miércoles, 24 de septiembre de 2014

El año del salmón

Que el líder escocés que ha sacudido los cimientos de la city londinense se llame Salmond no puede extrañar a nadie. De todos los peces, el salmón es sino el más rojo, sí el más rebelde, y lo es por nadar con fuerza contracorriente. Así, en su intensa andadura, el primer ministro de Escocia ha demostrado con creces lo fuerte e indómito de su carácter, pero también una gran dosis de coherencia cuando, derrotado en las urnas, no ha dudado en anunciar su renuncia. El debate escocés, que ha culminado en una demostración de madurez civil y política que para nosotros quisiéramos en una buena parte de Europa, se ha articulado especialmente alrededor de tres ejes. En primer lugar un respeto elemental hacia la democracia. El compromiso demostrado por Londres al autorizar el plebiscito se corresponde con una arraigada cultura política que impone que, cuando corresponde, se sepa subordinar los intereses a los valores. En segundo lugar está el plano de la soberanía, de la identidad cultural y de la emancipación histórica. Pero la cuestión ‘nacional’, ha conducido de manera espontánea y natural al tercer eje, el de la dimensión social, que es el que realmente ha marcado el debate en torno al referéndum.

Los duelos televisivos entre el máximo líder unionista, Alistair Darling y el escocés, Alex Salmond, mostraron curiosamente una confrontación articulada no alrededor de dos modelos nacionales, sino de dos posicionamientos sociopolíticos profundamente antagónicos. Mientras el ex ministro laborista de finanzas argumentaba desde el ideario del social liberalismo, léase del blairismo de la tercera vía, el primer ministro escocés se defendía y contraponía la lógica de la democracia social, redistributiva y solidaria, que una vez caracterizó el discurso del progreso en Europa. La pugna ideológica se situó así no tanto en el plano nacional, sino en el de la soberanía como garantía democrática para extender la justicia y la cohesión social. Este es el debate que consiguió sumar por momentos a una mayoría tras el proyecto liderado por Salmond, y es también el planteamiento que, en el caso de Cataluña, consiguió ganar, durante décadas, a una gran parte de la población para un proyecto que, aún siendo liderado por la derecha, tenía una fuerte componente social. La diferencia radica al parecer en que el salmón catalán andaba más preocupado por proteger las huevas que por remontar río arriba.

La corruptela en el círculo del poder y también familiar del President que gobernara la Generalitat durante más de 20años esconde hoy el hecho de que fue, junto al breve y refrescante tripartito, la etapa en la que se desplegó un mayor grado de autonomía y diálogo social en la historia de Catalunya. La visión escandinava de la sociedad que publicitara Pujol y su defensa del mérito, la capacidad y la solidaridad como elementos de vertebración de un crecimiento económico equilibrado y equitativo han quedado totalmente desacreditados por su turbia gestión financiera, y aún más, si cabe, por la codicia, mediocre y desabrida, que ha puesto en escena su progenie. Sin embargo conviene remarcar que también la herencia política de Pujol, eso es el gobierno de Artur Mas, ha supuesto la subordinación del país al credo neoliberal y a la implantación de una economía casino que ha empobrecido y dividido a la sociedad catalana. La posición que ha defendido Alex Salmond en Escocia es hoy inexistente en Cataluña y no es tan improbable que la retroalimentación entre el nacionalismo del PP y el de Convergencia, que tan bien les permite taparse mutuamente las vergüenzas, sepulte bajo las ruinas de una belicosidad forzada, la vocación por una solución realmente democrática.

También algunos sujetos políticos en Europa no han querido ocultar su alivio y su alegría ante el resultado escocés. Es de suponer que el grado de entrega de las élites en Europa a los mercados convierte en peligroso todo ejercicio de democracia popular, sin que tenga mayor importancia el objeto o el resultado. Se trata de evitar que se escenifique cualquier situación en la que se empodere la ciudadanía y esta sea capaz de ejercer su voluntad transformadora. Frente a ello se impone desde el establishment una fuerte dosis de ‘realismo’ político que pretende matar en la raíz la expectativa de cambio, y el sentido de cualquier plebiscito, huelga o rebelión ciudadana. La legalidad, que no la legitimidad democrática es hoy la tabla de salvamento a la que se arriman aquellos políticos que viven del rédito de la subordinación de la política a la economía. Son ellos los que intentan cazar desesperadamente los salmones al vuelo, y domesticarlos para convertirlos en aburridos peces de acuario.

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