lunes, 12 de octubre de 2015

Camellos que vuelan

Hay que decirlo. Esto de ser de izquierdas no es nada fácil. Al margen del ejercicio de lucidez que supone el posponer siempre de nuevo el momento de la victoria, y de la paciencia que se requiere para asistir a un proceso de división interna voraz e infinito, está lo de la culpa. Sí, porque finalmente hay quien en su análisis postelectoral lejos de hacer sitio a la autocrítica, le pasa el testigo de la derrota, húmedo y arrugado, a quien ha ejercido su derecho al voto. Lo hemos visto en el caso de Podemos, pero también en el de otros partidos. Por eso la dimisión de Gema Ubasart pone algo de dignidad en un ejercicio, el de la política, que confunde, cada vez más, responsabilidad y retórica.

Cualquier previsión medianamente seria anuncia ya que la izquierda no será capaz de ofrecer una alternativa el próximo 20 de diciembre. Cuando las políticas de austeridad han sembrado más injusticia, y más se ha extendido la precariedad entre la ciudadanía de este país, menos capaz se ha mostrado la izquierda de aunar fuerzas y de poner contra las cuerdas a los artífices del inmenso expolio social que nos privatiza, empobrece y margina. Como gallos en el corral, embebidos por el personalismo y la vanidad, los unos y los otros han dilapidado sin freno el capital de la indignación popular y se lo han ofrecido en bandeja a aquellos y aquellas que, lo estamos viendo, lo han incorporado ya a sus propias estrategias de marketing.

Desde luego que la política debiera tener bien poco que ver con las estrategias de venta. Aún así, hay dos cuestiones que sí importan: los resultados y la capacidad y coherencia a la hora de aplicar los programas. Sin resultados electorales o políticos nada cambia, y, mal que nos pese, también en la izquierda el movimiento se demuestra andando. Por eso el siniestro espectáculo de la división interna de Izquierda Unida y la incapacidad del partido de Pablo Iglesias para poner de su parte en la articulación de la Unidad Popular, resultan devastadores hasta el punto de preguntarnos si no estaremos aún a tiempo para exigir que cedan a un liderazgo algo más integrador y proactivo.

En nuestro caso Eulàlia Vintró pedía en un reciente artículo que, de cara al referéndum, se dejara de soñar y llamáramos a las cosas por su nombre. Sin duda eso es importante en relación al plebiscito catalán, pero también lo es para algo tan central como la renovación de nuestro proyecto político. Aunque hemos avanzado en la confluencia, parece evidente que, por ahora, esta no funciona. No lo ha hecho porque en las elecciones catalanas se le dio un carácter ‘estatal’ a la campaña que fue contraproducente, porque se erró el nombre y porque no se dio salida ni provecho a los principales activos electorales, los propios. Pero, o alguien no se da por aludido, o continúa soñando.

La izquierda en nuestro país recuerda así cada vez más a una manada de avestruces. No tan sólo porque sobrevivimos en un páramo visiblemente desierto, sino porque para ayudarnos en la digestión y dada nuestra voracidad, nos comemos hasta las piedras. La pasión de algunos por amagar la cabeza para pasar desapercibidos no nos hace mejores, y aunque seamos los más veloces e intrépidos cuando se trata de atravesar corriendo este erial, para ser aves de verdad nos siguen faltando las alas.

El nombre científico de los avestruces es el de Struthio Camelus, en referencia a algo parecido a un ‘gorrión grande como un camello’. Del gorrión tenemos la agilidad dialéctica extrema y del camello la capacidad para atravesar una y otra vez el mismo desierto. Pero no basta con andar y andar, ni con hablar y hablar hasta exprimir la retórica y dilucidar cuántos camellos caben por el ojal de una aguja.

Tarde o temprano habrá que aceptar que la izquierda es un proyecto colectivo y que quien se honra en servir de referente, se hace responsable de la victoria y del fracaso. Alguien tiene que asumir responsabilidades. No se trata de estigmatizar, sino de repartir de nuevo las cartas para tener derecho a una nueva oportunidad. Es el único camino si algún día queremos ver camellos que vuelan.

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