domingo, 17 de mayo de 2015

¡Intocables!

El pueblo griego se merece algo más. La solidaridad y el apoyo de declaraciones y resoluciones como las del sindicalismo alemán o la más reciente de la CES, son señales importantes, pero insuficientes. La cuenta atrás que vive Grecia en su descenso a los infiernos, debiera estar en todos los medios. Como mínimo en los nuestros y en los de aquellos países que pueden correr su misma suerte. Sin embargo se impone el aislamiento. Una soledad irritante y dolorosa que nos indigna profundamente. Los que desean que la economía imparta una nueva lección a la democracia son sin duda una minoría, pero una minoría poderosa. Están los gobiernos que, como el español, precisan de la derrota de Grecia, porque su triunfo pondría en evidencia y desacreditaría su pésima negociación a la hora de defender nuestros intereses. Luego están los que ven en la derrota griega el paso definitivo hacia la renacionalización de Europa, y eso no es tan sólo la ultra derecha, sino también nacionalismos como el británico. En tercer lugar se cuenta quien cree que la posición de fuerza alcanzada, y las transferencias realizadas de sur a norte, por un lado, y de lo público a lo privado, por el otro, son ya suficientes. Y, luego está quien cree asistir a un experimento de laboratorio que entra en su fase más excitante.

Un buen número de analistas ha interpretado las políticas de austeridad como una prueba para estudiar la capacidad de resistencia social y política por parte de la ciudadanía, frente a una depresión económica inducida de forma antidemocrática. En el momento actual, tras cinco años de brutal sometimiento social y económico, la cobaya se habría escapado por arte de democracia de su jaula, para correr por su vida a la búsqueda de una salida al laboratorio. Doblegar la voluntad y las aspiraciones del gobierno de Tsipras en este momento, valdría como prueba definitiva de la superioridad de la ingeniería social y política sobre la democracia y la voluntad populares. Que la ciudadanía en España, dé tan pocas muestras de solidaridad, es comprensible por el hermetismo mediático, pero sorprende si se tiene en cuenta el grado de contestación en otros dominios. Al fin y al cabo la deuda griega estaba, en el año 2008, cerca del nivel de nuestra deuda pública actual. Y no existe ninguna garantía de que no se nos aplique en algún momento la misma terapia de choque que elevó la deuda helena al 175,1%, destruyendo una cuarta parte de su riqueza. La lucha de Siriza es por tanto una lucha por la democracia, una lucha que habríamos de compartir todos los y las demócratas europeos/as.

Las recetas aplicadas en Grecia son las mismas que se han aplicado a nuestra economía y, por mucho empeño que ponga la cosmética preelectoral del Partido Popular, al igual que las nuestras, también han fracasado estrepitosamente. Así, a la sombra del conejillo de indias heleno corre nuestra propia sombra, a la espera de que nos atrevamos a romper el blocaje de las políticas de austeridad que impiden cualquier reforma estructural que nos permita generar y redistribuir una cierta riqueza social. Los lazos que nos unen a los griegos van más allá de los lamentables prejuicios que propagan y promueven algunos medios del norte pero también de análisis como el efectuado por un intelectual de la talla de Wolfgang Streeck, en un reciente artículo publicado en ‘Le Monde Diplomatique (‘Alemania, potencia sin deseo’). En él, el en otros momentos brillante sociólogo alemán, transforma el carácter ‘nacional’, que tanto machacan diarios como el ‘Bild’ Zeitung, en carácter ‘económico’. Así sería característica del sur una querencia inalterable por la demanda interna, la inflación y la devaluación monetaria, que harían imposible el éxito en la convergencia con la rigurosa cultura del ahorro del norte, en el marco de una Unión Monetaria condenada inevitablemente al fracaso. ¡A buenas horas!

Streeck roza el límite del mal gusto cuando concluye que Angela Merkel, de la misma manera que puso fin a la energía nuclear, debería decidir si poner fin a la moneda única. En un dilema muy diferente se mueve Varoufakis, el ministro de finanzas griego, en un reciente artículo (Como me convertí en un marxista errático). En él plantea si la crisis exige que busquemos una alternativa al capitalismo, o si habría que hacer de tripas corazón y evitar el derrumbe del sistema hasta encontrar una alternativa. La salida del Euro sería para él como soplar viento fresco en las velas de una versión postmoderna de los años treinta que no haría más que alimentar la intolerancia. Parece que el sentido de la responsabilidad de unos y otros es bien diferente, a pesar de que a los unos la Unión monetaria les haya supuesto riqueza y ahorro, y a los otros deuda y empobrecimiento. El problema de Europa no son, es de temer, las cuentas griegas, sino el nacionalismo telúrico alemán que, alimentado y gestionado por su capital industrial y financiero, no ha buscado más que provecho en el proyecto Europeo. Ese es su horizonte histórico. Europa ha de superar la perspectiva de las culpas y virtudes colectivas y poner en primer término la responsabilidad individual en el marco de una ciudadanía que tenga valor y fundamento. Para ello no vale la gobernanza y el arte de gobernar sin gobierno, sino que se requiere un gobierno y un proyecto comprometido, responsable… y compartido.

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