domingo, 1 de noviembre de 2015

Grandes

Esta semana hemos viajado al Líbano con la Fundació Pau i Solidaritat. Lo hemos hecho en el marco de un proyecto cofinanciado por el Ayuntamiento de l’Hospitalet, que promueve la organización de un sindicato de trabajadoras domésticas al amparo del sindicato libanés Fenasol. Al margen de la sensación de paz interior que comporta alejarse, aunque sea por unos días, de la actualidad política catalana (uno tan sólo se da cuenta de lo insoportable que es cuando toma la suficiente distancia), el encuentro con las empleadas nepalís, etíopes, filipinas y subsaharianas ha supuesto una inyección de inmediatez y de realidad. Dejando al margen la fascinación por los equilibrios, precarios pero milagrosamente estables, entre las 18 o 19 confesiones que habitan este pedacito de Oriente Medio, es preciso dejar constancia de la admiración que merecen el tesón y la fuerza de un colectivo tan vulnerable y maltratado como lo es el de las empleadas del hogar.

La participación de CCOO de Catalunya en el proyecto pretendía poner en valor el trabajo realizado, también con mucha entrega y entusiasmo por nuestra organización, a la hora de promover la normalización de la situación de las trabajadoras domésticas en el estado español, incorporándolas al régimen general de la seguridad social. Esta lucha se ganó en 2011 tras una intensa labor sindical que nos permitió acercarnos a la comunidad filipina en Barcelona y conocer de cerca la labor y carisma del inolvidable Padre Avelino, pero también de todas aquellas mujeres invisibles que concurrían en las asambleas. En el caso del Líbano el problema ya no radica en el régimen de cotización (aquí no se cotiza más que por enfermedad), sino en el reconocimiento del trabajo doméstico como una relación laboral y por tanto sujeta a derecho. La zona gris en la que se desarrolla actualmente este trabajo facilita situaciones de injusticia, explotación severa e incluso de carácter criminal, que pasan desapercibidas demasiadas veces.

La situación especialmente precaria de las empleadas domésticas llamó la atención de la Organización Internacional del Trabajo que le dedicó, en el año 2011, el convenio 189. Esta norma internacional promueve la protección y reconocimiento de un estatus laboral que resulta especialmente vulnerable. La proximidad física, la falsa confianza que comporta la convivencia, conduce demasiadas veces a situaciones de violencia física y sexual, maltrato y vejación. Por desgracia, hasta ahora, tan sólo 22 estados han ratificado este convenio, entre los que no figura la República del Líbano, ni tampoco, por desgracia, el estado español. El trabajo doméstico comporta por su fuerte dispersión territorial y por las condiciones horarias (no menos de 6 días a la semana) una dificultad añadida cuando el objetivo es organizarse sindicalmente. Las compañeras que han fundado el sindicato de empleadas domésticas lo han hecho sacrificando a lo largo de los últimos años cada uno de sus preciados días de descanso.

Otro elemento que aporta complejidad a este proceso de sindicalización es el de las inmensas diferencias culturales entre trabajadoras que vienen de países tan diversos como Nepal, Senegal o Malaysia. Romper el molde y reconocerse en compañeras que viven la misma situación, pero desde perspectivas tan diferentes, no es fácil y supone probablemente uno de los mayores logros del sindicato Fenasol a lo largo de esta iniciativa. La riqueza y la alegría; sencilla y tremendamente contagiosa de este colectivo, nos devuelve, a la par que otras luchas recientes como las de Valeo o Alstom, la confianza perdida en la fuerza de la voluntad y de la rebeldía frente a la injusticia. Todas ellas nos recuerdan cómo la fuerza de la transformación del status quo empieza casi siempre con un golpe en la mesa y que, a veces, para conseguir un ‘Sí’, hace falta primero pronunciar con fuerza un ‘No’.

En tiempos en los que la musculatura se concentra más en la capacidad de adaptación que en la de alterar el orden de las cosas, el ejemplo de las trabajadoras domésticas libanesas es un ejemplo de grandeza y de voluntad. A lo largo de los días de reuniones y del seminario la sensación continua era la de un profundo descoloque por la inversión de la direccionalidad. Los que hemos tenido la suerte de asistir al proceso somos los que hemos aprendido y los que nos llevamos en la maleta el inmenso regalo de las sonrisas y de la convicción de estas mujeres. Ellas nos enseñan que, a pesar de la extrema precariedad, el éxito está a nuestro alcance. Habita en nuestra conciencia y se alimenta de la intransigencia ante la injusticia convertida en cotidianeidad.

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