lunes, 31 de agosto de 2015

Encíclica Felipina

Uno de mis primeros recuerdos democráticos está vinculado al referéndum del 12 de marzo de 1986. Las lágrimas de decepción de una compañera de la Facultad de Filosofía tras asistir a la derrota del No a la OTAN, anticiparon algo de la amargura política que experimentaría después cada vez que un partido, por bien del ‘mal menor’, ejecutaba una nueva superchería electoral. En el caso del PSOE la Unión Europea, como argumento de peso, ya había justificado otra traición anterior, con el brutal desmantelamiento industrial cuyas consecuencias aún pagamos hoy, cuando han pasado más de 30 años. Tal vez por eso, si lo que más repele de la ‘encíclica’ de Felipe González ‘a los catalanes’ es su miserable paralelismo entre la política catalana y la ‘aventura alemana o italiana de los años treinta’, lo que más sorprende es la dura crítica que dedica a Alexis Tsipras. El presidente griego al fin y al cabo no ha dejado de hacer exactamente lo mismo que hizo él hace ahora tres décadas, aunque eso sí, de manera menos populista, y con algo más de audacia política.

A falta de argumentos, el anciano maestro del embozo redunda así en sus viejas artes: la persuasión y la provocación. Sin embargo cuando utiliza aquello de “Saben que lo que estoy diciendo es la verdad”, o “Pueden creerme”, no consigue imprimir a su mensaje la solidez del erudito, sino que transmite un engreimiento que resulta petulante y trasnochado. Lástima que Felipe González en su larga carrera no haya conseguido transformarse y crecer, sino que ‘el cambio’ que marcó el inició de su trayectoria electoral haya sido siempre el cambio de tercio, la traición a la promesa realizada, el plegarse a la supuesta ‘fuerza mayor’. Si las maneras del socialismo español supusieron el ascenso a la cultura democrática europea, hay que constatar que la ciudadanía se esperaba algo más. Que el acceso a un modelo social fuerte, o eso se prometía, supusiera la renuncia a la capacidad de transformar la realidad social, fue y sigue siendo el mayor desengaño político experimentado hasta la fecha. La conquista social nunca puede reemplazar la cultura democrática, y eso es lo que tal vez Felipe no ha entendido nunca.

El ex presidente del PSOE acabó cayendo, con su ‘fuerza mayor’, en un bucle histórico y, a nuestro pesar, no afianzó la democracia del siglo XX, sino que introdujo la segunda restauración borbónica. Con ella vino la corrupción y el clientelismo que siguen condenando hoy cualquier progreso o desarrollo real del estado español y que, parece evidente, se extendió también a la política en Catalunya. Que Felipe González, como supuesto adalid de la democracia, quiera menoscabar el proceso que viven los catalanes/as hoy, resulta del todo lamentable. Se puede estar o no de acuerdo con el carácter ‘plebiscitario’ que ha querido imprimir Mas a su estrategia electoral, pero es perfectamente transparente y democrática. No le corresponde a nadie más que a la ciudadanía catalana el decidir si le parece viable el conglomerado ‘nacional’ de ‘Junts pel Sí' como proyecto social y político, o si prefiere una alternativa de progreso. El tono empleado por el ex presidente, torticero y primario, no hace más que dar argumentos a quien quiere evitar, a toda costa, un debate basado en propuestas.

Es este tipo de interferencias el que ayuda a que se le acabe hurtando a la ciudadanía catalana la posibilidad de conocer cuáles son realmente las alternativas. Cuestiones tan transversales y urgentes, y que tan poco saben de fronteras como las políticas de consolidación fiscal, la solidez de los servicios públicos, el TTIP, la regeneración democrática o la calidad del empleo, son las que habrían de alimentar en estos momentos el debate público. A cambio se extiende una contaminación política, informativa y hasta judicial, que intoxica la precampaña y la lleva exactamente al terreno de aquellos/as que prefieren quedarse en la periferia de los programas políticos para volver una y otra vez a los tótems. Por eso es hora de forzar, al margen de todo tipo de interferencias, un diálogo constructivo sobre las propuestas que pretenden gobernar Catalunya en el futuro inmediato. Eso implica hablar de compromisos claros en la lucha contra la corrupción, el desarrollo de un modelo fiscal progresivo y justo, el derecho a un trabajo digno o al acceso a una sanidad y educación pública de calidad, cuestiones todas ellas tan relevantes e imprescindibles como la soberanía y construcción de un proyecto nacional.

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