domingo, 20 de septiembre de 2015

Plebis Mito

Las elecciones al Parlament de Catalunya son un auténtico despropósito. Mientras que los que quisieran una campaña ‘normal’, en la que debatir propuestas y programas se ven urgidos a ponerse a la defensiva, son mayoría aquellos que se vuelcan en alimentar la controversia del carácter plebiscitario de una convocatoria electoral que, es de temer, no nos llevará a ningún sitio. Conviene recordar que la palabra plebiscito viene de ‘plebis’ (gente común) y de ‘scitum’ (decreto, mandamiento), y que por tanto su significado etimológico es el de ‘Ley promulgada por la gente común’. Pero el carácter irreverente del proceso electoral en su conjunto nos invita a pensar en la necesidad de ampliar un léxico que se nos ha quedado corto. Dado el potencial al parecer inagotable de nuestra inventiva política, es así necesario plantearse la necesidad de introducir un nuevo término, el de ‘Plebismito’. Sería este un proceso en el que la gente común y también la menos común se organizarían para definir de manera más o menos pacífica, no una ordenanza o mandamiento democrático, sino un mito colectivo.

El carácter mítico y falsario de los procesos llamados ‘democráticos’, se ha ido acentuando en los últimos años. Su particular casuística la ilustra a la perfección la estrategia electoral del PP y de otros partidos. La repentina complicidad de Mariano Rajoy con el matrimonio homosexual, el generoso ‘regalo’ a los funcionarios, devolviéndoles los días moscosos o pagándoles al fin la extra que previamente se les había retirado, son tan sólo indicativos. Resulta más interesante la súbita disposición del ministro Margallo a reunirse con el mismísimo Belcebú del Llobregat y a hablar de cambiar la financiación autonómica, o la confesión enternecedora de García Albiol proclamando que la campaña del PP contra el Estatut fue un error. Por el otro lado y a modo de contrapeso, se nos sirve la gratificante fantasía de una reafirmación colectiva que evoca un mundo posible y maravilloso. Uno que tiene el colorido de Jauja, la harmonía interior de un Shangrila, o la nívea pátina de mística mediterránea que acompaña a la siempre soñada Ítaca.

Pero si las elecciones son generosas y nos regalan actitudes y perspectiva fantasiosas que luego reventarán como pompas de jabón, atizan también, al mismo tiempo, el fuego del miedo y de la incertidumbre. El escenario que dibujan no tan sólo los patricios catalanes y españoles, sino también los europeos y norteamericanos, nos describe una Cataluña apocalíptica; sin banca ni empresas, condenada al ostracismo y desprecio del mundo entero, sin ayudas agrarias ni pensiones. Cuando hasta los ex ministros que se reúnen bajo el palio inapelable de la Fundación España Constitucional no para revisar la vigencia del artículo 35 (derecho al empleo) o el 47 (derecho a la vivienda), sino para pronunciarse sobre el proceso electoral, acreditan la suspensión de la autonomía en Catalunya, la cosa se pone dura. Así el debate parece discurrir no entre programa y propuesta, sino entre utopía y distopía, y tiene así bien poco que ver con la realidad. La pretensión central es la de reforzar el carácter ‘plebiscitario’ y mítico de unas elecciones que nos llevan a un Parlament que puede devenir inoperativo.

La vocación por el ‘show business’ que se manifiesta en la coreografía electoral del PSC y en su repentina pasión rojigualda, en el divertido roadmovie de las CUP, pero también en la puesta en escena de figuras de vecindarios ideológicos y culturales dispares, ya sean mesías desbocados o cantautores prosaicos, refuerza el carácter ficcional de la campaña y nos lleva hacia una apabullante deriva simbólica. El caos plebiscitario, y democrático, confirma no la vitalidad del proceso electoral, sino el languidecimiento de la política como espacio de transformación social. Tal y como se plantea en el Manifiesto por la ruptura ‘Más allá del 27S’ tan sólo hay dos opciones que mantengan viva esta vocación desde la radicalidad democrática y respetando la urgencia a la que obliga la emergencia social actual. Si se ha de aumentar y afianzar la participación y transparencia de los procesos electorales, hay, tal y como afirman Joan Sobirats o Josep Fontana, dos opciones básicas. El que suscribe este blog votará por la de ‘CatSiQueEsPot’ con todo el respeto por la coherencia social de los compañeros/as de las CUP. En mi caso la balanza cae por el lado de la complicidad que me despiertan el compromiso y la vocación pública de personas como Joan Coscubiela, Gemma Lienas o el propio Luís Rabell.

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