domingo, 2 de marzo de 2014
Magia electoral
Si sorprende escuchar a César Alierta hablando del peligro que entrañan los monopolios y a Pablo Isla de los beneficios que comporta la contención salarial, más sorprende aún comprobar cómo Mariano Rajoy se ha descubierto, de la noche a la mañana, como encarnizado luchador contra el populismo y el escepticismo europeos. Las ponencias de estos tres personajes en la pasada conferencia del Consejo para el Futuro de Europa, muestran hasta qué punto priman hoy en el reducido círculo de la oligarquía, la desfachatez y el cinismo. Si el presidente de Telefónica ha convertido, pese a las críticas de la Comisión Europea, el abuso en norma, y el presidente de Inditex, mientras pedía a los demás que se apretaran el cinturón, se subía el sueldo un 50%, se convendrá que, desde su sumisión y flojera política, Mariano Rajoy es de los que más han hecho por alimentar la desafección y el descrédito que le merece hoy Europa a una parte importante de la ciudadanía. Las cifras del Eurobarómetro reciente muestran cuál es el impacto de la gobernanza y de sus políticas fallidas en el desprestigio del proyecto común. Pero como viene siendo habitual en la derecha, lejos de asumir la responsabilidad, se prefiere tirar pelotas fuera y echar la culpa del peligro inmediato, no a las políticas impopulares y a la violación continua de la normalidad democrática, sino a la extensión del populismo.
Que Mariano se sorprenda de la crisis de confianza reinante es como si el pirómano lamentara la extensión de las llamas que devoran el edificio. Será que el hábito de creerse las propias mentiras, de distinguir brotes verdes en un páramo desierto y recuperación allá donde no hay más que precariedad, incertidumbre y miseria comporta, a la larga, disociaciones sensoriales de calado. Una enfermedad generacional, o al menos una pandemia familiar en la derecha europea, si se tienen en cuenta las intervenciones de los otros ponentes en la conferencia organizada por el Instituto Berggruen. Como titulaba el Huffington Post: ‘Destacados europeístas buscan en Madrid un ‘sueño’ en el que creer para que la UE no sucumba al populismo’, una manera bienintencionada de describir el esfuerzo colectivo por negar la pesadilla que han desatado precisamente aquellos que han introducido la gobernanza en Europa. Son estos los estadistas que han tenido la responsabilidad de gobierno en los años en los que ha aumentado el desempleo, se ha profundizado la desigualdad y se ha impuesto la pérdida de cohesión. Son estos los ideólogos de una involución democrática que ha contagiado por toda Europa el desapego y la desafección, atizando como en los peores tiempos el racismo y la xenofobia.
Con tal de suavizar la debacle que se anuncia para las próximas elecciones al Parlamento Europeo, se ha puesto a trabajar a destajo a los mejores maquilladores estadísticos y a los más avezados comunicólogos. Se trata de negar lo evidente, de invocar el espejismo, de fantasear con una tabula rasa y un futuro inmaculado. Son estos tiempos en los que los eufemismos campan a sus anchas, en los que se llega a presentar la última incursión en el mercado laboral como si se tratara de una campaña de marketing telefónico. Tarifa plana lo llaman, cuando lo que está plano es el encefalograma de unas reformas estructurales que han traicionado las señas de identidad de la Europa social por los cuatro costados y han escampado, por todo el territorio de la Unión, la desazón y la rabia. Europa está en un brete y el peligro es doble. Que se efectúe una nueva vuelta de tuerca en la derechización del proyecto común, desde el gobierno ultraliberal actual a los aledaños de la extrema derecha, o que todo siga en manos de la oligarquía y acabemos siendo presa de la desazón y de la injusticia.
Ante este riesgo se impone la sobriedad y la coherencia. Europa será social o no será y por eso conviene un cambio. Si como anuncian algunos es hora del populismo, se trata de que no sea el populismo de la demagogia y de las falsas promesas, sino el de aquellos que exigen que la democracia mande por encima de la economía, y que la cohesión y la igualdad pongan límite a la codicia y la dilapidación de lo público. Ha llegado el momento de recuperar el proyecto común y de salvaguardarlo poniéndolo en manos de políticos responsables. No ilusionistas ni malabaristas ni tampoco mayordomos, sino personas capaces de entender la dignidad y la obligación que entraña ostentar un cargo que representa a millones de personas. Europa no puede ya con más mentiras ni con más riesgos. Está saturada, agotada, marchita. Precisa urgentemente de quien recupere el pulso democrático y devuelva a la ciudadanía la ilusión por un proyecto al que le sobran los últimos 4 años de historia, y al que le falta una dosis redoblada de cordura. Ante aquellos que frente a la amenaza del ‘populismo’ exigen el voto impopular con tal de no ser confrontados electoralmente con las consecuencias de su deslealtad, conviene un voto democrático y popular. No existe otra magia.
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