domingo, 26 de enero de 2014
Una Europa de plástico
No hay nada que azuce más el empalago verbal de un redactor a sueldo, que el haber de componer las excelencias de un personaje poderoso. Tan sólo así se explica que se le fuera tanto la mano al bardo que compuso recientemente la laudatio de Joao Durao Barroso en la entrega del Premio Europeo Carlos V. Destacar el compromiso con la unificación europea del presidente de la Comisión Europea que más ha hecho por destruir la cohesión en Europa, y más ha sembrado la desafección entre su ciudadanía, es impropio. Pero celebrar su impronta en un supuesto aumento de la participación ciudadana en el proceso de integración europea, supera cualquier licencia poética y es un despropósito. Valga con recordar el título del informe que Oxfam presentó tres días después y que muestra la cruda realidad de la Europa de Barroso: “Gobernar para las élites: Secuestro democrático y desigualdad económica”. Esa es la verdad. Esa es la afrenta. Cuando el melindroso escriba de la Fundación Academia de Yuste presenta al ex primer ministro portugués “buscando siempre el interés común por encima de intereses individuales”, omite, desde su emocional envite panegírico, que ha sucedido precisamente al revés. Son los intereses individuales, eso es, los de una reducida élite financiera, empresarial y política, los que, con Barroso & Co, se han impuesto a la fuerza por encima del interés común de trabajadores y ciudadanos.
Pero la soflama del redactor extremeño lamentablemente no es una excentricidad ibérica, sino síntoma de una pandemia que contagia ya a gran parte de la clase política europea. En aras de las elecciones al Parlamento Europeo una euforia anabolizante recorre el continente como un reguero de pólvora. Hasta las eminencias de naturaleza robótica marcan músculo cuando se trata de dar cuerda al autobombo, a la demagogia triunfalista y al maquillaje estadístico. Así Van Rompuy, el siempre abúlico presidente del Consejo Europeo, hacía extensivo recientemente el Premio Carlomagno que se le había concedido, “a todos los líderes europeos por los valientes esfuerzos realizados para superar la crisis”. Esta es la lamentable superchería, la cirugía plástica que se le administra a las conciencias europeas, con tal de intentar evitar que, aquellos que son responsables de la actual escabechina social y económica, paguen el precio político que por justicia habría de corresponderles. Pero, a pesar de la inconsistencia de la frase del histriónico Herman, notoriamente falsa, esta sí resume a la perfección las tres líneas argumentales que se promueven con ambición hegemónica desde la élite, con tal de inyectarnos una dosis letal de moral y de optimismo. En honor a Cristine Lagarde diríamos que es a base de azúcar y de hormona del crecimiento, como se pretende convertir la demacrada vaca europea, en una hermosa vaca gorda.
Pero vayamos por partes. En primer lugar se pretende transmitir que se ha tocado fondo, pasado página, superado la fase dura de una crisis que se aleja en el horizonte. Parece evidente que no es así, ni tampoco lo será, porque el empleo, la educación, la salud o la cohesión social no cotizan en bolsa. En segundo lugar se dice que el sacrificio lo ha realizado la clase política, cuando el peso de la crisis ha caído exclusivamente sobre los hombros de la clase media y trabajadora, en el marco de una transferencia de riqueza que ha tenido lugar en diferentes planos. En el social, desde las rentas del trabajo a las rentas del capital. En el geográfico, del Sur al Norte. Y en el político, del ámbito público al privado. Finalmente, los sacrificios que se pretenden presentar como mal necesario y estímulo para el coraje cívico y ciudadano, no han servido ni servirán para nada. Se quiere hacer creer que la austeridad comporta un refuerzo de la competitividad indispensable para recuperar actividad económica y empleo. Pero eso es profundamente falso, y tal vez la mentira más perversa. Con la austeridad se ha hundido la demanda, se han truncado carreras profesionales, familias, empresas, y se ha perdido la inversión en factores de productividad tan esenciales como la formación, la innovación o el diálogo. No se ha conquistado ninguna mejora, sino que se ha institucionalizado el expolio de un modelo social que una vez fue el alma mater del proyecto europeo, y que hoy es poco más que un montaje publicitario.
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