lunes, 11 de mayo de 2015

Comercio es guerra

El título del último libro de Yash Tandon ‘Comercio es guerra’ puede parecer provocador, pero una vez leído, resulta sencillamente esclarecedor y ajustado. De próxima aparición en nuestras librerías, el ejemplar que me llega gracias al amigo Juanjo, de OhBooks, es un análisis crudo, a ratos brillante, de la historia del comercio como instrumento de dominio hegemónico utilizado intensamente por Europa y por los EEUU. Escrito por quien Jean Ziegler define un ‘intelectual orgánico’, y cuyo agudo sentido del análisis es fruto de una larga experiencia como negociador y activista político, ‘Comercio es guerra’ revela algunas claves que permiten entender mejor la urgencia y ansiedad que caracteriza en estos momentos la política comercial y la negociación de tratados como el TTIP o el TPP. Yash Tandon, ugandés y hombre de mundo, describe el comercio como un arma de guerra con una larga historia imperial. La compañía de las Indias Orientales, las guerras del opio, o la división con regla y cartabón del continente africano en Berlín, en 1884, son algunas de las infaustas etapas que demuestran que el comercio no es el motor del crecimiento, sino una estrategia extractiva mediante la cual, a lo largo de los últimos siglos, unos pocos países han crecido a expensas del sufrimiento de muchos otros.

La postguerra mundial inauguró el intento de crear un marco global, primero con el GATT y luego con la conferencia organizada por Naciones Unidas, en 1964, sobre el Comercio y el Desarrollo, que culminó en la Ronda de Uruguay y en la creación, en 1995, de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Este supuesto paso hacia la multilateralidad se acompañó de la incorporación al debate de cuestiones no estrictamente comerciales, como la protección de la inversión, la liberalización de la contratación pública o la defensa de la propiedad intelectual, que ampliaron los mecanismos de dominio hegemónico por parte de las multinacionales. A pesar de que Doha, en 2001 introdujo el concepto de ‘desarrollo’, el acceso a los mercados por parte de las transnacionales sigue primando hoy invariablemente sobre otro derecho, el del acceso a la alimentación por parte de la población, a pesar de que hay ya 845 millones de personas afectadas por el hambre. La OMC es así una maquinaria de facilitación de negocio que se adapta a los requerimientos de actores tan agresivos como la patronal Business Europe. Cuando la crisis puso en cuestión, a partir de 2007, su primacía industrial, Europa omitió el marco multilateral de la OMC para forzar acuerdos directos con países de África, Caribe y Asia.

Para ello, Yash Tandon recuerda que la UE no renunció ni a la utilización de élites corruptas, ni a convertir la continuidad de las políticas de ‘desarrollo’ y ‘cooperación’ en moneda de cambio. La lógica se mantiene. Del imperialismo al neocolonialismo. Con la única diferencia de que, en la variante moderna de la sumisión geopolítica, se parte de la independencia teórica de los gobiernos. El acceso a materias primas baratas, a un mercado para sus productos manufacturados y el control sobre dinero y crédito compensan el esfuerzo bélico, el coste de la constante injerencia política, y el mantenimiento de una estructura financiera, bancaria o de transportes al servicio de las grandes corporaciones. La actualidad introduce, si acaso, nuevas herramientas para bloquear cualquier intento de industrialización por parte del Sur. Una de ellas es la monopolización del conocimiento mediante la protección de patentes que muchas veces se basan en productos u organismos autóctonos, otra, la dependencia tecnológica, ya sea del uso de semillas transgénicas, pesticidas y fertilizantes, o de armamento. La complejidad de los términos de los acuerdos, y la velocidad que se imprime a la negociación, rompen la capacidad de resistencia por parte de países, que se ven así vendidos al dominio corporativo.

Parece ser que los países desarrollados no están interesados en que se desarrolle el resto del mundo. Mal que les pese a los que ligan bienestar y crecimiento al comercio, el desarrollo es visto por el Norte como una ventaja competitiva y no como un derecho humano o civilizatorio. Por eso si conviene, se imponen sanciones o se fuerza un cambio de régimen, todo sea por asegurar el acceso a los recursos, aunque sea al precio de eliminar estructuras de estado y extender así una anarquía global que a las grandes multinacionales les viene como anillo al dedo. Sin embargo Europa y EEUU se enfrenten en los últimos años al ascenso y emergencia de una nueva ‘lógica’ comercial. El comercio entre África y los BRICS aumentó entre 2001 y 2011 de 22.900 a 267.900 millones lo que visualiza lo que está en juego, máxime cuando como recuerda Tandon, los africanos no le ven a China el apetito ‘colonial’ que demostró Occidente a lo largo de los últimos 300 años. La pérdida de influencia a nivel multilateral ha empujado a EEUU y a Europa a forzar acuerdos bilaterales o regionales que acaban ‘colonizando’ sus propias esencias y valores democráticos. Es el caso del TTIP. Así seguimos perdiendo coherencia y autoridad moral. Decía Margaret Fuller que ‘Si tienes conocimiento, deja que otros enciendan en él sus velas’. Será cuestión de ver dónde arrimamos la nuestra.

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