viernes, 2 de mayo de 2014

Discurso del 1 de mayo en Dortmund

Estimados compañeros y compañeras,

Os traigo el saludo fraternal de las Comisiones Obreras de Catalunya. Es un placer poder compartir con vosotros este 1º de mayo. Este es el día en el que los trabajadores y trabajadoras salimos a la calle para defender nuestros derechos laborales y sociales. También es el día en el que manifestamos nuestra solidaridad con los trabajadores oprimidos. Aquellos a los que no se les quieren reconocer sus derechos laborales. Aquellos que trabajan en condiciones inhumanas. Aquellos que como sindicalistas son perseguidos o asesinados. A todos ellos les dedicamos hoy nuestros pensamientos y nos sentimos hermanados con su sufrimiento y con la injusticia a la que se les condena día tras día.

Hace un momento me han dicho que hoy son 75.000 los compañeros y compañeras que se manifiestan en Barcelona este 1 de mayo. Los dos grandes sindicatos CCOO y UGT lo hacen este año bajo el lema ‘Contra la pobreza laboral y social’. Por los 6 millones de desempleados que están a un paso de la exclusión social. Pero también por qué allí, igual que aquí en Alemanya, un lugar de trabajo ya no es ninguna garantía para una vida autónoma y digna. En nuestra constitución está escrito que todos los ciudadanos tienen el derecho a un trabajo y a un sueldo que sea suficiente para el trabajador o trabajadora y para su familia. Pero ya no se tiene en cuenta ni se respeta. Ni por parte de la economía, ni tampoco por parte de nuestro gobierno.

Parece ser que los derechos fundamentales ya no determinan las políticas y que tampoco las políticas determinan ya la economía. Se nos dice que vivimos en un estado de excepción permanente y que las reglas han cambiado totalmente. Ahora hemos de sacrificar nuestros principios democráticos porque los mercados nos lo piden. Nos dicen que este es el precio de la moneda común y el peaje que le hemos de pagar a la construcción europea. Y eso es realmente lo peor. Que Europa sea utilizada como excusa. Que esta Europa que en sus peores momentos ha costado la vida a tantos millones de personas, sea instrumentalizada por unos pocos, utilizada para poder ampliar su poder y hacer aumentar sus beneficios.

El 1 de abril de 1939, hace ahora 75 años, en España fue destruida la república. Con su derrota se impuso la dictadura del Generalísimo Franco que mantuvo su gris poder mediante la tortura y la violencia a lo largo de 40 años. Durante este tiempo Europa se convirtió para nosotros en un ideal democrático. Cuando España firmó, el 12 de junio de 1985, su incorporación a la Comunidad Europea, para muchos de nosotros se cumplió un sueño muy deseado. Hacia la democracia. Hacia la justicia. Hacia la cohesión social. Con el intervencionismo europeo que ha acompañado la política de austeridad desde mayo de 2010, este sueño se ha convertido en una pesadilla. Ahora se nos dice que no nos podemos permitir tanta democracia. Que la democracia es para nosotros un lujo excesivo.

Con la austeridad se nos han recortado los salarios en la función pública, las pensiones y servicios. Las listas de espera en la sanidad se han incrementado, hay más alumnos en cada aula escolar, de los dependientes tan sólo se hacen cargo ya los familiares. Al mismo tiempo se ha dado facilidades a las empresas para despedir, se ha rebajado la prestación por desempleo, se ha aumentado la edad de jubilación. Todo para hacer más flexible el mercado de trabajo. Finalmente también se ha intervenido en la autonomía de los interlocutores sociales en la negociación colectiva, se ha reducido su cobertura y se ha eliminado su actualización automática mediante la ultractividad. En los últimos años ha descendido el número de trabajadores y trabajadoras cubiertos por convenio de 12 a 5 millones de personas. Así se consigue que bajen los salarios, porque este es, se nos dice, el precio para ser más competitivos.

