domingo, 15 de diciembre de 2013
Mala vida
Dice Plutarco en Sobre la monarquía, la democracia y la oligarquía que “… lo mismo que hay muchas clases de vida para un hombre, también las hay para un pueblo, y la clase de vida de un pueblo es su régimen político”. Si consideramos la mala vida que se nos da es de temer que nuestro régimen político sea de pésima calidad. La miseria, la incertidumbre y la precariedad que comportan las medidas que se adoptan desde el absolutismo parlamentario, se añaden a una vivencia creciente de impotencia e impunidad. A ello se suma una sensación de ruptura, de conflicto y de violencia latente, que transmite un profundo malestar y comporta miedo e inseguridad. Sin duda de todo ello se benefician los unos, por el desprestigio de la política y de lo público, pero también los otros, al servir el atolladero al que se nos ha abocado, de cortina de humo que oculta la corrupción y la propia incapacidad. En el plano político esta coyuntura se ha recrudecido desde el momento en el que se ha fijado un horizonte temporal para el plebiscito catalán. El restallido de las vestiduras de tertulianos y agoreros, rasgadas en público arrebato, ha encendido el aire y propaga un olor a aquelarre político, para el que no va quedar, se nos dice, otro sortilegio que no sea el del exorcismo o la extremaunción. En la lógica de la caverna mediática, ese mundo de sombras y autoengaños en el que se perpetúa insaciable la falta de criterio y la mediocridad, la consulta pública es una afrenta a la democracia, y, lo que es mucho peor, un ultraje al sacrosanto espíritu de la constitución.
Conviene por eso releer no tan sólo a clásicos como Plutarco, sino recurrir también a esa biblia de la ciudadanía que tantos no votaron, y sin embargo hoy blanden, cual acero justiciero, ante el supuesto desafío catalán. Releer la constitución es siempre un placer. El espíritu y la letra nos trasportan a un tiempo de ilusión colectiva y de compromiso mutuo. Si se la desprende del actual grado de instrumentalización, bien se podría interpretar como un manual para una sociedad más justa, más cohesionada y mejor. Sin embargo, el problema radica en que su espíritu, de un tiempo a esta parte, parece que se desvaneció. Se independizó, probablemente hacia las esferas cristalinas de la filosofía del derecho, huyendo del maltrato y el abandono moral y político. Dónde queda hoy por ejemplo ese magnífico artículo 31, que hablaba de un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad. La vocación por los impuestos indirectos, por el clientelismo de las SICAV o por las exenciones selectivas, lo han machacado sin piedad. Qué le habrá pasado a ese pletórico artículo 35 en el que se fijaba el deber y el derecho al trabajo, pero también a una remuneración suficiente que pudiera satisfacer las necesidades del trabajador y de su familia. Si es que en el artículo 40.1 se sugería incluso una política orientada a un concepto tan utópico y turbador como es hoy el del pleno empleo. Con seis millones de personas que aún queriendo, no consiguen trabajar, parece evidente que, desde hace ya algún tiempo, a la élite política se la trae al pairo la constitución.
Más allá de los derechos fundamentales, la carta magna del estado español también garantizaba la asistencia ante situaciones de necesidad (Art. 41), se comprometía con la promoción de la ciencia y la investigación científica (Art. 44.2) y establecía el derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada (Art. 47) ¡Cómo son las cosas y que poca memoria guardamos de ellas! En este mismo artículo se fijaba que la utilización del suelo se regularía de acuerdo con el interés general con tal de impedir la especulación. Parece evidente que el oprobio que dicen le hace a la constitución una parte importante de la ciudadanía catalana al exigir el plebiscito, debería considerarse bastante inferior a la infame transgresión que se le ha hecho mediante unas políticas, las de la derecha y el socialismo liberal, que nos han traído hasta donde estamos hoy. Este ha sido y es el respeto a la constitución de aquellos que hoy la utilizan como arma arrojadiza. Ese ha sido y es el grado de compromiso de aquellos que hoy hablan de herejía y amenazan con convocar el santo tribunal de la inquisición. Su estrategia no es otra que la de aprovechar el momento para distraer la atención. Los unos para evitar que se sigan mostrando públicamente sus vergüenzas en términos de clientelismo y corrupción. Los otros para que no se haga evidente la falta de liderazgo y la crisis interna de un proyecto político que hace ya demasiado tiempo se vendió al mejor postor. Como novedad, hoy están también los incipientes, los oportunistas y aprendices de brujo, que se arriman al ascua, y se ofrecen para empuñar la lanza vengadora de lo que consideran ciudadanía, progreso y unión. Todos ellos hacen patente una profunda falta de convicción democrática. Todos ellos delatan un miedo profundo a la expresión popular. Es un error decir que Cataluña quiere ahogar el espíritu de la constitución con una consulta popular. Es la gobernanza europea y la pérdida de soberanía, la desafección y la falta de compromiso las que lo han arruinado. 'Entre todos ellos la mataron. Y ella sola se murió'.
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