domingo, 30 de noviembre de 2014

Sociedad en liquidación

Uno de los conceptos o metáforas que mejor recogen el profundo cambio sociocultural que experimentamos hoy es, con toda certeza, el de modernidad líquida, acuñado por Zygmunt Bauman. Frente a la sociedad sólida, de contenidos y valores persistentes, la sociedad transita hacia una nueva dimensión en la que imperan la incertidumbre y la fragilidad. Si los sólidos conservan su forma en el tiempo, “los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados”. El carácter líquido de la sociedad se traslada a las relaciones, al modelo del bienestar, a la cultura del trabajo y extiende la volatilidad, la precariedad y la imprevisión al ámbito laboral y familiar. Esta transformación se alimenta de los cambios tecnológicos, del auge del individualismo y del consumo, e introduce nuevos paradigmas de naturaleza comercial. Nuestra vida se convierte en un cálculo dinámico, en términos de costes y beneficios, que analiza permanentemente la viabilidad del proyecto ‘personal’ en términos de ‘éxito’ y de ‘liquidez’ financiera, y que se deshace de todo aquello superfluo que pueda entrañar un compromiso demasiado ‘sólido’ en el ámbito ético, social o profesional.

La sociedad sólida está así en proceso de ‘liquidación’ y no son pocos los postores que se apresuran a pujar con tal de quedarse con algún derecho, prestación o servicio, que les reporte un sabroso pellizquito para su cuenta ‘personal’. Estos postores son, no podía ser de otra manera, al mismo tiempo ‘impostores’. Los que liquidan el patrimonio público, dicen hacerlo en nombre del bien común, y así, el corrupto defiende la honradez, el defraudador la fiscalidad y el político autoritario la democracia participativa. Baste con recordar una estampa tan actual como la del Presidente de la Comisión, Juncker, diciendo en la reunión del G20 en Brisbane, Australia: ‘Pienso de verdad que todos debemos combatir la evasión fiscal’. Si a pesar del cierre informativo recordamos (Luxleaks), que Juncker era primer ministro de Luxemburgo cuando se firmaron acuerdos fiscales con más de 340 multinacionales para facilitar la elusión fiscal en Europa, veremos que en esta época de liquidación social, la ‘verdad’ vive sus horas más bajas y que lo que realmente triunfa es lo ‘verosímil’ que, como los sucedáneos y las malas copias resulta, con respecto a la verdad, mucho más económico.

Juncker muestra estar a la altura de una Comisión que, en los últimos años, también ha demostrado un fuerte afecto por la liquidación, especialmente mediante el endeudamiento público, la privatización o la eliminación de derechos y garantías ciudadanas. La desafección que muestra hacia la democracia y la ciudadanía mientras satisface con avidez a los lobbies que pujan por quedarse con los pedazos de nuestro modelo público y social, llega a su máxima expresión con la defensa cerrada que hace la Comisión del TTIP. Cocinado con nocturnidad y alevosía, este mejunje de la cocina neoliberal puede dar el toque de gracia a nuestros servicios públicos y socavar aún más nuestros estándares laborales y medioambientales. Pero es previsible que vaya mucho más allá. Europa ha tenido siempre dos fundamentos: su modelo social y el mercado interior. Ahora, tras poner el modelo social en el gotero y apuntar a la desfiguración del mercado común mediante su disolución transoceánica, es de temer que la Comisión, con Juncker al frente, consiga su objetivo más ansiado: vender a saldo no tan sólo el patrimonio social europeo, sino condenar a la Unión Europea entera a la liquidación por cierre.

Las veleidades del ‘postor/impostor’ que caracteriza la ‘licuefacción’ de la política y que tan bien encarnan personajes como Jean-Claude Juncker, precisan de un esfuerzo constante por mantener viva la ficción. En esta lógica se inscribe también el reciente anuncio a bombo y platillo del plan de inversión que ha antecedido la presentación de los documentos que inician el Semestre Europeo. La cifra prometida de 315.000 millones en tres años, se alcanza gracias al potencial casi ‘mágico’ de 21.000 millones que como ‘palanca’ habrán de activar la inversión privada. Si tenemos en cuenta que de estos, tan sólo 2.000 millones son frescos, y los 19.000 restantes son vino viejo en odres nuevos, entenderemos que el plan, a falta de ‘liquidez’, es de naturaleza casi gaseosa. O bien Juncker esconde un carácter místico y puede flotar sobre las aguas y multiplicar los panes y los peces o, como sugería Paloma López, tiene alma de trilero. Sea como sea, lo que Europa necesita es democracia e inversión, pero desde la iniciativa pública. Ya hemos inyectado suficiente dinero en los bancos como para seguirles confiando el motor de la economía. Para eso están el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y el Banco Europeo de Inversiones, aunque claro, ambos tienen su sede en el Gran Ducado de Luxemburgo…

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