domingo, 19 de abril de 2015

Irresponsables

Palabras son mundos. A veces ambiguos, excluyentes, contradictorios. Tomemos por ejemplo ‘irresponsable’. La Real Academia nos da dos acepciones. La primera describe una persona a la que no se le pueden exigir responsabilidades. La segunda una persona que adopta decisiones importantes sin la debida meditación. No es responsable quien no tiene capacidad de incidir en el resultado de una acción. Pero tampoco lo es quien teniéndola, no asume los efectos de su intervención por faltarle conciencia o determinación. La mayor parte de los ciudadanos no somos responsables del miserable espectáculo de la actualidad política en este país. Porque la mayoría absoluta se convirtió en absolutismo y porque no hay manera democrática de abortar el monstruo que se alimenta día a día de la hiel y el tósigo de esta esperpéntica función. También nuestro gobierno es irresponsable. Porque teniendo la potestad y los recursos para gobernar, eso es, para gestionar y mejorar nuestra realidad social, económica, y también política, no está a la altura de su responsabilidad. Somos pues un país de irresponsables. Los unos por estar condenados a asistir al deplorable espectáculo de mezquindad y corrupción de quien nos gobierna, y los otros por interpretar ese papel sin conciencia, vergüenza ni rubor.

A nadie extrañe pues, si cabiendo en una misma palabra, cabemos también en un mismo país y en una misma realidad, aún cuando el tiempo la haga cada vez más dolorosa e insoportable. Porque la irresponsabilidad crece día a día. En las listas de los imputados y condenados/as por tráfico de influencias, fraude y evasión fiscal, asociación ilícita, prevaricación, blanqueo de capitales, falsedad documental o contrabando, pero también por el grado de impotencia, de incredulidad con el que presenciamos cada nueva detención de quién había sido honrado/a e investido de la confianza ciudadana al frente de un ministerio, ayuntamiento, cargo público u organismo internacional. Irresponsables son también aquellos/as que habiendo escogido a la persona, y haber depositada en ella su confianza, ahora se dicen defraudados y sorprendidos por una imprevisible ‘traición’. Que la corrupción afecte desde el regidor, hasta el presidente autonómico, pasando por el diputado, el presidente de la diputación, el senador, el tesorero del partido o el ex vicepresidente del gobierno, y que no haya habido ni una sola dimisión, no es más que un fabuloso testimonio de hasta qué punto es irresponsable el concepto que se tiene de ‘responsabilidad’ en el Partido Popular.

Sin duda nos faltó conciencia crítica, o conciencia política para evitar, en su momento, que la democracia se convirtiera, mediante la figura de la mayoría absoluta, en una dictadura a plazos. La conciencia nace de la responsabilidad, eso es, de la reflexión y del debate sobre nuestra realidad social y económica, y este debate es tan propio de la democracia como pueda serlo el tribunal constitucional o el parlamento. Pero es de temer que, junto a la política, es también la comunicación social, y especialmente la producida por los grandes grupos mediáticos, la que muestra un creciente distanciamiento de su función central. El espectáculo de la actualidad, interpretado por líderes y partidos, se alimenta a sí mismo en un juego de reflejos que hace de la política no más que una imparable lucha por el poder en la que la ciudadanía, excluida e instrumentalizada, se ve a relegada a interpretar el papel de coro ditirámbico en un mundo habitado por ladrones y charlatanes. Decía el desaparecido Eduardo Galeano que “el código moral del fin del milenio no condena la injusticia, sino el fracaso” y en la política actual el fracaso no es la injusticia o la irresponsabilidad, sino el no ocupar un lugar visible y notorio en una actualidad que tan sólo pasa factura a quien no aparece en la foto.

Günter Grass, otro escritor y dibujante que encarnó con gran dignidad el espíritu de la intelectualidad comprometida, se sintió fascinado por la diosa Kali, al visitar por primera vez el caos y la palpitante miseria de una ciudad como Calcuta. Esta diosa representa la muerte y la destrucción pero también regala la vida y protege a los seres humanos. Su ira y terrorífico poder lo guarda para la injusticia y sus demonios y tan sólo destruye lo que hay de malo en este mundo. Es una diosa negra y azul que lleva un collar de calaveras, un cinturón de brazos cortados y a veces un recién nacido colgado del lóbulo de la oreja. En diversos bocetos Grass dibujó a Kali abrazando bajo su capa a criaturas exangües y vencidas, mostrando la mueca que es su seña de identidad: Sacar la lengua. Este gesto no responde a la voluntad de ofender, sino que expresa una profunda vergüenza. Ante la injusticia y la esencia tan voluble que es característica de las malas personas. Es un gesto que se dirige a los irresponsables. A los que nada saben hacer y a los que se hacen culpables por obrar mal a sabiendas. Este año tendremos hasta tres oportunidades para sacar la lengua. Más nos vale estirarla bien, o seremos nosotros los irresponsables…

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