lunes, 27 de abril de 2015

A la deriva

Cuando falta la retentiva es un problema, pero puede transmitir también una falsa sensación de bienestar y seguridad. Le sucede al pez en la pecera que, a cada nueva vuelta, cree estar, gracias a su falta de retentiva, en una nueva pecera. Le sucede a la Unión Europea que, a pesar de encontrarse una y otra vez con la misma tragedia, parecer cree que esta es siempre nueva. Cuando ha pasado una semana desde el último naufragio que costó más de 800 vidas, la actualidad, a golpe de sacudidas y de polémicas, parece haber borrado ya la espuma de la indignación de la faz del mare nostrum. Un minuto de silencio, un nuevo documento, una cifra en una hoja de cálculo, y la introducción de dos nuevas fechas en la agenda europea han bastado para subordinar el drama que se vive en el Mediterráneo a otras prioridades. La Comisión adelantará al 13 de mayo la presentación de su propuesta de política migratoria y organizará pronto, junto a la Unión Africana, una reunión en Malta, en la que estudiará cómo mejorar la cooperación en el control de fronteras. Se aumenta el presupuesto destinado a la vigilancia, y se valorará la acogida temporal de 5.000 refugiados en Europa. Frente a los 3 millones de fugitivos que huyen sólo de Siria, sin duda esto supone una vuelta más en la pecera.

Los resultados de la cumbre monográfica celebrada en Bruselas el jueves pasado suponen una decepción. Por no querer cambiar la situación. Por no estar a la altura de la responsabilidad que reclaman las casi 2.000 personas que han perecido ya este año en el Mediterráneo. Por fracasar en el diagnóstico, en las propuestas y en la estrategia frente a la crisis migratoria. Lo que Europa propone es centrar su acción en las redes de traficantes, reforzar el control fronterizo, y facilitar, mediante la firma de acuerdos de colaboración con países de origen o de tránsito, la deportación o repatriación de migrantes que sean considerados ‘económicos’. No se reanudará el programa de búsqueda y rescate ‘Mare Nostrum’, que en 2014 salvó 100.000 vidas, sino el de vigilancia fronteriza conocido por Frontex, y que, como su propio nombre sugiere, tiene vocación de detergente y por tanto una única ambición: limpiar las fronteras. Que en Bruselas se pusiera en valor la política migratoria de España, y cantara sus excelencias el mismo Premier británico, indica hasta qué punto anda confundida la UE. No sólo por los 15 muertos en la playa del Tarajal, las concertinas o las devoluciones en caliente, sino por respeto al reciente informe del Consejo de Europa sobre nuestros Centros de Internamiento (CIEs).

La idea de fondo planteada en Bruselas, fue descrita por el ministro Margallo de manera clara. Crear campos de inmigrantes en los países de origen y tránsito como Libia, y hundir los barcos de las mafias. Se trata por tanto de trasladar la frontera del mar a las playas nordafricanas y de malinterpretar el deber de socorro o la ayuda humanitaria no como un deber de todo estado, sino como un refuerzo del temido efecto llamada. Cunde el ‘ejemplo’ de Ceuta y Melilla. Si la convención sobre el Estatuto de Refugiados de 1951 de NNUU impone la obligación de proteger y ayudar a los exiliados que llegan, baste con reducir al mínimo el número de estos y con buscar argumentos para devolver a la mayor parte a su país de origen, ya sea en frío o en caliente. El número de refugiados acogidos en 2014 (7.600) en la UE y los que se estipulan para 2015 (poco más de 5.000) dan una idea de hasta qué punto se puede afilar el criterio de quien merece o no ser considerado un refugiado. Que una de cada 4 personas que habita en Líbano haya huido de Siria, o que el 80% de los 50 millones de refugiados que hay en el mundo permanezcan en países en vías de desarrollo, deja constancia de la amplitud de miras, de la solidaridad y de la generosidad de lo que algunos denominan ‘mundo desarrollado’.

Que quien huya del tonel bomba del dictador o del cuchillo del fundamentalista, del hambre o de la incertidumbre más cruenta, que quien se pone en manos de un traficante y se deja encerrar en la sentina de un esquife flotante sea acusado de buscar una mejor vida, resulta perverso e inquietante. Tal vez en este mundo nuestro en el que los supervivientes son los héroes de telenovela que enviamos a que los piquen los mosquitos a alguna isla caribeña, no cabe otra realidad que aquella que deje controlarse. La migración desde luego que no lo hace, y si es posible y legítimo atajarla no es a medio camino, sino allí donde nace. Nuestro pasado colonial y la intervención comercial, política y financiera en los países de medio Oriente, Asia o África marca el origen de muchos de los conflictos y penurias que arrojan a las personas de sus pueblos y casas. La migración requiere una aproximación holística, que empieza con la cooperación, continua con la acogida y termina en la gestión inteligente y justa de un mercado de trabajo europeo. En vez de eso la Unión huye de sus responsabilidades. No son los barcos y lanchas los que van a la deriva, sino que es la propia Unión, sin identidad ni orgullo, la que anda perdida buscándose en dirección al Atlántico. Sin rumbo ni conciencia. Por no querer echar raíces allí donde ha nacido, junto al Mediterráneo, en un crisol de culturas milenarias que rechaza por miedo e ignorancia.

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