domingo, 25 de octubre de 2015

Centro ¿Qué centro?

A algunos les cuesta sumar. Que 32,3 + 10,2 + 8,1 hacen 50,6, y que 50,6 son más que 38,6, parece evidente. Por eso sorprende que el resultado de las elecciones portuguesas del pasado 4 de octubre fuera presentado no como un reprobatorio a la escabechina social portuguesa, sino como una victoria de la derecha encabezada por Passos Coelho. Los titulares de ‘El País’ “Portugal avala en las urnas las políticas de austeridad del gobierno”, de ‘El Mundo’ “Portugal avala la austeridad de Passos Coelho”, pero también titulares internacionales como en la BBC “Victoria a pesar del rescate”, en Libération “En Portugal el régimen seco gana las elecciones” o en Frankfurter Allgemeine “Victoria del alumno aplicado de Europa” muestran hasta qué punto en la comunicación de masas actual confluyen tendencia y tendenciosidad.

Pero la realidad pone a cada uno en su sitio. La probable coalición entre socialistas, bloco de izquierda y comunistas bajo el liderazgo de Antón Costas, supone una novedad interesante en Europa que renueva la esperanza en un cambio posible y pone nerviosa a la derecha europea. La cuidada puesta en escena en el reciente congreso del Partido Popular Europeo y los ingentes esfuerzos de los conservadores europeos por arropar a Mariano Rajoy a menos de dos meses de las urnas, así lo demuestran. La proverbial irreverencia del presidente español que, con 5 millones de parados y un aumento imparable de la pobreza, afirma que “el empleo y el estado de bienestar son patrimonio de los populares” no siembra al parecer el desaliento en las filas de aquellos/as que creen que Mariano tiene “cogido el toro por los cuernos’”.

Por desgracia el estado español tiene bien poco que ver con Portugal. Por ahora las elecciones del 20 de diciembre parece que no las va a ganar la derecha de PP y Ciudadanos, sino que las perderá una izquierda que ha convertido en enfermedad crónica el exceso de ambigüedad y de personalismo. En vez criticar las políticas de austeridad y reivindicar la centralidad del trabajo y de los derechos en la sociedad, los partidos que, por tradición o raigambre ideológica, habrían de ubicarse en la izquierda (ellos no lo hacen), pugnan por disputarse el centro. Lo que quiere decir ‘centro’ si es que quiere decir algo a nivel ‘ideológico’, está por ver, pero es de temer que la vocación por la templanza y la equidistancia no exista como tal, y que el centro sea el espacio que ocupan en política desistimiento y conveniencia.

La renuncia de Pedro Sánchez a revertir la reforma laboral, o las elucubraciones de Pablo Iglesias centradas en el salario mínimo y la renta garantizada, muestran que ninguno de los dos le da un papel central al trabajo como elemento articulador y redistribuidor de la renta. No tener una visión del papel del trabajo en la sociedad, significa no tenerla tampoco de la formación o de la emancipación de las personas. La fiebre del ‘centro’ emana, es de temer, de la academia y se extiende en una clase política de ‘izquierdas’ que ha pasado de la butaca al atril sin pasar por la fábrica, la oficina, el almacén o la obra. Los liderazgos políticos de la izquierda los ocupan profesores y eminencias que teorizan y deciden al margen del trabajo organizado, porque este les resulta en el fondo tan desagradable como extraño.

El contexto que ha dado pie a esta situación es el de una profunda crisis de liderazgo. Y es que aunque pueda sorprender, el auge del personalismo y del carisma mediático tiene bien poco que ver con el liderazgo en la izquierda. El culto a la persona no construye organización, sino que entrega la llave de la ‘popularidad’ a unos medios que saben perfectamente a quien se deben. Al mismo tiempo el intento de instrumentalizar los movimientos sociales en la así llamada confluencia (que no suma), eso es, de organizar los partidos alrededor de las personas, y no las personas entorno a los partidos, comporta una lenta pero inexorable debacle organizativa que condena a la izquierda en su conjunto al ostracismo político.

En la situación actual habrían de exigirse compromisos claros y apear de la carrera política a todos/as aquellos/as que quieren rentabilizar simpatías, afinidades, complicidades o minutos de pantalla. El futuro de la izquierda pasa por un partido del ‘trabajo’ que, para empezar, ponga en valor la solidez, dedicación y trayectoria de sus propios representantes. No hay futuro si seguimos abocados a una cultura de la ‘generación espontánea’ y de las ‘estrellas fugaces’ que no hace sino servir a aquellos que persiguen la disolución, división y evaporación de la izquierda como proyecto transformador de la realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario