lunes, 19 de enero de 2015

Maquillaje, je, je

Es singular y paradigmático que el PP teniendo una historia más corta haya alcanzado igual o mayor grado de cinismo que sus correligionarios populares europeos. O bien se debe a que hay que contabilizar las últimas décadas del franquismo como fase de incubación del partido actual, o su pretendido cinismo esconde además una inmadurez pubescente. Sabemos lo arduo que resulta aprender el ejercicio de la responsabilidad. En el umbral de la juventud se tiende a echar las culpas fuera y a evitar el compromiso a toda costa. Así lo hizo Aznar y así lo ha hecho, a lo largo de los tres últimos años, Rajoy, recurriendo una y otra vez a la “herencia” recibida, para justificar sus reniegos y desdichos. Ante cualquier cifra adversa o traición programática, no ha sabido sino apelar a los errores del adversario político. Así el PP no es responsable de la burbuja inmobiliaria ni tiene nada que ver con el nefasto modelo de crecimiento, a pesar de haber dirigido el país, de 1996 a 2004, y de haber acompañado su incorporación al euro. Tampoco tiene nada que ver con la corrupción, ni con la malversación, ni con el fraude sistemático, y cuando la culpa no es del PSOE, se actúa por fuerza mayor, por los mercados, por Europa, o por un ¡Viva la Virgen! Que así es la eterna juventud…

“No me mires, no me mires” cantaba Mecano, y ese parece haber sido el principal desvelo de un Partido Popular que ha excusado por activa y por pasiva cualquier responsabilidad. El problema radica en que si esta estrategia es válida cuando se atraviesa un desierto electoral, al acercarse la cita con las urnas, se impone un cambio de tercio. Por eso el PP ha empezado ya a aplicarse con fruición en las artes de la cosmética y del maquillaje. Espera así recuperar su atractivo y conseguir “sombra aquí y sombra allá”, volver a seducir a su maltratado electorado. Por eso ha comenzado ya a prodigar mensajes sobre una portentosa recuperación económica, al tiempo que sembraba el miedo sobre la pérdida de estabilidad o se atrevía incluso a proponerse, sin temblarle el pulso ni la conciencia, para liderar la regeneración democrática. Si se piensa en que la mayor parte de los 1900 imputados, de las 170 condenas y de las 130 causas abiertas tocan de lleno al PP, y que nombres como Blesa, Fabra, Bárcenas, Matas o Granados, se han convertido en sinónimo de una corrupción generalizada y endémica, no parece ya ni cinismo ni irresponsabilidad, sino falta de pudor y desfachatez, el creer poder ocultar un balance político y social tan miserable, tras un reguero de mentiras y de falsas intenciones.

Al estado español en ningún momento le han faltado recursos, sino ganas por recaudar. Si hubiese puesto el mismo empeño en perseguir el fraude, la evasión y la elusión que el que puso en rescatar entidades inviables, Cristóbal Montoro habría podido ahorrarnos recortes, subidas de impuestos y parte de la deuda pública. De esa manera, el estado español no se habría convertido, así la OIT, en el país desarrollado en el que más ha crecido la desigualdad. Pero tal vez se trataba precisamente de eso, de aumentar la riqueza de los unos al precio de la dependencia y la precariedad de los demás. En términos de empleo, hoy hay más parados que cuando el PP empezó a gobernar, sin contar los que han abandonado el país o han perdido toda esperanza. Aquellos que trabajan, lo hacen cobrando menos horas y en peores condiciones, tanto salariales, con una pérdida substancial de la capacidad adquisitiva, como contractuales, por los efectos de una reforma laboral que ha sometido a los trabajadores/as al arbitrio de los empresarios, ha dinamitado la negociación colectiva y ha recrudecido la conflictividad laboral. Dirán que todo es del color del cristal por el que se mire, pero al margen del espejito en el que se mira Mariano Rajoy, el país parece sumirse hoy en un páramo sembrado de cristales rotos.

Mal que les pese a los que se mofan ante el relato de la realidad, o les desea un “que se jodan” a los que no pueden trabajar, hoy hay más de 10 millones de personas en el umbral de la pobreza y más de un millón y medio de hogares con todos sus miembros en paro. Si se tiene en cuenta que este es el país en el que el esfuerzo para ayudar a las familias con hijos es el más bajo de toda Europa, no extrañará que, tal y como detalla UNICEF en su informe de octubre, haya 2,3 millones de niños que viven bajo el umbral de la pobreza. No sabemos si Mariano irá a las barriadas a tirarles chuches desde el coche o si los amordazará, pero nada nos puede sorprender ya cuando se presenta como un logro el incremento del 0,25% de las pensiones o como un gesto el aumento en 3 Euros del salario mínimo. Diríase que hay quien piensa que este es un país al que le falta cerebro y memoria. Desde luego que a su gobierno le ha faltado soberanía y dignidad. Tal vez por eso se ha impulsado ahora la sofocante campaña del ‘aún queda mucho por hacer’. Tras la pegajosa farsa de comedimiento, diálogo y proximidad, se distingue la melodía mecánica de un corazón de acero: Mira ahora, mira ahora, puedes mirar, ya me he puesto maquillaje, je, je y si ves mi imagen te vas a alucinar y me vas a querer votar…

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