lunes, 14 de abril de 2014

Siempre nos quedará París

Se vio en Alemania con Gerhard Schröder, en el Reino Unido con Tony Blair y en España con José Luis Zapatero. Cuando un gobierno progresista aplica políticas conservadoras y lo justifica por la así llamada ‘fuerza mayor’, pierde legitimidad y apoyo electoral. Lo único que consigue con su rendición política y moral es reforzar la posición hegemónica de una ideología, la de la derecha, que no emana de la voluntad popular, pero que, en virtud de intereses que le son del todo ajenos a esta, acaba imponiéndose como única alternativa posible. Así al cambio de tercio político del gabinete ministerial le suele seguir, a la primera cita electoral, un cambio de gobierno. Pasó en 2005 con Angela Merkel frente a Gerhard Schröder, en 2010 con David Cameron frente a Gordon Brown, y, en 2011, con un Mariano Rajoy que recogía lo sembrado, desde mayo de 2010, por el Partido Socialista. Frente al sucedáneo político, el votante progresista, engañado y distante, prefiere cederle la iniciativa al original. También en las recientes elecciones municipales francesas, tras los devaneos liberales del PSF, se mascaba la tragedia. Finalmente, a pesar de la altísima abstención (36,3%) y de que tan sólo 4 de cada 10 franceses se sintieran atraídos por uno de los dos partidos mayoritarios, Françoise Hollande consiguió salvar los papeles. Al precio de encarar, eso sí, un cambio profundo en el consejo de ministros al que presentó la semana pasada como un ‘gobierno de combate’.

La batalla que habrá de lidiar el equipo liderado por Manuel Valls nos interesa a todos. En el marco geopolítico actual, Francia, y en menor medida Italia, es el último baluarte para plantar cara a la arrolladora ofensiva mercantilista y neoliberal que viene del norte. El primer ministro escogido por Hollande no parece, de entrada, el candidato idóneo para hacer frente a este desafío. Líder de la reducida facción derechista y liberal del PSF, el hijo del pintor republicano catalán Xavier Valls tiene el talante hiperactivo, autoritario y ambicioso de un Sarkozy y ha mostrado en su utilización política del pueblo gitano una clara propensión al populismo más intolerante. Si por casualidades de la vida le asistió en el momento de nacer el que sería Secretario General del PSUC, Antonio Gutiérrez Díaz, es de temer que fuera ese el momento en que el futuro primer ministro estuvo más próximo a la izquierda. Sin embargo el gabinete escogido por Hollande incorpora junto a Valls algunas figuras que mantienen viva la esperanza. Está el ministro de economía e industria Arnaud Montebourg, enfant terrible de los medios liberales alemanes y anglosajones que ha planteado sin ambages la necesidad de reorientar Europa. También la joven ministra Najat Vallaud-Belkacem, promotora de la Ley de Igualdad, aporta un empuje que puede contrarrestar la previsible inercia del primer ministro. Finalmente está la popular Ségolène Royal, que sin destacar por su progresía, sí podría obligar a Valls a contenerse a la hora de buscar el apoyo del electorado más conservador.

El equipo escogido por Françoise Hollande no lo tendrá fácil. El inefable Olli Rehn y Jeroen Dijsselbloem, jefe del Eurogrupo, han manifestado rotundamente su negativa a que París pueda volver a aplazar la consecución del déficit, por mucho que Valls prometiera en su toma de posesión ‘ir más lejos, más rápido’. El plan de reformas que ha presentado y que incluye un recorte del gasto público de 50.000 millones hasta 2017, una reducción de los costes laborales de 30.000 millones y una compresión de la estructura regional, de las 22 regiones no periféricas actuales, a 11, no ha hecho mella en la vocación disciplinaria y disciplinante de los príncipes de la austeridad. Bruselas preparará junto al gobierno francés a lo largo de las próximas semanas un paquete de medidas que pretende llevar a los galos al estrecho redil de la gobernanza europea. Es previsible que el conjunto del gabinete se defienda y dé la batalla como mínimo hasta pasadas las elecciones europeas. Pero aún si el resultado de estas fuera un inesperado triunfo de la izquierda, éste tampoco será fácil de gestionar por parte del equipo de Valls. Si el candidato de la derecha, Jean-Claude Juncker ya ha mostrado su oposición a aceptar cualquier desvío, el candidato socialdemócrata, Martin Schulz, viene de vender a la baja el programa del SPD en el marco de las negociaciones que han llevado a la gran coalición que gobierna Alemania. Antes que Hollande, parece que también aquí es Angela Merkel la que tiene todas las cartas para ganar. Después del 25 de mayo se verá cómo se dirimen las diferencias en el seno del gabinete ministerial francés y hasta qué punto consigue éste reorientar o no la austeridad europea. Como no podía se de otra manera, a los escépticos siempre nos quedará París. Allí manda la gaditana, laica y feminista Anne Hidalgo. Una inspectora de trabajo con experiencia en la OIT y en el gobierno Jospin, que podría ser la última esperanza si se acaba descalabrando el segundo gobierno de Françoise Hollande.

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