martes, 20 de mayo de 2014
¡Votad, votad, malditos!
“Encanto… Puede que no reconozca a un ganador al verlo, pero desde luego me doy cuenta del que va a perder”. Estas palabras que el antagonista de ‘Danzad, danzad malditos’ dirige a la heroína, una inolvidable Jane Fonda, encajan a la perfección en el proceso electoral que este domingo decidirá quién mandará en el Parlamento Europeo a lo largo de los próximos cinco años. Al igual que en la gran película de Sydney Pollack, también en las elecciones europeas el argumento central se desarrolla en un clima de gran depresión y de lucha por la supervivencia. Pero la coincidencia va más allá. Tampoco aquí sabemos quién ganará las elecciones, pero nos tememos quién será el gran perdedor. Y no se trata de un partido minoritario, sino de la gran mayoría de las ciudadanas y ciudadanos europeos. Porque la campaña ha pasado de puntillas frente a los problemas reales a los que nos enfrentamos. Porque ninguno de los previsibles vencedores ofrece un cambio creíble que devuelva la ilusión por el proyecto común. Porque el verdadero y peor triunfo será el de la abstención. Una negación de Europa que emerge del descrédito sembrado por la austeridad y que ha prodigado la xenofobia, el racismo y un fascismo de nuevo cuño que, el 26 de mayo, puede escenificar su puesta de largo en la Unión.
No es casualidad que los tres candidatos de los partidos mayoritarios, Jean-Claude Juncker, Martin Schulz y Guy Verhoefsstadt hayan nacido en un radio de menos de 100 kilómetros en pleno centro de Europa. Son políticos curtidos en el trabajo político en Bruselas, ya sea en el Parlamento o en el Consejo, y encarnan a la perfección el papel de eurócratas inspirados. Pero a pesar de sus brillantes discursos y de la simpatía que pueda derrochar el uno y el otro, es evidente que no suponen ninguna amenaza para el engranaje transnacional que externaliza y devalúa la Europa social. Ni siquiera el cabeza de lista del Partido Socialista Europeo se cree que vaya a plantar cara a la jefa del consejo, una Angela Merkel que encabeza sin complejos el cartel electoral de la derecha alemana. Ya rindió ante ella sus argumentos al negociar la gran coalición en Alemania y por mucho que ahora pretenda mejorar su posición de fuerza en la negociación de una coalición europea, lleva marcadas las cartas. La canciller ya ha insinuado que aún si ganara la socialdemocracia en Europa, antes de permitir que liderara la Comisión Europea exigiría la firma de un pacto de mandato, tal y como se hizo entre SPD y CDU. Eso es; una renuncia formal a cualquier cambio sustancial en la deriva financiera de la Unión.
En los debates públicos que hemos podido presenciar, se ha demostrado que las diferencias entre uno y otro son mínimas. El documento presentado recientemente por los diputados europeos del SPD deja bien claro que la socialdemocracia europea quiere aprobar el Tratado de Libre Comercio con EE.UU. Las declaraciones de Schulz apoyando las reformas de Rajoy se diferencian bien poco de las de Juncker, que llega a tildar el ánimo ‘contrareformista’ de Mariano de ‘gran inspiración’. Al fin y al cabo, en el último mandato, el PPE y el PSE votaron juntos el 73% de las veces. Tal vez el alemán no tenga el halo turbio del luxemburgués, que tuvo que dimitir como jefe de gobierno hace menos de un año por un caso de espionaje y corrupción. Y es que el hombre que presidió el Eurogrupo del 2005 a 2013, es al margen de cierta querencia a la asfixia, realmente bueno en lo suyo. Incluso consiguió llevar la mayor entidad financiera a nivel internacional, el Mecanismo de Estabilización Europeo, a su patria chica, léase a su paraíso fiscal. Claro que hay quien quiere impedir que se denomine así al ducado, pero baste con recordar cómo Luxemburgo suspendió el reciente examen de la OCDE sobre transparencia fiscal quedando peor situado que Mónaco, Andorra o las Islas Caimán.
Parece inconcebible que Europa vaya a ser dirigida por un pirata o por un charlatán, pero es precisamente eso lo que se anuncia. El objetivo último es tal vez el desprestigio definitivo y total del proyecto común. Para favorecer a los estados que se han hecho con la hegemonía geopolítica, y a los intereses financieros e industriales que estos representan. Para evitar como sea la democratización de la Unión Europea e impedir que pueda hacer frente al dictado de los mercados. No sabemos si el que gane el próximo domingo se llevará los 1.500 dólares de plata del premio del maratón de baile, o si bastará con 30 monedas. Lo que sí parece claro es que, como el resultado no comporte un cambio verdadero hacia el progreso, la justicia social, la tolerancia y la solidaridad, a lo largo de los próximos 5 años Europa se hundirá o transmutará hasta volverse irreconocible. Si se aprueba un Tratado de Libre Comercio, esta puede ser la puntilla final para el proyecto europeo. Si se mantiene el régimen de austeridad, las tensiones pueden resquebrajar el mapa europeo. Por eso hay que votar. Con el estómago, con el cerebro o con el corazón. Desde el escepticismo, la ilusión o la rabia. Por nuestro barrio, nuestro puesto de trabajo, nuestra familia, nuestro sueño o nuestra pesadilla. Por eso: ¡Que no pare la música! ¡Levantados allá donde estéis y démosle la vuelta a tanta fatalidad y a tanta frustración! ¡Votad, votad, malditos!
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