lunes, 2 de marzo de 2015

Dios y mercado

Lo del ‘paro’ tiene trampa. Un compañero de la asamblea de ‘parados/as’ de Nou Barris lo planteaba el sábado con claridad meridiana. Ya el propio concepto presenta a los que no tienen empleo como si además no tuvieran iniciativa. Si uno no se mueve y está parado, es porque quiere. Ese es el mensaje subliminal con el que se contamina semánticamente para afianzar la hegemonía neoliberal, aquella que han impuesto los que creen haber ‘vencido’. No importa que la constitución establezca el derecho al trabajo. La nueva narrativa deja anticuada la carta magna e introduce nuevos parámetros. Donde antes ponía ‘derechos’, ahora pone ‘oportunidades’, donde antes ponía empleo, ahora se lee empleabilidad y emprendimiento. Estas son las palabras mágicas que desplazan la responsabilidad del ámbito colectivo, eso es, del ámbito político, al ámbito personal y humano. Esta visión exclusivista de la responsabilidad es uno de los pilares de la nueva ideología. Se complementa con otros como el de la menor eficiencia de lo público frente a lo privado, el carácter sagrado de la propiedad, inalterable por ninguna potestad colectiva (impositiva…), la competitividad como germen del crecimiento, o el riesgo individual como clave necesaria para la ‘mejora’ de las capacidades personales.

Con esta perspectiva, ciertamente miserable, a nadie extraña que el mensaje hegemónico sea que quien está ‘parado’ es porque quiere, y que así, el bajar las prestaciones por desempleo es un importante incentivo, al tiempo que un ‘acto de justicia’ con aquellos/as que trabajan y cotizan. Es en aspectos como este donde se hace evidente hasta qué punto el neoliberalismo no es una teoría económica sino pura ideología social y política. Impone por diferentes vías un modelo hegemónico de cómo han de ser y cómo han de actuar las personas. Como recuerda Patrick Schreiner en su reciente libro ‘Sumisión como libertad’ (por traducir), el neoliberalismo define un prototipo de persona que ha de ser competitiva, eso es, con ganas de imponerse a los demás, al tiempo que servil, para saberse adaptar de manera permanente a las exigencias del mercado. Ha de ser activa, para no dejarse perder las oportunidades que este le brinde, y emprendedora y egoísta para aprovecharlas en su beneficio exclusivo. Ha de ser disciplinada y perseguir con tenacidad su realización ‘personal’, al tiempo que flexible, para saberse aptar a las circunstancias. Para alcanzar este ’ideal’ la persona debe tematizarse constantemente para optimizar sus capacidades, mejorar y poderse presentar con ‘éxito’ ante los demás.

Las vías por las que la hegemonía neoliberal se extiende son numerosas y conforman un tejido socio-comunicativo fuerte y tupido. Comienza por el modelo educativo que ya no persigue un modelo amplio de ‘saber’, sino la capacidad de ‘servir’ los intereses empresariales. La filosofía de vida básica es la del pensamiento ‘positivo’ y de la inteligencia emocional que permite a la persona ‘vender’ su proyecto, ‘situarse’ o ‘posicionarse’ y alcanzar el éxito siempre y cuando ‘crea en sí mismo/a’. Junto a la filosofía está el esoterismo, que presenta la ‘circunstancia’ colectiva como karma, algo ‘inalterable’ y que conforma el ‘destino’ del individuo. Este tiene que ‘encontrarse a sí mismo’ para mejorar, y evitar ser demasiado ‘cerebral’, para no perderse en una racionalidad ‘innecesaria’. El deporte, que es competición y riesgo, pone en el centro la disciplina, la superación y el dolor, y encumbra en su particular olimpo económico a aquellos héroes que han mostrado mayor tenacidad y ‘talento’. El modelo social llega a su máxima expresión en la televisión con realitys y concursos, en los que los participantes afrontan una dura catarsis individual al tener que adaptarse a las exigencias del público y del jurado, con tal de mejorar, agradar y alcanzar el ‘éxito’, eso es, el reconocimiento de la audiencia/mercado.

También las redes sociales permiten una estrategia de ‘posicionamiento’ individual, al igual que el consumo que, gracias a una fuerte estrategia de diversificación y programación de la funcionalidad de los productos, ha ampliado las opciones para identificarse y definirse por un sencillo acto de compra. En este universo neoliberal tan sólo hay un elemento que falla. La ‘élite’ no puede poner en riesgo su hegemonía en función de cuestiones como la ‘capacidad’ o el ‘mérito’ y ha de proteger su posición. Por eso existe una gran contradicción porque contra todo pronóstico la dedicación, la capacidad o el esfuerzo no comportan necesariamente el éxito. Este radica sobre todo en el resultado. Quien lo haya intentado alcanzar y no lo haya conseguido, no lo merecerá, y habrá ‘desaprovechado’ la oportunidad que se le ofrecía. He aquí el punto débil. El mercado y con él el neoliberalismo es, al igual que dios en la religión católica, un ente de carácter arbitrario que no siempre premia a quién más se esfuerza. Al mismo tiempo que dios y mercado se reservan la capacidad de hacer feliz al individuo (léase sino el BOE de la semana pasada) no se hacen responsables del resultado. Ahí radica la farsa. Como en el caso del ‘parado’ no asumen toda la responsabilidad, pero la trasladan al individuo, dejándolo solo y negándole cualquier estrategia que tenga dimensión colectiva, social, pública o política.

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