Sin embargo todas estas medidas se han demostrado ineficientes, injustas e ilegítimas. Ineficientes porque no han alcanzado ninguno de sus objetivos. Allí donde se ha ahorrado, casi se ha doblado la deuda pública. Allí donde se quería generar confianza en los empresarios para que contrataran se ha destruido empleo. En una medida que para nosotros era del todo desconocida. Allí donde se había de incrementar la competitividad, la economía ha sido arrastrada a una espiral deflacionaria que debilita, cada día más, nuestro posicionamiento económico e industrial en el ámbito internacional. Nada se ha cumplido de todo aquello que se había prometido ¡Lo único que ha crecido es la pobreza, la desigualdad y la desafección!

La sociedad española ha sido condenada a una devaluación interna que comporta imágenes cotidianas que nunca nos habríamos imaginado en nuestro país. 140 desahucios diarios. 3,5 millones de desempleados de larga duración. 700.000 hogares en los que ya no entra ningún ingreso. Las tasas de pobreza y las desigualdades han crecido con fuerza. Mientras hemos de constatar con consternación que en nuestro país aparecen problemas de malnutrición infantil, en Grecia la mortalidad de los recién nacidos ha aumentado en un 43%, hay quien gana más que antes. Parece ser que a Europa tan solo le importa el gasto. El billón de Euros que se evaden fiscalmente a nivel europeo anualmente, 90.000 millones de euros en nuestro caso, no molestan en lo más mínimo a los que toman las decisiones en Bruselas, ni tampoco a los que las toman en Frankfurt.

La devaluación interna pasa de las finanzas a la economía. Y de la economía a los social hasta que llega a nuestra propia calidad democrática. En el momento que Europa también se devalúa democráticamente, pierde también valor como proyecto de futuro que hasta hace bien poco nos prometía progreso y cohesión social. Europa, de repente, deja de resultarle interesante a la mayoría de la población. El Eurobarómetro muestra cómo la identificación positiva con la UE desaparece en la mayor parte de los estados europeos y cómo en el horizonte empiezan a concentrarse oscuros nubarrones. En la misma medida en la que que Europa se distancia de sus raíces sociales, hay un número creciente de la población que se muestra decepcionada y crítica.

Estimados compañeros y compañeras. Hoy es un día de fiesta y habría de ser también un día de esperanza en el que nos miráramos a los ojos para animarnos los unos a los otros. Un día que para que de nuestra indignación saquemos fuerzas para resistir juntos. Porque la esperanza continúa existiendo. Está viva en el coraje cívico de todos aquellos que en nuestro país se ponen ante el agente judicial para impedir que haya otra familia que sea desahuciada. La esperanza vive en la juventud que se reúne en las plazas e intenta reconstruir la democracia desde sus fundamentos, y tal vez un poco mejor y de manera más humana. Vive en cada uno de los y las médicos que no obedece al dictado injusto del gobierno y les ofrece la necesaria atención médica a los recién venidos sin papeles.

A esta esperanza le hemos de hacer justicia en Europa. Porque es la esperanza que compartimos. Porque es la única esperanza. No podemos permitir que se apropien del proyecto europeo aquellos que no persiguen otro objetivo que la satisfacción de su insaciable apetito por más beneficios. Ellos le dan mucha importancia a que dejemos de creer. Que nos enfrentemos y no nos entendamos. Una Europa social que funcione económicamente sería el mejor ejemplo para demostrar que la justicia y el bienestar, que la solidaridad y el crecimiento no tan sólo se complementan, sino que van juntas. Este sería un precedente peligroso a nivel global. Un desafío en toda regla para todos aquellos que imponen ideológicamente el empleo precario, las condiciones laborales flexibles y la privatización de los servicios públicos para poder ganar aún más.

Se ha de terminar de una vez con la subyugación de la Política ante la economía, con la genuflexión de la democracia ante el dictado de los mercados financieros. Claro que la Unión Europea necesita una fuerte coordinación económica entre los diferentes estados, si es que no precisa también de una política económica común. Esta se ha de ajustar sin embargo a una política social que ponga en primer lugar a nivel europeo el valor central que le corresponde a los salarios, el empleo y la seguridad social. Si los desequilibrios macroeconómicos justifican reformas estructurales e incluso sanciones a los estados, también los desequilibrios sociales han de tener consecuencias que obliguen a tomar medidas. No se puede defender que por ejemplo 3,5 millones de parados de larga duración sean invisibles en el estado español y no obliguen a actuar en el ámbito político.

