
Mariano Rajoy está por encima de los bancos, al menos de los de sentarse y descansar un rato. Su reciente numerito en Benavente se inscribe dentro de la lógica de la política espectáculo que tan buenos resultados ha dado a Santamaria o a Iceta, y que también ha seducido antes a Albert Rivera, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. Se trata probablemente de dar una pátina de normalidad a la política, ya sea desde una cocina o un café, en un país en el que la política es cualquier cosa menos normal. Se persigue tal vez el convertir su ejercicio en algo agradable y cercano, cuando durante cuatro años ha sido poco más que bronca y cotidiana decepción.
También los demás líderes flotan estos días sonrientes y relajados, a una prudente distancia por encima de nuestras cabezas. Desde las farolas y marquesinas exhiben facciones y rasgos a los que los diseñadores han dado un especial relieve. Diríase que la tendencia photoshop de esta campaña es la de poner especial énfasis en el contraste, como si el político o política fuera a saltar del cartel. Con ello es probable que se pretenda evitar que el candidato/a en cuestión se difumine en el ambiente, se evapore, víctima de su ligereza y de esa metamorfosis en paladín, rapsoda y engatusador a la que se entrega cuando le sobreviene el celo electoral.
La creciente escenificación del liderazgo es una consecuencia natural de la atonía generalizada que ha infectado la política en estos años. Una de las imágenes más chocantes y que mejor definen esta debacle, es la de Françoise Hollande en su silla en el homenaje a las víctimas de los brutales atentado de París. Apartado y distante, pretendiendo visualizar que toda la nación es ese único hombre, melancólico, dolido y rabioso, este tipo de liderazgo es primo hermano de aquel que se sube al banco de la extravagancia o pega voces desde la tarima o el atril. Es pura exhibición y espectáculo de quien tiene bien poco de político y mucho de gestor.
El desdoro de la política que pretende edulcorar esta teatralización de las campañas es fruto de una imparable transmutación. El abandono de la ideología, de un modelo o de unos valores a los que someter el ejercicio político, ha comportado una clara pérdida de asertividad, de determinación. Con ello se ha hecho patente una disposición, una dependencia cada vez más latente a buscar una fuerza mayor o un principio rector que justifique la falta de proyecto. Así el mercado o la nación se han convertido en los aliados naturales de una farsa que precisa de liderazgos atractivos y de una elocuencia que disimule la penuria de los argumentos.
No deja de tener interés observar los liderazgos que concurren en esta campaña. Al margen de Rajoy, que vendría a ser en esencia el ‘antiliderazgo’ personalizado, y que por tanto será la inspiración de todos aquellos que han dejado de creer o nunca han creído en la política, de los tres candidatos restantes, hay dos, que destacan por lo apolíneo de su diseño, como si vinieran de saltar del molde en el que se ha fraguado la tan cacareada regeneración. La única diferencia entre ambos es que en el caso del PSOE, el mensaje viene a ser el de siempre, la alternativa bipartidista, y en el de Ciudadanos, se pretende ser ‘la’ alternativa al bipartidismo.
Ni uno ni otro cambiarán nada, sino que funcionarán por fuerza mayor y traicionarán al poco cada una de sus promesas. En el caso de Podemos, la confluencia de diferentes sensibilidades da algo de esperanza en un liderazgo compartido, al que sin embargo puede pasarle factura una cierta vocación mesiánica. En relación al papel del liderazgo en la política actual, resulta también apasionante echar una ojeada a lo que sucede en las CUP. Tras tentar su ‘madurez’ política con un croissant de chocolate, algunos de sus ‘representantes’ (aquí no hay liderazgos) han empezado a titubear y pretenden influir desde la tarima mediática en la asamblea.
Que un partido de la izquierda radical y marxista vaya a hacer juegos malabares para permitir, en nombre de la patria, la continuidad en el poder de un partido burgués y neoliberal, sería la prueba definitiva de que prevalece la gestión y no la política. Si en Catalunya a pesar de los recortes, de la reforma laboral, del TTIP, de Adigsa, Palau o ITV, vuelve a triunfar el apolíneo Artur Mas, llevándose por delante la asamblea de las CUP, la cosa pinta mal. Tal vez el 21D sea el momento para reflexionar si no habrá que profundizar algo más en la cultura democrática de la izquierda e implicar en el ejercicio político al conjunto de la ciudadanía.
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