requería de una porción desbordante de confianza en la propia capacidad. Esa es para mí la esperanza del cambio, personas como Carles Seijo, y voluntades que nos hacen volar.

1 comentario:

  1. Perseverar en la solidaridad, la cooperación y el trabajo/lucha por la justicia económica y social han de conllevar discernimiento responsabilidad y conciencia. Esto traerá hegemonía de cambio.

    ResponderEliminar