Y después hay quién se sorprende cuando la gente se pone en marcha. Cuando es casi el 60% de los jóvenes el que está sin empleo, el verdadero milagro es que no sean muchos más los que quieran darle la espalda a nuestro país. Cuando en Rumanía el sueldo mínimo está por debajo de los 200€ y en Luxemburgo supera los 1.500 o en Francia los 1.100, no puede sorprenderle a nadie que sean tantos los que se deciden a hacer la maleta. Evidentemente no es esta la libre circulación que deseamos. Queremos que las personas puedan decidir libremente si quieren trasladarse a otro país o no. Por eso, a nivel europeo, no estamos tan sólo por el derecho a la movilidad laboral, sino también por el derecho a disfrutar de un buen empleo allá donde se ha nacido o se ha crecido. También se les ha de reconocer el derecho a un buen lugar de trabajo a aquellos que no quieren desplazarse.

Cuando no tan solo se utiliza su precariedad, sino también la desinformación y la inseguridad de los trabajadore/as móviles para rebajar las condiciones de trabajo, para bajar los sueldos y para promover la competencia a la baja en Europa, aparecen las tensiones. Porque a las persones les meten miedo. Porque las necesidades de los unos son aprovechadas para poner bajo presión el merecido bienestar de los otros. Por esta razón necesitamos reglas claras para la movilidad. Movilidad voluntaria. Movilidad de calidad. El principio de producción: un mismo sueldo para un mismo trabajo en un mismo lugar, ha de ocupar el primer lugar en las prioridades europeas. En la contratación, ya sean contratos por obra, en empresas temporales o de prestación de servicios. Para todos los trabajadores europeos, ya sean desplazados, fijos o subcontratados. En todos los lugares de trabajo: en los mataderos, las obras, las fábricas y los campos.

Los contrastes a nivel europeo son utilizados para extender el miedo: Ante la pérdida de la autonomía personal, de un buen lugar de trabajo, de la calidad del sistema de salud o educativo, de la jubilación o la ayuda social. Y nunca faltan los que quieren aprovechar la inseguridad y la incertidumbre para llevar el agua a su molino. Entonces aparecen palabras como turismo social o unión de transferencias. Mostrando una gran inseguridad los gobiernos y los medios le ceden demasiado rápido la iniciativa en el debate público a la extrema derecha. La xenofobia y el racismo abonan el terreno en el que arraigan nuevos partidos políticos que amenazan con plena determinación, sin escrúpulos y de manera consciente la paz social en Hungría, Inglaterra, Grecia, Francia y también Alemania.

Al mismo tiempo que se utiliza la tendencia demográfica para poner en duda la sostenibilidad del sistema del bienestar, los jóvenes inmigrantes que quieren trabajar son presentados como una amenaza. Se afilan un poco más las concertinas en lo alto de las alambradas en Ceuta y Melilla, se complica aún más el acceso a un estatus de residente legal, a las minorías se las empuja a la marginación. Europa es presentada como una construcción burocrática. De manera elaborada y tendenciosa se presenta el desastre actual como la única Europa posible. Así se extiende también el antieuropeismo y nos sentimos perdidos en una escalera en la que ya no sabemos si atrevernos a subir un poco más o si conviene comenzar a bajar.

Pero no hay camino atrás. Lo que nos espera abajo ya lo tenemos detrás nuestro y no nos gusta. Por eso Europa ha de ser mejor y más justa, pero sobre todo más democrática y fiel a sus principios y valores. Diferentes estudios europeos han demostrado a lo largo de los últimos meses, que la política radical de ahorro y recorte atenta contra los fundamentos europeos. No tan sólo contra los Tratados europeos, sino también contra la Carta Social o incluso contra algunas normas internacionales del trabajo de la OIT. El Banco Central Europeo se ha adueñado de competencias a lo largo de este proceso que no le corresponden. La Comisión Europea no ha cumplido con su deber de guardián de los Tratados. El Parlamento Europeo ha sido marginado de todo, de tal manera que a la política de austeridad le falta cualquier fundamento democrático.

