domingo, 2 de agosto de 2015

Auténticos

No sabemos si las 15.000 personas que se manifestaron el pasado 29 de julio en Helsinki serían auténtico finlandeses, pero desde luego que han hecho mucho por salvar el buen nombre del país escandinavo. Los comentarios publicados por Olli Immonen, joven militante del partido ultraconservador ‘los verdaderos finlandeses’, en los que decía soñar “con una nación fuerte y valiente que derrotara la pesadilla del multiculturalismo” tuvo así la respuesta que se merecía. Quien presenta la inmigración como una “fea burbuja en la que viven nuestros enemigos y que pronto estallará en un millón de pedazos” alimenta un discurso que traslada, en la penosa lógica del fascismo, la culpa de la precariedad y de la ruina social a un enemigo imaginario con cara de extranjero.

La extensión de la xenofobia, incluso en la tolerante sociedad escandinava, es la otra cara de la moneda del imperio de la austeridad impuesto en Europa. En el caso de Finlandia el proceso de contaminación ideológica es especialmente relevante al tratarse de uno de los modelos de referencia en términos de crecimiento económico y social. Hasta hace ahora 3 años, antes de que entrara en recesión, el país era uno de los destinos preferidos por la inversión mundial por delante de Suecia, Alemania o Suiza y el séptimo en el ranking de competitividad global. La crisis económica ha comportado que la deuda pública aumentara hasta alcanzar el 60,3% del PIB, y el paro llegara al 9,4%. Lo que en España sería un sueño para Finlandia es una pesadilla.

Pero no es tan interesante la lectura de los datos macroeconómicos, como la narrativa que sitúa e interpreta los orígenes de la supuesta crisis. Al margen del efecto del boicot ruso a las exportaciones europeas y que lastran especialmente su balanza comercial, los expertos hablan de dos factores que han incidido en la ‘debacle’ de la economía finlandesa. Tienen que ver con dos sectores, el tecnológico y el del papel. El primero tenía en Nokia un liderazgo empresarial que llegó a cosechar un 25% del crecimiento del PIB. El fracaso de su estrategia tecnológica frente a Apple y la competencia china ha supuesto una pérdida tan sólo comparable a la experimentada por la industria papelera a causa de los cambios en la demanda mundial.

Si parece evidente que en un caso la ruina ha venido de un cambio en la dinámica de consumo (del papel al formato digital), y en el otro es consecuencia de los errores de la dirección de una multinacional, la lectura que se pretende implantar es otra. Así el recién elegido primer ministro liberal, el millonario Sipilä, ha manifestado que el problema radica en la ‘apatía, incapacidad de realizar reformas y la pérdida de confianza’ y que por tanto es hora de aplicar la medicina de la devaluación interna. Así anuncia ya recortes en las prestaciones, facilidades para el despido o la desarticulación de la negociación colectiva con tal de rebajar salarios. En definitiva la vieja estrategia de interpretar interesadamente la causa para aplicar una terapia que es un fin en sí misma.

Cuando el gobierno finlandés está compuesto por liberales, conservadores y los así llamados ‘verdaderos finlandeses’ no es de extrañar que como mínimo estos últimos se hayan puesto a buscar desesperadamente un chivo expiatorio. Mal se entendería que los que defienden ‘la verdadera nación finlandesa’, así Immonen, empezaran por recortar los salarios y pensiones de sus propios paisanos. La terapia introducida en Finlandia de la mano de Anders Borg que ya esquilmó, de 2006 a 2014, el sistema de bienestar sueco, precisa así de un parásito o de una plaga, en la lacerante terminología de Cameron, que justifique la aplicación de un tratamiento que va en contra de los intereses de la población.

Otro experto en estas estrategias es el populista húngaro Víktor Orban que ha destacado entre otras cosas por su homofobia y por sus ataques continuados a la libertad de prensa. La construcción de un gran muro en la frontera con Serbia ha ido acompañado de una campaña en la que se anuncia a los migrantes, desde grandes vallas que, “Si vienes a Hungría, no te quedes con los trabajos de los húngaros”, lo que recuerda al discurso de algunas de nuestras propias ‘grandezas’ del populismo patrio.

La paradoja es que las reformas de Orban el ‘auténtico’ han devaluado laboral y socialmente hasta tal punto el país que ya son 400.000 los jóvenes que han hecho las maletas. Esperemos que a pesar de las afinidades lingüísticas en el marco de la familia fino-ugria no se les haya ocurrido buscar refugio e ‘invadir’ Finlandia…


La bombeta se va de vacaciones...¡ Volvemos el 2 de septiembre!

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