
Que David Cameron escogiera un entorno tan rústico como una fábrica de tractores para soltar su anunciado discurso sobre inmigración, es comprensible. Si lo hubiese hecho en el distrito financiero de la city londinense, un entorno multicultural con gestores originarios de todos los países del mundo, habría resultado algo más violento: Por el carácter multicultural de esta pequeña élite que ingresa 2.000 millones anuales no más que en bonus, como por ser, por su apetito y codicia, el referente de un cierto modelo de sociedad. Que al obrero británico, también al metalúrgico, la economía especulativa le pueda resultar mucho más nociva que cualquier otra cuestión de índole demográfica, no es relevante, al menos para el actual inquilino del 10 de Downing St. que, recordemos, es hijo de un corredor de bolsa. Como cuestión propensa al discurso mitológico, la inmigración invitaba pues a utilizar un espacio de alto valor simbólico, como el que ocupa una fábrica como la JCB en Staffordshire, en el imaginario de un aplicado ex alumno del exclusivo colegio Eton. El resultado, como apuntaba el viernes pasado el profesor Rojo Torrecillas en una conferencia en CCOO de Catalunya, es uno de los discursos más demagógicos sobre migración en lo que llevamos de siglo.
Los mecanismos retóricos utilizados por Cameron en su intervención son extremadamente burdos, como cuando critica la actitud complaciente de aquellos que relativizan la importancia del fenómeno de la inmigración. A estos dice, se les nota que nunca han tenido que ponerse a la cola para poder acceder a una vivienda social, ni se han visto obligados a meter a sus hijos en las aulas saturadas de algún colegio público, lo cual, teniendo en cuenta la fortuna personal del líder tory, resulta irreverente y cínico. El recurso al agravio comparativo, el uso de tópicos tan manidos como el turismo social, o la asociación sintáctica de la criminalidad con el abuso en el acceso a las prestaciones, confirman la simpleza argumentativa de un político populista desesperado por recuperar el voto más radical. Sin embargo, junto a las bravuconadas del tipo ‘primero deportar, después apelar’, o ‘nuestro sistema del bienestar es un club nacional’, se hace patente una narrativa que, al margen de exageraciones e imprecisiones, es muy parecida a la que se extiende por otros países de la Unión. Si el reciente Eurobarómetro prueba que la libre circulación es la libertad que mayor consideración le merece a la ciudadanía europea, es de temer que la amenaza que se cierne sobre ella, enturbie también el propio futuro de la UE.
Los recientes cambios en la legislación alemana, o la radicalización de la política migratoria por parte de gobiernos que como el belga, le han retirado, desde 2010, el permiso de residencia a más de 7.000 ciudadanos/as de la Unión, confirman una tendencia preocupante. Que al mismo tiempo los ministros que encarnan estas políticas, como es el caso de la flamenca Maggie de Block, cosechen con ellas las más elevadas cotas de popularidad, confirma la deriva populista del proyecto europeo. En vez de identificar las causas de la pérdida de calidad de nuestros servicios y prestaciones públicos en los constantes recortes, o la destrucción del empleo en la estrategia destructiva de precarización y flexibilidad laboral, se recurre al tópico del parasitismo social de ciertos colectivos y al de la competencia desleal entre trabajadores. Con ello Europa pierde cada día un poco más de dignidad y de cohesión, y recupera un discurso provocador y destructivo que distrae la atención de la dimensión política de los problemas socioeconómicos mediante una cortina de humo que utiliza los más rancios estereotipos.
Sin embargo hay que subrayar que la responsabilidad en este caso no es atribuible a la Comisión Europea, sino a los estados europeos, y que el recurso de estos a un ideario nacional más cercano a la xenofobia que al buen sentido, es prueba de una tensión creciente en la construcción europea. La Comisión ha demostrado mediante la revisión del reglamento EURES que introduce, entre otros, el concepto de ‘movilidad justa’, o mediante la directiva 2014/54 sobre medidas para facilitar el ejercicio de la movilidad, un criterio claramente proactivo en la línea de reforzar el derecho más apreciado por la ciudadanía europea. Ha entendido que la libre circulación es un principio que tiene un gran potencial cohesionador en Europa, pero, al mismo tiempo, es también susceptible de ser utilizado como arma arrojadiza por aquellos que quieren destruir el proyecto común. Por ello hay que poner coto cuanto antes a la utilización de la movilidad para introducir la competencia a la baja, garantizando el derecho a un mismo salario por un mismo trabajo. Al mismo tiempo conviene defender en toda Europa el derecho a un empleo digno, eso es, con un salario que, sin subvenciones ni ayudas, permita vivir a los trabajadores y a sus familias. Tan sólo así la libre circulación será una verdadera libertad y se podrá poner fin a la corrosiva estrategia de enfrentar entre sí a los/as trabajadores/as.
No hay comentarios:
Publicar un comentario