Europa necesita con urgencia de más democracia y de más transparencia. Por eso precisa de más sindicato y de más política. Para poder acabar con el círculo vicioso entre política de ahorro, rebaja de salarios, caída de la demanda y aumento del paro. Para evitar que se continúen eliminando derechos laborales y conquistas sociales por las que tanto se luchó. Para garantizar que desaparezca la competencia a la baja en Europa que amenaza nuestros servicios públicos, pero también la economía real y la industria. Estas son buenas razones para mejorar nuestra cooperación y para debatir con más intensidad. A todos los niveles. En los consejos sindicales interregionales, en los comités de empresa y en las federaciones europeas, en cada uno de nuestros proyectos comunes, ya sea un intercambio juvenil, una conferencia internacional o un seminario. Pero por encima de todo en la ampliación y refuerzo del sindicato que todos nosotros compartimos: La Confederación Europea de Sindicatos.

La CES ha presentado un plan de inversión que es muy cercano al Plan Marshall del DGB. Su objetivo es mejorar la cooperación a nivel europeo. Para evitar el fraude y la evasión a paraísos fiscales y conseguir así ingresos para los estados. Para impedir el dumping fiscal en el impuesto de sociedades que promueve las deslocalizaciones. Pero también para proteger a los estados ante el riesgo de ataques especulativos. Europa necesita de más solidaridad para ser creíble. Las discusiones y la falta de confianza no han ayudado en nada. El dinero ha de trasladarse de la especulación de los mercados financieros a la economía real. Y para eso hacen falta políticas fuertes. Un plan de inversión por valor de 260.000 millones anuales a lo largo de los próximos 10 años permitiría crear de 8 a 11 millones de lugares de trabajo.

Esto se correspondería con la mitad de lo que nos ha costado a lo largo de los últimos años el rescate de los bancos. De esta manera se facilitaría la mejora en la independencia energética y la innovación en el marco de la economía verde. Si se acaba con la espiral deflacionaria de los estados endeudados estos podrán también mejorar sus ingresos y encontrar el camino para salir del endeudamiento. Para conseguirlo habrán de pagar los que más han ganado con la crisis. Y para eso no es suficiente con el trabajo sindical. A nivel europeo también hace falta política, democracia y conciencia social. Y estos tres elementos le corresponden justamente al Parlamento Europeo que habremos de renovar el próximo 25 de mayo.

Estas elecciones al Parlamento son cruciales porque decidimos sobre el futuro de Europa. Por esta razón no tan sólo hace falta una alta participación electoral, sino que se voten aquellos partidos que se distancien de la política de ahorro y pongan en el primer lugar de sus prioridades políticas el empleo y el progreso democrático y social. A finales de 2013 el desempleo llegó en Europa a su nivel más alto, con un 12%. De cada cuatro europeos uno está en riesgo de pobreza. Es urgente que haya un cambio de rumbo. Por eso no necesitamos a lo largo de los próximos años personas pragmáticas que pretendan emprender más racionalizaciones. Necesitamos políticos con determinación que generen bienestar y justicia.

El gran pintor Francisco de Goya dio a uno de sus cuadros el título: “El sueño de la razón crea monstruos”. No queremos una Europa de monstruos. Y por eso tampoco necesitamos una Europa de la razón, sino una Europa razonable. Una Europa que se corresponda no con lo que quieren los mercados, sino con lo que quieren las personas. Y eso significa empatía, solidaridad, democracia, y por encima de todo sentido común.

Os deseamos a todos un feliz 1 de mayo.

Que vivan las Comisiones Obreras

Que viva el movimiento obrero europeo

Que viva el DGB!

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