martes, 25 de noviembre de 2014

Los '300'

Lo de los 300 espartanos que hicieron frente al inmenso ejército del Jerjes I tiene tela. Al margen de la épica del enfrentamiento del reducido contingente heleno capitaneado por Leonidas, luchando a muerte contra las nutridas huestes del rey persa, está la duda del sentido de tan alto sacrificio. La degollina en el estrecho desfiladero de las Termópilas ha pasado a la historia como un ejemplo de resistencia y de audacia sin límites. Pero el coraje de los guerreros que, parapetados tras sus grandes escudos, resistieron 3 días a las marejada de piedra, hierro y fuego a la que les abocaba el rey aqueménida, distrae de un hecho que no es del todo insignificante: el del tipo de sociedad que defendían. Es sabido que el pueblo que habitaba Laconia era austero no tan sólo en el uso de las palabras (de ahí lo de lacónico), sino en cada uno de los aspectos de la convivencia. En Esparta no había lugar para los débiles. Los niños que sobrevivían a la criba inicial y no eran arrojados a un barranco a los pies del monte Taigeto, eran separados de sus padres a los 7 años para ser sometidos a una instrucción de fuerte carácter militar. El hambre, el frío y el castigo corporal forjaban el carácter despiadado e intrépido que se suponía había de tener todo miembro de la clase dominante, los homoioi.

La sociedad espartana era fuertemente jerárquica, y era una minoría privilegiada la que ocupaba todos los cargos públicos y poseía las tierras. La manufactura y el trabajo agrario eran considerados tareas denigrantes que se dejaba en manos de los periecos y de los ilotas, a los que faltaba todo derecho político. Al margen de la condición siempre delicada que acompaña a la esclavitud, en el caso de Esparta los siervos vivían además con el miedo de ser sorprendidos por algún guerrero empecinado en coronar con éxito su prueba de madurez, que consistía en asfixiar hasta la muerte a algún ilota, eso sí, sin ser descubierto jamás. La sociedad que a pesar de su carácter heleno, habría hecho las delicias de la canciller de hierro, no era por tanto un lugar muy confortable y es de suponer que cuando el pueblo veía marchar a los guerreros hacia alguna guerra remota, no serían pocos los que les desearían una muerte heroica. Parece pues probable que en el caso de los 300 espartanos, se confunda la gimnasia con el magnesio, eso es, la lucha por conservar la propia identidad, con el valor de esa misma identidad. Sin duda resulta patriótico defender hasta la muerte un régimen injusto y criminal, pero qué es la patria sino una exacerbación simbólica que nunca quiere responsabilizarse del bien común.

Sin abandonar la épica, en estos días celebramos la lucha de otros ‘300’. Sus cascos cuando tenían la suerte de tener alguno, brillaban menos que los espartanos, y tras la faena, llevaban habitualmente en la piel no el rastro de la sangre, sino una fina película de aceite de máquina. Los 300 obreros que se enfrentaron en el teatrillo anejo a la iglesia de San Medir a las huestes del franquismo, también pusieron en peligro sus vidas, aunque no lo hicieran por defender una patria injusta, sino por hacer valer sus derechos y dignificar con su lucha la sociedad en la que vivían. La asamblea fundacional de CCOO de Catalunya hace ahora 50 años, puso las bases de un proyecto que ha hecho mucho por la igualdad, la justicia y la cohesión social. Las primeras reivindicaciones que se elaboraron con la voluntad de extender la lucha obrera y de dotarla de mayor estabilidad y continuidad fueron cuatro: Se solicitaba un salario mínimo de 200 pesetas, una escala salarial móvil, eso es, el mantenimiento de la capacidad adquisitiva de los salarios frente a la inflación, el derecho de huelga y la libertad sindical. Cuatro reivindicaciones que hoy, con 300 sindicalistas encausados, una brutal deflación salarial y una ofensiva en toda regla contra derechos fundamentales como el de huelga, siguen estando de plena actualidad.

Que la ofensiva contra las conquistas de la lucha obrera siga hoy tan vigente como 50 años atrás, no hace sino demostrar que, como decía otro griego: ‘La guerra es el padre de todas las cosas’. Y si esto por suerte no es del todo cierto para las guerras territoriales, si lo es para el conflicto que enfrenta al trabajo y al capital. Aquí no valen descansos del guerrero y ninguna conquista es perpetua. Tan sólo vale la lucha por extender la conciencia y por hacer prevalecer la democracia como principal garantía de equilibrio económico y social. Cuando contabilizamos 107.000 familias sin ningún ingreso, cerca de 700.000 personas desempleadas, y Catalunya se presenta como uno de los países con mayor desigualdad en Europa, parece evidente que la lucha de nuestros ‘300’ sigue siendo vigente y necesaria. Después de San Medir, CCOO de Catalunya se constituyó como sindicato nacional y de clase. Nacional, porque si bien la lucha había de emerger del barrio y de la fábrica, precisaba de un marco sociopolítico en el que poderse articular. Esa es para nosotros la centralidad de la lucha nacional. Porque no existe para las trabajadoras y para los trabajadores otra patria que la que le dan sus derechos, ni otro patrimonio que la democracia y la justicia social.

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