domingo, 8 de noviembre de 2015

El arsenal

La identidad catalana está hecha, como todas, a base de paradojas. La primera que el día de su fiesta nacional conmemore la derrota frente a las tropas de Felipe V. Otra, que su Parlamento ocupe el antiguo arsenal de la fortaleza que el d’Anjou mandase construir a un tal Próspero de Verboom, después de tomar a sangre y fuego Barcelona. A pesar de los 300 años pasados, hoy uno tiene la inquietante sensación de que la antigua naturaleza del edificio sigue inspirando el intenso quehacer parlamentario. No ya por las maneras, pacíficas e incuestionablemente cívicas de sus diputados y diputadas, sino porque las fintas y estrategias parlamentarias que allí se urden, parecen querer perpetuar, ad eternum, la arquitectura geopolítica introducida por Utrecht y, con ella, la más pesada losa que condena la construcción de Europa.

Parece evidente que la Unión tiene en los Estados-Nación que integran el Consejo Europeo, el principal obstáculo para extender su legitimidad y afianzar su buen gobierno democrático. En la misma medida Catalunya tiene en aquellos que quieren forzar de inmediato, y a cualquier precio, la desconexión institucional, los peores enemigos para poder extender y afianzar su soberanía democrática, social y nacional. Las lecturas interesadas del resultado del ‘plebiscito’ del 27D no ocultan el hecho de que, si bien el 53% de sus señorías defienden una Declaración Unilateral de Independencia, estas no llegan a representar más que al 47,8% de los votantes. Este porcentaje podría menguar de seguirse fomentando el ‘relativismo político’ en el análisis y interpretación de la voluntad de una ciudadanía que tiene una sólida cultura democrática.

La paradoja definitiva de la historia reciente de Catalunya es que aquellos y aquellas que creen encarnar a los libertadores de la nación, acabarán apareciendo, muy probablemente, como los enterradores de un proyecto que nunca estuvo más cerca de su realización. La ansiedad, el personalismo, la instrumentalización partidista, el vértigo, la pasión por la épica, en definitiva, la renuncia al buen sentido y a la mesura política han embarcado a una buena parte de la clase política catalana en un viaje a ninguna parte que, si hay suerte, nos devolverá a la casilla de salida, y, si no la hay, nos abandonará en algún inhóspito callejón. Que haya quien le apriete la vejiga y se independice encima, es comprensible después de 300 años de continencia. Que se le quiera confiar el timón parece a todas luces imprudente e innecesario.

Pero para paradoja el último episodio registrado en el Parlament, con la ampliación e inclusión de un anexo a la resolución para iniciar el proceso de creación del estado catalán. Que en el marco de la ‘Masificación’ del proceso soberanista, Convergencia haya aceptado introducir en la propuesta reivindicaciones como la soberanía energética, el carácter público de la sanidad, el derecho al aborto o la gestión social de la deuda, hace patente la vocación por el teatro y la falta de vergüenza y de escrúpulos por parte de quien ha dilapidado los recursos públicas con unas políticas clientelares que, en muchos casos, rozaron la corrupción. Que las CUP vayan a creerse semejante berenjenal demuestra que, o han empezado a confundir poder y política, o dan por amortizado su bien más preciado: su coherencia democrática y social.

Ante este panorama la propuesta de resolución que ha presentado en paralelo Catalunya Si que es Pot parece la opción más sensata, especialmente cuando sitúa como principal reto la tensión entre globalización y derechos de ciudadanía. Entre estos derechos está también el de autodeterminación. Superar esta tensión supone así trabajar en la política real, lejos de espejismos simbólicos y de promesas sin fundamento. Para eso hay que desarmar la hipocresía de los unos y la pompa de los otros. El ‘Plan de Rescate’ en el horizonte inmediato y el ‘Proceso Constituyente’ en el medio plazo, habrían de ser los elementos centrales para articular una mayoría social, profundamente democrática, en el Parlament de Catalunya.

La tercera pieza, el tan necesario referéndum, precisa, un año después del 9D, o bien de un cambio de calado en la geometría parlamentaria estatal, o de una complicidad internacional que, por desgracia, ha sido dilapidada a lo largo de los últimos meses. El próximo 20D hará cinco años desde que Mas dijera aquello de: “Els catalans tenen, tenim, el dret democràtic a decidir el que més ens convé com a poble”. Ese sigue siendo el punto de encuentro. Por eso sobran los partidismos y personalismos que hacen del Parlament no un arsenal democrático, sino un auténtico polvorín.

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