domingo, 6 de julio de 2014
Un hombre llamado 'Yunque'
Es comprensible que ante la incertidumbre uno pretenda recuperar las esencias de los propios orígenes. En el caso de la Unión Europea parece por eso normal que, tras la gran debacle de las recientes elecciones al Parlamento Europeo, se quiera dirigir la mirada esperanzada al inicio del proyecto común, eso es, la Comunidad del Carbón y del Acero de hace ahora 60 años. Que tal vez por eso se haya querido escoger como líder a un hombre llamado yunque, parece así demostrar una cierta coherencia no tan sólo por lo siderúrgico del nombre, sino también desde el punto de vista geopolítico, si se tiene en consideración que Jean Claude Juncker nació en el Shangrila centroeuropeo y dirigió durante casi 20 años un pequeño paraíso fiscal situado entre Bélgica, Francia y Alemania. La complicidad con la república federal le vendría además por una doble vertiente. Por el lado etimológico Junker viene a ser lo más parecido a nuestro ‘señorito’ en alemán antiguo, y define también a la baja nobleza agraria prusiana que ocupó puestos clave en la administración imperial de principios de siglo. Por el lado industrial, Junker fue la empresa que introdujo las primeras calderas en los hogares alemanes, pero también jugó un papel central en la aeronáutica civil y militar. Así mientras calentaba a los ciudadanos alemanes gracias a sus radiadores, hizo lo propio algunos años más tarde sacudiendo a los habitantes de la pérfida Albión a base de contundentes zambombazos.
Ya el nombre viene a ser por tanto toda una declaración de intenciones. Que los británicos, y por delante de todos ellos el primer ministro del Reino Unido, se hayan sentido atacados en sus esencias por el candidato a presidir la Comisión, es por tanto más que comprensible. Que sin embargo Camerón de la Isla se haya dejado arrastrar a una batalla perdida de antemano, y se haya condenado así a ejercer de Camerón aislado, es un tanto lamentable y comporta un notorio riesgo a nivel europeo. La autoinmolación diplomática del líder tory tal vez le haya servido para cohesionar las maltrechas filas del conservadurismo británico y ganarle así unos pocos puntos en las estadísticas al insufrible UKIP, pero sienta un mal precedente en la Unión. Al renunciar por primera vez al consenso en la elección del líder de la Comisión, se abre la puerta en el futuro a un procedimiento poco integrador y que no necesariamente promueva la cohesión europea. Así se desvirtúa además parte de la coherencia ganada con la centralidad que ha jugado el Parlamento en el proceso de selección. La provocación del primer ministro británico y la puesta en escena se deben además con gran probabilidad al cálculo premeditado de que el acceso político al mercado interno europeo que pudiera perder el Reino Unido en los próximos años, será recuperado con creces en el marco de las relaciones normalizadas a nivel mercantil y económico que despliegue el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones.
En relación a la orientación social y económica que pueda imprimirle Jean-Claude Juncker a la Comisión Europea a lo largo de los próximos años, es de temer que el quinquenio vendrá marcado por el bipartidismo europeo, eso es: Seguidismo y melifluidad en la política fiscal y económica, que seguirán respondiendo a las exigencias de los grandes estados, especialmente a las de la canciller Merkel, y por tanto del gran capital industrial y financiero. Así lo parece confirmar la escasa resistencia demostrada por la socialdemocracia europea en la reunión convocada por Françoise Hollande el pasado 21 de junio en el Hôtel Marigny, en la que esta decidió apoyar sin fisuras el liderazgo compartido por Juncker y Martin Schulz en la Comisión y en el Parlamento Europeo. En relación a las cualidades personales de Juncker son anecdóticas pero relevantes las palabras del impronunciable Jeroen Dijsselbloem, jefe del Eurogrupo, cuando se preció ante una televisión holandesa de ser más calvinista que su antecesor en el cargo, aunque algo menos dado a la buena vida. Si la relación con el alcohol parece una cuestión secundaria y que ha servido a la prensa británica para mostrar su lado más infantil y sanguíneo, lo que sí parece evidente es que Juncker no es candidato que quiera o pueda cambiar absolutamente nada en relación a la visión austera, reduccionista y falta de solidaridad de la construcción europea que ha prevalecido a lo largo de la crisis. Eso puede comportar a medio plazo un aumento de la injusticia y de la desigualdad que alimenten aún más si cabe el discurso interesado y demagógico no tan sólo de la extrema derecha británica, sino del conjunto de huestes fascistoides y antieuropeas, que se han instalado cual parásitos en el Parlamento, a la espera de la primera ocasión en la que dinamitar la cohesión social, territorial y económica en Europa.
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