
A Mariano Rajoy nada le inmuta. Ni la contradicción e incoherencia más estridente es capaz de contrariar la sosería y pusilanimidad del presidente. Así, al entrar esta semana en el Consejo Europeo, tachaba la puesta en escena en torno a la declaración de Más ante el Tribunal Superior como ‘impropia de un país democrático’. Al mismo tiempo presentaba la imputación del President como prueba fehaciente del buen funcionamiento de la separación de poderes en nuestro país. Mucho se ha escrito sobre la estrategia recurrente del PP de afirmar con solemnidad las más estrambóticas patrañas, pero esta merece una especial reflexión.
Si bajo impropio entendemos ‘falto de las cualidades convenientes según las circunstancias’ lo que resulta manifiestamente ‘impropio’ es cualquier referencia de Rajoy a la separación de poderes. Para empezar el mismo día que declaraba Mas, el Senado aprobaba la reforma exprés del Constitucional al dictado de una evidente estrategia electoral. Pero además la injerencia en la configuración del Tribunal Supremo y Constitucional, y en el funcionamiento ordinario de la justicia, ya sea mediante iniciativas en solitario como la ley de enjuiciamiento criminal o la ley mordaza, ha merecido la denuncia continua por una buena parte de la carrera fiscal y judicial.
También resulta impropio que mientras Eurostat constata que España es, junto a Grecia, el país en el que se ha hecho patente un mayor incremento del riesgo de pobreza y de exclusión social, el gobierno se empecine en afirmar lo contrario. No hay campaña electoral que excuse la pasión por un maquillaje estadístico que intenta ocultar la realidad social y el desbarajuste de unas cuentas que no convencen ni a la Comisión. Claro que ésta le pide 10.000 millones de recortes adicionales, pero ese es un tema que Rajoy prefiere dejar para el 21D. Ahora es hora de lucir palmito y de inaugurar carreteras y puentes a falta de viviendas sociales y de pantanos.
Es también impropio que cuando a Mariano Rajoy no le crecen más que los enanos, le ponga a su campaña electoral el grandilocuente eslogan de ‘empleo y seguridad’. Para seguridad la nuestra, país récord en parcialidad en el empleo, en temporalidad y en sueldos de miseria que no dan otra certeza que la de un horizonte tan negro como el betún. La vocación ceremonial del PP, calzada en camisa de fuerza en el mitin de la ‘unidad’ de este sábado en Toledo, no da para más, por mucho que se estrujen los cerebros creativos y copys. Incluso el ambicioso spot del quirófano resulta impropio porque confunde a nivel político infarto y gangrena.
Ni la economía, ni la sociedad ni la política española tienen un problema cardiovascular, sino que padecen de una evidente enfermedad degenerativa. Esta tiene una sintomatología clara y dos vestigios evidentes. Por un lado está la deriva y el abismo moral. El sobreseimiento de la causa por las 15 muertes del Tarajal que tanto ha alegrado al ministro Fernández Díaz y las declaraciones del arzobispo Cañizares, denigrando a refugiados y demandantes de asilo, son pruebas de una acuciante pauperización moral. De ella no nos salva ni siquiera el ministro, por mucho que haya acudido presto al Vaticano a la canonización de la beata de la Purísima Cruz.
El otro vestigio es el de la corrupción. De esta se habla cada vez menos. La retahíla interminable de nombres que ahora descansan a la sombra de las banderas, ya no abre los telediarios. Tras un ligero colapso por recibirse en sede ministerial al corrosivo Rodrigo Rato, ni siquiera el disgusto de Paco Granados y Bárcenas han conseguido devolver a la actualidad, que este es uno de los países más corruptos de Europa. En 2015 había 1.700 causas abiertas y más de 500 imputados o investigados, pero la única ‘Púnica’ que interesa ahora es la guerra para taparse mutuamente las vergüenzas los unos a los otros, hasta que prescriban los delitos.
Lo que es impropio es que Mariano Rajoy hable de democracia cuando su vocación política se inscribe en la del caudillo que descansa en un mausoleo que pagamos todos y que, hace ahora 75 años, hizo fusilar al presidente catalán elegido legítimamente en las urnas. Es impropio, en definitiva, que el presidente hable de soberanía. Ha demostrado con suficiencia este hombre de los parches y de la taquigrafía, este perrito faldero del poder financiero estatal y trasnacional, que la única soberanía que le quita el sueño es la de ser el correveidile de los poderosos. Por eso anda tan preocupado ahora, viendo en Pedro Sánchez o en Albert Rivera ese centrista desaprensivo que viene para quedarse con el puesto.
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