domingo, 27 de septiembre de 2015

Cuando despertó, Convergencia todavía estaba allí

Esta ha sido tal vez la peor campaña electoral de la historia democrática de Catalunya. El ardor coreográfico de los unos, la pasión por hacer ‘el indio’ de los otros (y que disculpen los pueblos nativos americanos por la frivolidad de algunos candidatos/as) la vocación, en definitiva, por dedicarse en cuerpo y alma a la escenografía, mientras el debate político quedaba más huérfano que Oliver Twist y más desierto que Atacama, ha arrojado un balance desolador. Tan solo faltaba ver a Artur Mas a voz en grito calzándose las botas de William Wallace al grito de ‘Dignidad!’ para desearse uno muy lejos, pero que muy lejos de esta abyecta confluencia espaciotemporal.

Debiera andarse el otrora honorable con cuidado. Porque lo de William es mucho William. Al vencedor de la batalla de Stirling le sobraba valor, no ya para convocar el referéndum que aún seguimos esperando, sino para ir dando mandobles con una tizona de metro y medio y luchar hasta el último aliento. Arrastrado desnudo por Londres, ahogado hasta el límite, emasculado y eviscerado, Wallace tuvo que ver cómo quemaban ante él sus intestinos antes de merecer la gracia de la decapitación. Por mucho que a más de un ‘patriota’ español le ponga imaginarse a Artur en semejante trance, se convendrá que no hay parangón.

Además lo de la ‘dignidad’ en Catalunya se las trae. Escribía Jordi Pujol en 2009 sobre el sentido de la dignidad: “De la dignidad de Catalunya… De la dignidad, que quiere decir la exigencia de respeto. Exigencia inútil si quien la reclama no actúa de manera adecuada. Si no actúa de manera que se haga respetar”. Parece evidente, 6 años después, que quien mostró no merecer respeto no fue el pueblo sino el liderazgo político. En relación a la ‘dignitas’ de sus mandatarios, si se entiende esta como suma de la influencia y del prestigio que se cosecha a lo largo de una vida, los catalanes están así perdidos y más huérfanos que la Piaf.

Pero cuando se habla de la dignidad del común de los mortales se hace referencia a la libertad y a la autonomía personal. Es digno quien puede gobernarse a sí mismo, quien es soberano de sus actos. Por eso la dignidad está íntimamente relacionada con la educación, con la sanidad, con un empleo que dé certidumbre y calidad. En este sentido la dignidad de la ciudadanía catalana ha sido atacada por CiU con cada una de las iniciativas legislativas en las que apoyó al PP, pero también con la reducción del presupuesto de educación (de 6.308 millones de euros en 2010 a 4.850 en 2014,) privatizando la sanidad o con pasiones tan vacuas como Eurovegas.

La dignidad de un país pasa por su industria, por su empleo, por sus servicios públicos y sobre todo por la transigencia con la marginación y con la pobreza. Catalunya tiene hoy un 20% de su población desocupada, de los cuales un 60% son ya de larga duración, y una de cada cuatro personas que viven aquí están en riesgo de exclusión social. Apelar a la dignidad en estas circunstancias parece tan inapropiado como defender la dignidad de la política, cuando la corrupción asoma por cada rincón. La dignidad pasa también por ir de cara y asumir la responsabilidad del cargo, y no por esconderse detrás de una estratagema electoral.

La semana pasada estuvo en Barcelona la premio nobel de la Paz Jody Williams, premiada hace casi diez años por su lucha sin cuartel contra la utilización de minas antipersonales. En relación al problema de la migración decía que hemos de aprender a dejar de hablar de la seguridad de los países y de las fronteras y empezar a aprender a hablar de la seguridad de las personas. Por aquí es por donde pasa la dignidad. Seguridad y certidumbre, esa es la clave de la justicia social. Al margen del barullo que se desarrolle en el Parlament, y de lo que hagan los de siempre por mantener el gobierno de Mas, la mayoría social debería superar sus diferencias y establecer una estrategia propia que ponga en primer lugar a las personas. Ahora más que nunca. Porque cuando este lunes despertemos, Convergencia seguirá allí.

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