domingo, 28 de diciembre de 2014

Casta casta

No cabe duda: los medios de comunicación se han visto infestadas por una nueva especie de carácter vírico: los podemólogos. A diferencia de sus primos cercanos, los podólogos, que como es sabido, tratan los pies y las durezas que comporta el andar, esta nueva tipología de supuestos expertos en venderse a sí mismos, analiza desde los ángulos más inesperados y contrahechos, si el fenómeno que representa Podemos tiene fundamento, o si se sostiene sobre pies de barro. Tan sólo en ABC encontramos más de 500 entradas de opinión dedicadas a Pablo Iglesias, pero en otros baluartes del credo patrio como ‘La Razón’, no se quedan mucho más cortos. Si dedicamos un momento, a analizar el pretendido escarnio que se versa en estas crónicas y retratos, la mayoría de ellos bastante torpes, encontramos imágenes recurrentes: Peter Pan bolivariano, momia de la Plaza Roja, terrorista y falsario o sans culotte guillotinador. Pero algo pasa cuando incluso en ese afluente eterno de la derecha que es el centro pero también en algunas estribaciones ideológicas de la izquierda, se insiste en denunciar el carácter oportunista, moralizador o farisaico de un líder que, a fuerza de ofensa, vituperio y mofa, parecen querer convertir en un auténtico mártir.

Es cierto que para algunos que llevan picando piedra política durante lustros, o que provienen por ejemplo de la praxis sindical, Pablo y Cia, puedan parecer a veces vírgenes vestales que descienden jactanciosas por las escaleras de la academia, para traernos la buena nueva de que es posible un mundo mejor. Pero la verdad es que el mensaje posibilista de Podemos cuaja y traslada fuerza e ilusión a un amplio espectro de la población que padece de la precariedad, del desdén, y de una insoportable incertidumbre, que por demasiado tiempo ha sido huérfana de todo referente. Esa es la importancia y el valor de esta nueva formación que tanto agravia a algunos/as y tanta esperanza alimenta en otros/as. Ese es el potencial político de un partido que aglutina hoy el poder transformador de una izquierda que recupera, por primera vez en muchos años, el sueño y la voluntad de revertir la hegemonía neoliberal para restablecer un modelo político y social en el que prevalezcan honradez, justicia y solidaridad. Esa es, en definitiva, la responsabilidad de un proyecto que no nace por generación espontánea, sino que es producto de muchas otras luchas y experiencias previas que confluyen y hacen de él el tan esperado pivote sobre el que apoyar al fin un cambio impostergable y necesario.

Sin embargo hay tres cuestiones que precisan de algún discernimiento. En primer lugar está la disyuntiva de si se trata de tomar el poder o de transformar el sistema. El ADN ideológico de Podemos tiene número y es el 15. Este cromosoma del 15M comporta de manera inequívoca el síndrome de la democracia profunda, pero aún está por ver si lo que se ofrece es realmente una reforma sustancial e institucional de la sociedad civil que supere la rémora que supone la democracia representativa, o si se trata de sanar y moralizar lo existente, lo cual, en términos de transformación del sistema, vendría a ser dar gato por liebre. La democracia o se desarrolla o se enquista y desaparece. Hacen falta por eso nuevos espacios en los que pueda articularse y es preciso reforzarla y mejorarla allá donde ya está presente. Este es el segundo punto. Porque conviene aclarar si se va a superar el clásico error de apreciación académico, tan presente en la ortodoxia comunista, de concebir el conflicto social como algo subalterno y corporativo que, no sirve más que como “terreno de educación y adiestramiento político de los trabajadores, y sobre todo, como instrumento de promoción y apoyo del partido político. En una palabra, como trampolín para llegar al poder” (Bruno Trentin) o para ‘asaltar los cielos’...

El Trotski torturado por su conciencia que tan bien recrea Leonardo Padura en su novela, lo dice con rotundidad cuando maldice “haber borrado la democracia de las organizaciones obreras, y contribuido a convertirlas en entidades amorfas que ahora utilizan los burócratas estalinistas para cimentar su hegemonía”. El tópico del régimen del 78 olvida con excesiva facilidad los muertos de Atocha, las cárceles franquistas y los peligros de una involución real que asomó su cara abotargada y estúpida un 23 de febrero. De la misma manera omite de manera interesada e injusta la lucha desigual de cerca de 300 compañeros/as encausados por defender nuestros derechos. El menoscabo de la lucha obrera y de sus principales recursos, el diálogo social y la negociación colectiva, sugiere una visión jerárquica de la democracia que, hoy por hoy, dificulta enormemente la confluencia en la lucha común de un movimiento obrero que tiene fuerza y dignidad suficiente como para no aceptar que nadie le imponga portavoces. Es aquí donde existe el mayor potencial, y es aquí donde mayor esfuerzo pone el poder para alimentar desencuentros y equívocos. Es esta la última cuestión. La victoria precisa de la confluencia con el trabajo organizado, pero también en el seno de la izquierda. Y para eso hay que bajarse de cruces y pedestales. Tal vez parezca más estratégico esperarse… Pero sin olvidar que la castidad y la mística es casta de castos… Y casta casta no es más que casta al cuadrado.

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