lunes, 6 de abril de 2015

País de reliquias

En fechas tan señaladas como estas es inevitable pensar no tanto en aquellos que disfrutan de la resurrección divina, sino en todos/as aquellos/as que aún permanecen enterrados/as en las fosas que siguen sembrando de ignominia y aflicción los márgenes y cunetas de nuestras vías y caminos. A ellos y ellas siempre les faltará el hálito beatífico de una superstición en la que no quisieron creer, pero carecerán también, para denigración y afrenta nuestra, de la merecida sensibilidad por parte de un estado que, hoy por hoy, no ha sabido o no ha querido poner los medios necesarios para que puedan ser resarcidos en su lacerada dignidad de ciudadanos/as. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha realizado 150 exhumaciones y ha recuperado los restos de más de 1.300 víctimas de Franco desde que fuera fundada, en el año 2000, por el periodista Emilio Silva. La ARMH calcula en 114.000 las víctimas de la represión que aún hoy permanecen sepultadas sin identificar. Son, parece evidente, muertos de tercera clase en el imaginario enfermizo de una jerarquía política y militar obsesionada hasta tal punto con la muerte, que su prócer máximo y caudillo, Francisco Franco, permaneció 40 años con una reliquia de Santa Teresa plantada en la mesita de noche.

Ortega y Gasset recuerda en ‘Meditaciones del Quijote’ que ya en los tiempos antiguos los celtíberos llamaban la atención por ser el único pueblo que adoraba la muerte. Hasta qué punto no se demuestra como patán y celtíbero el general Millán-Astray en el rifirrafe con Don Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, al exclamar el legionario ‘Viva la Muerte’ como única respuesta al rector, que ha tildado la funesta paradoja de repelente y ridícula. Qué mejor imagen para la España de las reliquias que este ser maltrecho y mutilado que exclama su profesión de fe, abnegada y absoluta, en una muerte que es pasión nacional, militar y religiosa. Tal y como queda recogido en una de las muchas versiones del suceso, el notable autor de ‘Niebla’ cierra su exasperada intervención exclamando: “El general Millán-Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada”. Una España muerta, podríamos añadir, si pensamos en la esencia huera y negra de casi cuarenta años de dictadura que desembocaron no más que en otro relicario, fatuo y megalómano, bautizado como el Valle de los Caídos (eso es, muertos) y que se precia de tener la más alta cruz de la cristiandad.

“Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente” decía el filósofo madrileño, que, a pesar de considerarse un ‘patriota’, tenía una visión tan lúcida como siniestra de su propia tierra. “Los que antes pasaron siguen gobernándonos y forman una oligarquía de la muerte que nos oprime” dice así en las Meditaciones, un libro que, con algo más de 100 años, deviene testimonio fehaciente de las que, para desgracia nuestra, son las señas de identidad de este fallido proyecto de estado. El circo montado recientemente entorno a los huesos encontrados en la iglesia de las trinitarias y que se atribuyen a Miguel de Cervantes, ponen de actualidad la pasión funeraria que inspira esta siempre latente España negra. No sabemos si el presidente del gobierno pretende servirse, en estos momentos de debacle electoral, de la mandíbula del autor del Quijote como inspiración, si se trata de recuperar el turismo a la capital mediante una reliquia literaria, o si la presidenta del partido, la manchega Cospedal, ha decidido que en estos momentos de confusión es preciso vigorizar el espíritu nacional recuperando sus referentes más distinguidos. Que para una u otra cosa se sirvan de Cervantes, demuestra una gran miseria humana y política.

Con razón exigía el diputado vasco Joseba Andoni Agirretxea que había que poner el mismo empeño en recuperar los despojos de todos los fusilados y desaparecidos en la Guerra Civil, que el que se pone en demostrar la identidad de aquellos encontrados en el convento del madrileño barrio de Las Letras. Sin duda el autor del ‘Persiles’, a pesar de ser manco como Astray, no pertenecía a la oligarquía de la muerte, sino que su grandeza espiritual e intelectual lo hermanó con la oligarquía, exigua y genial, de la poesía y de los sueños. También esta existe en este país de muerte. En el arte y en la literatura, pero también en la sociedad e incluso como proyecto político, por ejemplo en la quimera, breve y magnífica, de la II República. Dice Ortega que “La realidad tradicional en España ha consistido en el aniquilamiento progresivo de la posibilidad España” y ante eso propone que se acabe con ese modelo, y que se recupere una plenitud española que identifica con Cervantes. Con todo el respeto y devoción que sin duda merecen este gran filósofo y erudito, es de temer que esta conclusión esté imbuida, ya en sí misma, de un cierto aire quijotesco, y que donde el autor de la ‘Rebelión de las Masas’ cree ver la posibilidad de un país, no haya más que molinos sin viento.

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